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miércoles, noviembre 30, 2016

ADIOS CHAPECOENSES


Lo que iba a ser una fiesta terminó en la peor tragedia deportiva de este año. Los miembros de un equipo joven del sur de Brasil, lleno de esperanzas, representantes fieles de la competitividad deportiva,  llegaban a la final de la copa Sudamericana contra todos los pronósticos, por esos avatares del destino terminaron en un hecho lleno de dolor, inexplicable por lo intempestivo, que demuestra hasta la saciedad como el destino en ocasiones nos juega malas pasadas y al final confirma que  la vida siempre es lo más importante.  El vuelo, que debió llegar a eso de las once de la noche hace dos días al aeropuerto de Rionegro para el juego de la final que era este jueves, por razones que aún son materia de investigación, a tan solo tres millas de la pista, terminó cayendo en las montañas del municipio de la Unión Antioquía, dejando 71 muertos. Hoy se le rinde un homenaje apoteósico en el estadio de Medellín a todos los jugadores del equipo, a la tripulación, los periodistas que venían en este avión. Estos dos últimos días la solidaridad de Medellín ha sido inmensa, constante, llena de humanidad, ha estado a la altura de los acontecimientos, brindando un abrazo a los familiares de las víctimas, al pueblo en general de Chape, sus habitantes ante lo inexplicable, solo esperan brindar un Adiós con profundo sentimiento, compungidos, sorprendidos frente a lo irreparable, lo hacen con todo el corazón y alimentando la memoria con las cosas buenas que dejaron los jugadores, todos sabemos que fue un plantele lleno de juventud, pletórico de gloria, se nos fue de súbito. Solo nos queda recordarlos, ayudar a quienes les sobrevivieron a seguir adelante y expresarles que el mejor homenaje es seguir luchando, continuar con el club pese a todo, no dejar de lado el pundonor deportivo que los hizo grandes.
Me sorprendió de muevo Medellín por ese sentimiento de solidaridad que despiertan en sus gentes hechos como este. Esta ciudad, muchas veces trágica, contradictoria, demuestra una vez más la capacidad para sobreponerse a hechos dolorosos. 







domingo, noviembre 27, 2016

GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ RECUERDA A SU AMIGO FIDEL CASTRO


Este es el prólogo publicado por el escritor colombiano en 1988 para el libro-reportaje del periodista italiano Gianni Mina sobre Fidel Castro. Publicado en exclusiva en Colombia hace 20 años por El Espectador.

Refiriéndose a un visitante extranjero al que había acompañado durante una semana en una gira por el interior de Cuba, Fidel Castro dijo: ‘Cómo hablará ese hombre, que habla más que yo’. Basta conocer un poco a Fidel Castro para saber que era una exageración suya, y de las más grandes, pues no es posible concebir a alguien más adicto que él al hábito de la conversación. Su devoción por la palabra es casi mágica. Al principio de la Revolución, apenas una semana después de su entrada triunfal en La Habana, habló sin tregua por la televisión durante siete horas. Debe ser un récord mundial. En las primeras horas, los habaneros no familiarizados con el poder hipnótico de aquella voz, se sentaron a escucharla al modo tradicional, pero a medida que pasaba el tiempo volvían a la rutina con un oído en sus asuntos y otro en el discurso. Yo había llegado el día anterior con un grupo de periodistas de Caracas, y empezamos a escucharlos en el cuatro del hotel. Luego seguimos oyéndolo sin pausas en el ascensor, en el taxi que nos llevó a los barrios del comercio, en las terrazas floridas de los cafés, en las cantinas glaciales, y hasta en las ráfagas de las radios a todo volumen que salían por las ventanas abiertas mientras caminábamos por la calle. En toda la noche, todos habíamos cumplido con nuestra jornada sin haber perdido una palabra.
Dos cosas llamaron la atención de quienes oíamos a Fidel Castro por primera vez. Una era su terrible poder de seducción. La otra era la fragilidad de su voz. Una voz afónica que a veces parecía sin aliento. Un médico que lo escuchaba hizo una disertación tremendista sobre la naturaleza de esos quebrantos, y concluyó que aun sin discursos amazónicos como el de aquel día, Fidel Castro estaba condenado a quedarse sin voz antes de cinco años. Poco después, en agosto de 1962, el pronóstico pareció dar su primera señal de alarma, cuando se quedó mudo después de anunciar en un discurso la nacionalización de las empresas norteamericanas. Pero fue un percance transitorio que no se repitió. Han transcurrido 26 años desde entonces, Fidel Castro acaba de cumplir sesenta y uno, y su voz parece todavía tan incierta como siempre, pero continúa siendo su instrumento más útil e irresistible para el muy delicado oficio de la palabra hablada.
Tres horas son para él un buen promedio de una conversación ordinaria. Y de tres en tres horas, los días se le pasan como soplos. Como no es un gobernante académico atrincherado en sus oficinas, sino que va a buscar los problemas donde estén, a cualquier hora se ve su automóvil sigiloso, sin estruendos de motocicletas, deslizándose a altas horas de la madrugada por las avenidas desiertas de La Habana, o en una carretera apartada. De todo esto ha surgido la leyenda de que es un solitario sin rumbo, un insomne desordenado e informal, que puede hacer una visita a cualquier hora y desvela r a sus visitados hasta el amanecer.
Algo de eso era cierto al principio de la revolución, cuando aún arrastraba los hábitos de la Sierra Maestra. No solo por la extensión de sus discursos, sino porque no tenía un domicilio cierto, ni tuvo una oficina durante más de quince años, ni tenía horas fijas para nada. La sede de gobierno estaba donde estuviera él, y el poder mismo estaba sometido a los azares de su errancia. Antes pasaba de largo por noches y días enteros, y dormía a retazos, donde lo derribaba el cansancio. Ahora trata de permitirse un mínimo de seis horas de buen sueño, aunque ni él mismo sabe a qué hora empezará a dormir cada día. Según vayan las cosas, lo mismo puede ser a las diez de la noche que a las siete de la mañana del día siguiente. Dedica varias horas a los asuntos de rutina en su oficina de la presidencia del Consejo de Estado, done hay un escritorio en buen orden, muebles confortables de cuero sin curtir, y un estante de libros que reflejan muy bien la amplitud de sus gustos: desde tratados de hidroponía hasta novelas de amor. De media caja de puros que se fumaba en un día pasó a la abstinencia absoluta, sólo por tener autoridad moral para combatir el tabaquismo, en un país donde Cristóbal Colón descubrió el tabaco, y que deriva de él buena parte de sus recursos.
Su facilidad inclemente para aumentar de peso lo ha obligado a imponerse una dieta perpetua. Sacrificio inmenso, pues su apetito es de los grandes, y es un cazador insaciable de recetas de cocina, que le gusta preparar con una especie de fervor científico. Un domingo sin frenos, después de un almuerzo en forma, se tomó dieciocho bolas de helado. Pero en la vida corriente apenas si prueba un filete de pescado con vegetales hervidos, y más bien cuando lo vence el hambre que en un horario de rutina. Se mantiene en excelentes condiciones físicas con varias horas de gimnasia diaria y de natación frecuente, se restringe a una copita de whisky puro en sorbos casi invisibles, y ha logrado sobreponerse a su debilidad por los espaguetis que le enseñó a preparar el primer Nuncio Apostólico de la Revolución, monseñor Cesare Sacchi.
Sus cóleras homéricas pero momentáneas son ahora fábulas del pasado, y ha aprendido a disolver sus humores oscuros en una paciencia invisible. Total: una disciplina férrea. Pero de todos modos insuficiente, porque la escasez de tiempo le sigue imponiendo un horario insólito. Y la fuerza de su imaginación lo arrastra a lo imprevisto. Con él uno sabe dónde empieza, pero nunca sabe dónde termina. No es raro que cualquier noche se encuentre uno volando en un avión con rumbo secreto, apadrinando una boda, cazando langostas en altamar, o probando los primeros quesos franceses hechos en Camaguey.
Hace mucho tiempo dijo: ‘Tan importante como aprender a trabajar es aprender a descansar’. Pero sus métodos de descanso parecen demasiado originales, y algunos no excluyen la conversación. Una vez se despidió de una intensa sesión de trabajo casi a la media-noche, con signos visibles de agotamiento, y regresó en la madrugada restablecido por completo después de nadar dos horas.
Las fiestas privadas son contrarias a su carácter, pues es uno de los raros cubanos que no cantan ni bailan, y las muy pocas a que asiste cambian de naturaleza cuando él llega. Tal vez él no lo sepa. Tal vez no es consciente del poder con que se impone su presencia, que parece ocupar de inmediato todo el ámbito, a pesar de que no es tan alto ni tan corpulento como parece a primera vista. He visto a los más aplomados perder el dominio frente a él, extremando la compostura o exagerando el desenfado, sin imaginarse siquiera que él está tan intimidado como ellos, y tiene que hacer un esfuerzo inicial para que no lo noten. Siempre he creído que el plural de que se sirve a menudo para hablar de sus propios actos no es tan mayestático como parece, sino una licencia poética para encubrir su timidez.
El hecho es que los bailes se imterrumpen, se suspende la música, se aplaza la cena, y la concurrencia se concentra en torno suyo para incorporarse a la conversación que entabla de inmediato. Así puede estar hasta cualquier hora, de pie, sin beber ni comer. A veces, antes de irse a dormir, toca muy tarde en la casa de un amigo con el cual tiene confianza para entrar sin anunciarse, y advierte que sólo va por cinco minutos. Lo dice con tanta sinceridad que ni siquiera se sienta pero poco a poco se va reanimando de pie con la nueva conversación, y al cabo de un rato se derrumba en un sillón  y estira as piernas, diciendo: ‘Me siento como nuevo’. Así es: fatigado de conversar, descansa conversando.
Una vez dijo: ‘En mi próxima reencarnación quiero ser escritor’. De hecho escribe bien y le gusta hacerlo, aun en el automóvil en marcha, y en unas libretas de apuntes que lleva siempre a mano para anotar cuanto se le ocurre, inclusive las cartas de confianza. Son libretas de papel ordinario, empastadas en plástico azul, que con los años han llegado a ser incontables en sus archivos privados. Su letra es menuda e intrincada, aunque a primera vista parece tan fácil como la de un escolar. Su modo de escribir parece de un profesional. Corrige una frase varias veces, la tacha, la intenta de nuevo en los márgenes, y no es raro que busque una palabra durante varios días, consultando diccionarios, preguntando, hasta que queda a su gusto.
En la década de los sesenta contrajo el hábito de escribir sus discursos, tan despacio y con tanto vigor, que parecían piezas de relojería. Pero esa misma virtud lo derrotó. La personalidad de Fidel Castro parecía otra al leerlos: cambiaba el tono, el estilo, hasta la calidad de la voz. En la inmensa Plaza de la Revolución, ante medio millón de personas se encontró varias veces como asfixiado por la camisa de fuerza de la letra escrita, y cada vez que podía se apartaba del texto. En otras ocasiones se encontraba con que sus mecanógrafos habían cometido un error, y en vez de corregirlo al vuelo interrumpía la lectura y hacía la enmienda con el bolígrafo tomándose todo su tiempo. Nunca quedaba satisfecho. A pesar de sus esfuerzos por darles calor y a pesar de lograrlo en muchos casos, aquellos discursos cautivos le dejaban un sentimiento de frustración. Pues decían todo lo que querían decir, y quizás lo decían mejor, pero eliminaban el mejor estímulo de su vida, que es la emoción del riesgo.
La tribuna de improvisador, por consiguiente, parece ser su medio ecológico perfecto, aunque siempre tiene que sobreponerse a una inhibición inicial que muy pocos le conocen, y que él no niega. En una nota que mandó hace unos años pidiéndome participar en algún acto público, me decía: ‘Trata de vencer por una vez tu miedo escénico como tengo que hacerlo yo con tanta frecuencia’. 
Solo en casos muy eseciales lleva una tarjeta con algunas notas que saca del bolsillo sin ningún ritual antes de empezar, y la mantiene al alcance de la vista. Empieza siempre con voz casi inaudible, de veras entrecortada, avanzando entre la niebla con un rumbo incierto, pero aprovecha cualquier destello para ir ganando terreno palmo a palmo, hasta que da una especia de zarpazo y se apodera de la audiencia. Entonces se establece entre él y su público una corriente de ida y vuelta que los exalta a ambos y se crea entre ellos una especie de complicidad dialéctica, y es en esa tensión insoportable donde está la esencia de su embriaguez. Es la inspiración: el estado de gracia irresistible y deslumbrante, que sólo niegan quienes no han tenido la gloria de vivirlo.
Al principio, los actos públicos empezaban cuando él llegaba, y esto era tan improbable como la lluvia. Desde hace años llega al minuto exacto, y la duración del discurso depende de la disposición del auditorio. Pero los discursos infinitos de los primeros años pertenecen a un pasado que ya se confunde con leyenda, porque lo mucho que el pueblo debía entender desde el principio está ya más que explicado, y el mismo estilo de Fidel Castro de ha hecho más compacto al cabo de tantas jornadas de pedagogía oratoria. Nunca se le ha oído repetir ninguna de las consignas de cartón piedra de la escolástica comunista, ni utilizar para nada el dialecto ritual del sistema: un lenguaje fósil que perdió  desde hace mucho tiempo el contacto con la realidad, y al cual corresponde como anillo al dedo una prensa laudatoria y conmemorativa, que más parece hecha para ocultar que para difundir. Es el antidogmático por excelencia, cuya imaginación creativa vive rondando los abismos de la herejía. Raras veces cita frases ajenas, ni en la conversación ni en la tribuna, salvo las de José Martí, que es su autor de cabecera. Conoce a fondo los veintiocho tomos de su obra, y ha tenido el talento de incorporar su ideario al torrente sanguíneo de una revolución marxista. Pero la esencia de su propio pensamiento podría estar en la certidumbre de que hacer trabajo de masas es fundamentalmente ocuparse de los individuos.
Esto podría explicar su confianza absoluta en el contacto directo. Aún los discursos más difíciles parecen conversatorios casuales, al estilo de los que sostenía con los estudiantes en los patios de la universidad al principio de la revolución. De hecho, y sobre todo fuera de La Habana, no es raro que alguien lo interpele entre la muchedumbre de una manifestación pública, y que se entable un diálogo a gritos. Tiene un idioma para cada ocasión, y un modo distinto de persuasión según los distintos interlocutores, ya sean obreros, campesinos, estudiantes, científicos, políticos, escritores o visitantes extranjeros. Sabe situarse en el nivel de cada uno, y dispone de una información vasta y variada que le permite moverse con facilidad en cualquier medio. Pero su personalidad es tan compleja e imprevisible, que cada quien puede formarse una imagen distinta de él en un mismo encuentro.
Una cosa se sabe con seguridad: esté donde esté, como esté y con quien esté, Fidel Castro está allí para ganar. No creo que pueda existir en este mundo alguien que sea tan mal perdedor. Su actitud frente a la derrota, aun en los actos mínimos de la vida cotidiana, parece obedecer a una lógica privada: ni siquiera la admite, y no tiene un minuto de sosiego mientras no logra invertir los términos y convertirla en victoria. Pero sea lo que sea, y donde sea, todo ocurre en el ámbito de una conversación inagotable.
El tema puede ser cualquiera, según el interés del auditorio, pero a menudo ocurre lo contrario: es él quien lleva un mismo tema a todos los auditorios. Esto suele ocurrir en las épocas en que está explorando una idea que lo asedia, y nadie puede ser más obsesivo que él cuando se ha propuesto llegar al fondo de cualquier cosa. No hay un proyecto, colosal o milimétrico, en el que no se empeñe con una pasión encarnizada. Y en especial si tiene que enfrentarse a la adversidad. Nunca como entonces parece de mejor aspecto, de mejor humor, de mejor talante. Alguien que cree conocerlo le dijo: ‘Las cosas deben andar muy mal, porque usted está rozagante’.
En cambio, un visitante extranjero que lo encontraba por primera vez, me dijo hace unos años: ‘Fidel está envejecido: anoche volvió como siete veces sobre el mismo tema’. Le hice ver que esas reiteraciones casi maniáticas son uno de sus modos de trabajar. El tema de la deuda externa de América Latina, por ejemplo, había aparecido por primera vez en sus conversaciones desde hacía unos dos años, y había ido evolucionando, ramificándose, profundizándose hasta convertirse en algo muy parecido a una pesadilla recurrente. Lo primero que dijo, como una simple conclusión aritmética, fue que la deuda era impagable. Poco a poco, en el transcurso de tres viajes que hice aquel año a Las Habana, fui conociendo sus hallazgos escalonados las repercusiones de la deuda en la economía de los países, su impacto político y social, su influencia decisiva en las relaciones internacionales, su importancia providencial para una política unitaria de la América Latina. Por último convocó en La Habana un congreso masivo de especialistas, y pronunció un discurso en que no dejó pendiente ninguna de las incógnitas de sus conversaciones anteriores. Para entonces tenía ya una visión totalizadora que el solo transcurso del tiempo se ha encargado de demostrar.
Me parece que su más rara virtud de político es esa facultad de vislumbrar la evolución de un hecho hasta sus consecuencias remotas. Como si pudiera ver la mole sobresaliente de un iceberg al mismo tiempo que los siete octavos sumergidos. Pero esa facultad no la ejerce por iluminación, sino como resultado de un raciocinio arduo y tenaz. Un interlocutor asiduo podría detectar el primer embrión de una idea, y seguir su desarrollo durante muchos meses a través de su conversación empecinada, hasta que la hace pública en forma final, tal como ocurrió co la deuda externa. Ahora bien: una vez que agota el tema, es como si hubiera cumplido un ciclo vital: lo archiva para siempre.
Semejante molino verbal, desde luego, requiere el auxilio de una información incesante, bien masticada y digerida. Su auxiliar supremo es la memoria, y la usa hasta el abuso para sustentar discursos o charlas privadas con raciocinios abrumadores y operaciones aritméticas de una rapidez increíble. Su tarea de acumulación informativa principia desde que despierta. Desayuna con no menos de doscientas páginas de noticias del mundo entero. Durante el día, a pesar de su vitalidad incansable, lo persiguen por todas partes con informaciones urgentes.
Él mismo calcula que cada día tiene que leer unos cincuenta documentos. A eso hay que agregar los informes de los servicios oficiales y de sus visitantes, y todo cuanto pueda interesar a su curiosidad infinita. Cualquier exageración en este sentido sería apenas aproximada, hasta en circunstancias tan extremas como un viaje en avión. Prefiere no volar y solo lo hace cuando no hay otra alternativa. Pero vuela mal por su ansiedad de saberlo todo: no duerme ni lee, apenas come, le pide a la tripulación los manuales de navegación cada vez que tiene alguna duda, se hace explicar por qué se toma esta ruta y no esta otra, por qué cambia el ruido de las turbinas, por qué salta el avión a pesar del buen tiempo. Las respuestas tienen que ser exactas, pues es capaz de detectar la mínima contradicción en una frase casual.
Otra fuente vital de información, por supuesto, son los libros. En sus automóviles, desde el Oldsmobile prehistórico y los sucesivos Zil soviéticos, hasta el Mercedes actual, ha habido siempre una luz para leer de noche. Muchas veces se ha llevado un libro en la madrugada, y a la mañana siguiente lo comenta. Lee el inglés, pero no lo habla. En todo caso prefiere leer en castellano, y a cualquier hora está dispuesto a leer cualquier papel con letras que le caiga en las manos. Cuando necesita algún libro muy reciente que no está traducido, se lo hace traducir de emergencia. Un médico amigo le mandó por cortesía su tratado de ortopedia acabado de publicar, sin la pretensión de que lo leyera, por supuesto, pero una semana después recibió una carta suya con una larga lista de observaciones. Es lector habitual de temas económicos e históricos. Cuando leyó las memorias de Lee Iaccoca, descubrió varios errores tan increíbles, que mandó a buscar la versión inglesa a Nueva York, para confrontarla con la española. En efecto, el traductor había confundido una vez más el significado de la palabra billón en los dos idiomas. Es un buen lector de literatura, y la sigue con atención. Llevo sobre mi conciencia el haberlo iniciado y mantenerlo al día en la adicción de los best-sellers de consumo rápido, como método de purificación contra los documentos oficiales.
Con todo, su fuente de información inmediata y más fructífera sigue siendo la conversación. Tiene la costumbre de los interrogatorios rápidos que se parecen a una matriusca, la muñeca rusa de cuyo interior se saca una igual más pequeña, y de la cual se saca otra igual más pequeña, y luego otra igual más pequeña, hasta la más pequeña posible. Preguntas sucesivas que él hace en ráfagas instantáneas hasta descubrir el porqué del porqué del por qué final. Al interlocutor le cuesta trabajo no sentirse sometido a un examen inquisidor. Cuando un visitante de América Latina le dio un dato apresurado sobre el consumo de arroz de sus compatriotas, él hizo cálculos mentales y dijo: ‘Qué raro, cada uno se coma cuatro libras de arroz al día’. Con el tiempo se aprende que su táctica maestra es preguntar sobre cosas que sabe para confirmar sus datos. Y en algunos casos para medir el calibre de su interlocutor, y tratarlo en consecuencia. No pierde ocasión de informarse.
El presidente colombiano Belisario Betancur, con quien mantuvo un contacto telefónico frecuente a pesar de que no se conocían ni hay relaciones diplomáticas entre los dos países, lo llamó una vez para algún asunto casual. Fidel Castro me dijo después: ‘Aproveché que ambos teníamos tiempo, para preguntarle algunos datos que no venían en los cables sobre la situación del café en Colombia’.
Son pocos los países que conoció antes de la revolución, y en los que ha visitado después en viajes oficiales se ha visto condenado al estrecho horizonte del protocolo. Sin embargo, también habla de ellos, y de otros muchos que no conoce, como si los hubiera visitado. Durante la guerra de Angola describió una batalla con tal minuciosidad en una recepción oficial, que costó trabajo convencer a un diplomático europeo de que Fidel Castro no había participado en ella. El relato que hizo en un discurso público de la captura y el asesinato del Che Güevara, el que hizo del asalto al Palacio de la Moneda y de la muerte de Salvador Allende, o el que hizo de los estragos del ciclón Flora, eran grandes reportajes hablados.
España, la tierra de sus mayores, es en él una idea fija. Su visión de la América Latina en el porvenir es la misma de Bolívar y Martí: una comunidad integral y autónoma capaz de mover el destino del mundo. Pero el país del cual sabe más, después de Cuba, son los Estados Unidos. Conoce a fondo la índole de su gente, sus estructuras de poder, las segundas intenciones de sus gobiernos, y esto le ha ayudado a sortear la tormenta incesante del bloqueo. A pesar de las restricciones del gobierno de los Estados Unidos, hay una línea aérea casi diaria entre La Habana y Miami, y no pasa un día sin que lleguen a Cuba visitantes norteamericanos de toda clase, en vuelos especiales o en aviones privados.
Fidel Castro ve a cuantos puede ver, se ocupa de que estén bien atendidos mientras esperan, y hace lo posible por dedicarles bastante tiempo para un intercambio exhaustivo de informaciones inéditas. Son verdaderos festivales de conversación. Él les canta las verdades, y soporta muy bien que se las canten a él. Da la impresión de que nada le divierte tanto como mostrar su cara verdadera a quienes llegan preparados por la propaganda enemiga para encontrarse con un caudillo bárbaro. En una ocasión, ante un grupo de congresistas de los dos partidos, hombres de negocios y hasta un oficial del Pentágono, hizo un recuento muy realista de cómo sus antepasados gallegos y sus maestros jesuitas le infundieron unos principios morales que le habían sido muy útiles en la formación de su personalidad, y concluyó: ‘Soy un cristiano’.
Fue como soltar en la mesa una granada de guerra. Los norteamericanos, formados en una cultura que solo entiende la vida en blanco y negro, saltaron por encima de las explicaciones previas y quedaron deslumbrados por el estruendo de su conclusión. Al término de la visita, ya con los primeros soles, el más observador de los parlamentarios expresó el criterio sorprendente de que nadie le parecía tan eficaz como Fidel Castro para servir de mediador entre la América Latina y los Estados Unidos.
Lo cierto es que todo el que viene a Cuba quisiera verlo de cualquier modo, aunque son muchos los que sueñan con verlo en privado. Sobre todo los periodistas extranjeros, que no consideran terminado su trabajo mientras no se lleven el trofeo de una entrevista con él. Creo que él los complacería a todos si no fuera por la imposibilidad material: en este momento hay unas trescientas solicitudes  formales en espera de un trámite que puede ser infinito.
Siempre hay un periodista que espera en un hotel de La Habana, después de haber apelado a toda clase de padrinos para verlo. Algunos esperan meses. Se indignan de no saber a ciencia cierta cuáles son los trámites certeros para llegar a él. La verdad es que no hay ninguno. No es raro que algú periodista de suerte el haga una pregunta casual en el curso de una aparición pública, y que el diálogo termine en una entrevista de varias horas sobre todos los temas imaginables. Se detiene en cada uno, se aventura por sus vericuetos menos pensados sin descuidar jamás la precisión, consciente de que una sola palabra mal usada puede causar estragos irreparables. En las muy pocas entrevistas formales suele conceder el tiempo que le soliciten, aunque él mismo prolonga después con una elasticidad imprevisible, estimulado por la dinámica del diálogo.
Sólo en casos muy especiales pide conocer antes el cuestionario. Jamás ha rehusado contestar ninguna pregunta, por provocadora que sea, ni ha perdido nunca la paciencia. A veces, las dos horas previstas se convierten en cuatro y casi siempre en seis. O en diecisiete, como fue el caso de esta entrevista que Gianni Mina le ha hecho para la televisión italiana, y que es una de las más largas que ha concedido, también de las más completas.
Al final, muy pocas entrevistas le gustan, sobre todo las transcripciones escritas, que en aras del espacio suelen sacrificar la exactitud y los matices propios de su estilo personal. Cree que las de televisión terminan desnaturalizadas por la fragmentación inevitable, y le parece injusto haber dedicado hasta cinco horas de su vida para un programa de siete minutos.
Pero lo más lamentable, tanto para Fidel Castro como para sus oyentes, es que aun los periodistas mejores, sobre todo los europeos, no tienen ni siquiera la curiosidad de confrontar sus cuestionarios con la realidad de la calle. Anhelan el trofeo de la entrevista con las preguntas que llevan escritas de acuerdo con las obsesiones políticas  y los prejuicios culturales de sus países, si tomarse el trabajo de averiguar por sí mismos cómo es en realidad la Cuba de hoy, cuáles son los sueños y las frustraciones reales de sus gentes. La verdad de sus vidas.
De este modo le quitan a los cubanos de la calle una ocasión de expresarse ante el mundo, y se niegan a sí mismos el logro profesional de interrogar a Fidel Castro, no sobre las suposiciones europeas, que so tan lejanas, sino sobre las ansiedades de su propio pueblo, y sobre todo en estas vísperas de grandes decisiones.
En fin: oyendo a Fidel Castro en tantas y tan diversas circunstancias, me he preguntado muchas veces si su afán de la conversación no obedece a la necesidad orgánica de mantener a toda costa el hilo conductor de la verdad en medio de los espejismos alucinantes del poder. Me lo he preguntado en el transcurso de numerosos diálogos, públicos y privados. Pero sobre todo en los más difíciles y estériles, con quienes pierden ante él la burocracia empantanada, cuya incompetencia sobrenatural ha obligado al propio Fidel Castro, casi treinta años después de la victoria, a ocuparse en persona de asuntos tan extraordinarios como hacer el pan y distribuir la cerveza.
Todo es distinto, en cambio, cuando habla con la gente de la calle. La conversación recobra entonces la expresividad y la franqueza cruda de los afectos reales. De sus varios nombres civiles y militares sólo le queda entonces uno: Fidel. Lo rodean sin riesgos, lo tutean, le discuten, lo contradicen, le reclaman, con un canal de transmisión inmediata por donde circula la verdad a borbotones. Es entonces, más que en la intimidad cuando se descubre el ser humano insólito que el resplandor de su propia imagen no deja ver.
Este es el Fidel Castro que creo conocer, al cabo de incontables horas de conversaciones, por las que no pasan a menudo los fantasmas de la política. Un hombre de costumbres austeras e ilusiones insaciables, con una educación formal a la antigua, de palabras cautelosas y modales tenues, e incapaz de concebir ninguna idea que no sea descomunal. Sueña con que sus científicos encuentren la medicina final contra el cáncer, y ha creado una política exterior de potencia mundial en una isla sin agua dulce, ochenta y cuatro veces más pequeña que su enemigo principal.
Es tal el pudor con que protege su intimidad que su vida privada ha terminado por ser el enigma más hermético de su leyenda. Tiene la convicción casi mística de que el logro mayor del ser humano es la buena formación de su conciencia , y que los estímulos morales, más que los materiales, son capaces de cambiar al mundo y empujar la historia. Creo que es uno de los grandes idealistas de nuestro tiempo, y que quizá sea esta su virtud mayor, aunque también ha sido su mayor peligro.
Muchas veces lo he visto llegar a mi casa muy tarde en la noche, arrastrando todavía las últimas migajas de un día desmesurado. Muchas veces le pregunté cómo iban las cosas, y más de una vez me contestó: ‘Muy bien: tenemos llenas todas las presas’.  Lo he visto abrir el refrigerador para comerse un pedazo de queso, que era tal vez lo primero que comía desde el desayuno. Lo he visto llamar por teléfono a una amiga de México para pedirle la receta de un plato que le había gustado, y lo he visto copiarla apoyado en el mostrador, entre los trastos de la cena todavía sin lavar, mientras alguien cantaba en la televisión una canción antigua: ‘La vida es un tren expreso que recorre leguas miles’.
Lo he oído en sus escasas horas de añoranza evocando los amaneceres pastorales de su infancia rural, la novia juvenil que se fue, las cosas que hubiera podido hacer de otro modo para ganarle más tiempo a la vida. Una noche, mientras tomaba en cucharaditas lentas un helado de vainilla, lo vi tan abrumado por el peso de tantos destinos ajenos, tan lejano de sí mismo, que por un instante me pareció distinto del que había sido siempre. Entonces le pregunté qué era lo que más quisiera hacer en este mundo, y me contestó de inmediato: "Pararme en una esquina".


martes, noviembre 22, 2016

QUE PASARA CON LOS ACUERDOS DE LA HABANA EN COLOMBIA

Nada le servirá a los lideres que  se abrogan la representación del No frente al nuevo acuerdo firmado entre el gobierno y  la FARC en Colombia, me refiero al presentado la semana pasada que tomó en cuenta las sugerencias de las mesas de concertación. Dicha propuesta fue entregada a los opositores para su estudio, nos han dejado saber que no los convence, se decanta, por las declaraciones del Doctor Uribe y del ex procurador Ordoñez que están en total desacuerdo o lo que es peor, exigen que cada modificación debe tener su previa aprobación, algo imposible políticamente hablando, olvidándose que esta es una negociación y no un acto de sumisión. Esto significa que no habrá acuerdo sobre el acuerdo. Esta será la realidad que dominará el espectro político en los próximos días, la cual esperamos se pueda manejar políticamente, las diferencias también son válidas en una democracia, aunque en Colombia la violencia siempre será una opción latente, a los opositores se les olvida que siempre estamos bailando sobre filo de la navaja. Esto obliga al presidente asumir de una vez el liderazgo con absoluta entereza y  decisión tendiente a implementar el acuerdo, la paz es un deber constitucional, pues las comunidades y las zonas afectadas por la violencia, quienes han tenido la paciencia, han esperado la aceptación de las élites del acuerdo en mención, con sus acostumbradas arrogancias de poder, ocultando hipocritamente sus intenciones encubiertas, ellos, me refiero a las élites, quienes nunca han sufrido la guerra, suponemos, se tomarían todo el tiempo, dilatarían como es su costumbre, nada les importa, no son conscientes de  lo peligroso que esta actitud resulta. Entretanto, las victimas, realmente solo esperan ver resultados prácticos, realidades que de verdad les hagan sentir que estamos frente a un proceso de paz. La ceguera de nuestra clase política, la misma que ha manejado el poder en los últimos treinta años, que ha llevado  a este país al caos y al estado perpetuo de violencia que nos ha caracterizado con las nefastas consecuencias por todos conocidas, comience de una vez por todo a ceder en sus insaciables intereses. El presidente Juan Manuel Santos, debe asumir con absoluto carácter el liderazgo que el país necesita, no puede ser inferior a las circunstancias y de una vez por todas debe lograr que los acuerdos funcionen. Un país completo espera que así sea y sobra decirlo que ya no tenemos tiempo extra.

Existe un ambiente enrarecido, pues es evidente que hay una clase especifica que no quiere ningún acuerdo, que no les conviene  este proceso y que asumen que la única salida es la entrega de la FARC, olvidándose que nunca han sido derrotadas, son los mismos, los que le han venido poniendo palos a la rueda a los acuerdos. Los efectos se dejan ver con absoluta claridad.  La devolución de las tierras, la titularización de amplias hectáreas están enredadas en tramites perversos y  están tan claros estos procesos, menos los de expropiación. La tierra y la propiedad que es nuestro peor problema, seguirá siéndolo por mucho tiempo. El latifundio seguirá prevaleciendo.
Así pasará con otros temas fundamentales, confirmando la sentencia de Lampedusa: que todo cambie para que todo siga igual.

ADDENDA        : El Presidente de la república ayer a las 7 Pm en alocución nacional expresó su decisión de presentar el nuevo mejor acuerdo al congreso para su aprobación e implementación una vez cumplido este trámite.








sábado, noviembre 19, 2016

MEXICO AUN NO SALE DE LA ENCRUCIJADA

Son impresionantes las contradicciones en que vive México, está atrapado en una situación nefasta gracias al narcotrafico, este país paradojal, es difícil comprenderlo a cabalidad, descifrarlo, tiene una riqueza cultura incuantificable, una historia rica y cargada de nacionalismo, una diversidad cultural inmensa; es y ha sido un país abierto, buen anfitrión, de unos años, para no decir que hace dos décadas, sus gobernantes son inferiores a sus responsabilidades, han sido tolerantes, permisivos con el narcotráfico y los llamados capos, los que mantienen una sinergia perversa con la institucionalidad, aceitada por el poder del dinero fácil, se fueron tomando el estado y la política, hasta someterlo.
Así lo ratifican muchos hechos, con mucho dolor, todos los días nos enteramos de noticias que reflejan el estado caótico en que se encuentra México. Esta semana, sin haber resuelto el caso de los 43 estudiantes secuestrados y ajusticiados hace más de dos años, un verdadero oprobio, recibimos otra vez una noticia lamentable desde la perspectiva del estado y los derechos humanos: “Un comando armado secuestró este jueves a un grupo de vecinos de una comunidad rural del estado de Guerrero, en el sur de México. Según ha informado Roberto Álvarez, vocero del Grupo de Coordinación Guerrero, una banda de entre 30 y 40 secuestradores llegó a una comunidad de Ajuchitlán del Progreso a las 8 de la noche. Iban armados. Testimonios recabados por las autoridades indican que se llevaron a entre 12 y 14 personas. Algunos, ha dicho el vocero, son menores de edad. Álvarez ha señalado como responsable al grupo de Los Tequileros”.
Son muchos los estudios realizados sobre el fenómeno en el propio México. Pese a los diagnósticos, a la preocupación de la academia y de la sociedad civil, existe una especie de inercia frente al mismo, todas las políticas gubernamentales al respecto han fracaso, además, los graves problemas de inequidad no contribuyen para nada, se ha vuelto también un problema cultural.
Colombia sin haber superado el problema, logró quitarle protagonismo al fenómeno, lo redujo a un problema delincuencial y creó paradigmas que han hecho que una buena parte de la juventud  este completamente en desacuerdo con estas bandas, es una generación que conoció el flagelo del narcotráfico, que sufrió sus consecuencias en carne propia y que sabe lo que significa ese mundo. Vender lo bueno, darle a la virtud la importancia que tiene, es tarea necesaria, sembrar ética. México, con el mayor comprador de droga como vecino, con un mercado abierto, no ha podido salir de esta encrucijada y contrario a lo que imaginamos, las bandas y capos se fortalecen todos los días. Un informe muy importante, entre muchos diagnósticos establecía: “Desde 1970, en México es evidente el deterioro en el proceso y capacidad del Estado para tratar el tráfico de drogas. Todas las medidas que se toman con la aprobación de Estados Unidos son ineficaces en la reducción del flujo de drogas hacia ese país; asimismo, por lo general, se caracterizan por la violencia y corrupción que este fenómeno genera. La situación contrasta con los continuos esfuerzos de ambos gobiernos por esconder las evidentes fallas en las estrategias antidrogas implementadas en los recientes años (Chabat, p.1)”.
La represión estatal le sube el precio de oferta a la droga, incrementa su valor de mercado, la corrupción se volvió por este factor en el problema más grave e inmanejable y la sociedad impotente decidió cerrar los ojos, callar. México debe recurrir a sus reservas morales y encarar cn absoluta entereza este flagelo, que llegó a extremos inimaginables. La nación de la revolución, de los nacionalismos exacerbados, de Octavio Paz, de Alfonso Reyes, de los grandes muralistas,  de poetas y soñadores, no puede dejarse arrinconar, como lo está haciendo hasta ahora.






jueves, noviembre 10, 2016

EL TRIUNFO DE TRUMP

Tenemos que analizar este triunfo con razones que vayan  mucho más allá de los presupuestos políticos a los que estamos acostumbrados. La pregunta es cómo un discurso xenófobo, nacionalista, irrespetuoso con los latinos y Mexicanos, profundamente populista e irresponsable arrase con los demócratas y gana las elecciones en los Estados Unidos con una mayoría que nadie esperaba. No se entiende como los latinos nacionalizados actuaron con un radicalismo que superó con creces a al de los propios americanos. Menos,  cómo las propagandas negras en los sistemas electorales han terminado por ser un factor determinante a la hora de sufragar, mucho más que las mismas propuestas. Hay una psicología individual, egoísta, que está primando por encima de cualquier interés comunitario o participativo, los intereses individuales se súper-ponen a las razones de estado, a los derechos humanos y al sentido exponencial de la democracia. Así lo ha venido expresando electoralmente el mundo, ya no se habla de apertura, de globalización y de participación, de desarrollo sostenible, los países están cerrando compuertas y existe una sobre-valoración de la suerte individual, primero yo y después yo, se descartan de antemano todas las responsabilidades con los demás, la otredad dicen los filósofos, este es un discurso que ha estado calando en el mundo.
Hemos criado una generación egoísta, se acostumbró a pensar desde una subjetividad centrada en el ego, en lo propio con absoluto desconocimiento del otro, del bienestar común, no quieren asumir sus responsabilidades políticas y menos entender cómo se mueve el mundo en materia geopolítica, no se comparte, no hay participación, una psicología cerrada, sólo entorno a intereses individuales. Esto fue lo que vendió el candidato, América para los americanos, no tenemos por qué asumir responsabilidades por fuera de este presupuesto, ha dicho el nuevo presidente con vehemencia, nada con los emigrantes, el que quiera salud que la pague y el problema del planeta no es de los Estados Unidos. Esta generación, el promedio americano de clase media, los latinos nacionalizados y una cultura en contra de la emigración que todos los días gana terreno, decidieron votar en masa e imponer una visión de país que rompe con muchos años de tradición política y responsabilidades de la potencia con el planeta. La abstención tiene costos muy altos, lo vivimos en Colombia, pasó en Inglaterra con el Brexit y ahora lo viven los norteamericanos.
Su discurso sobre el cambio climático, sobre Cuba, sobre Siria, Sobre los Latinos y la emigración,  sobre Israel, el que tiene que ver con las relaciones con Rusia, sobre la política petrolera, lo expuso de manera des-articulada, sin ninguna coherencia, al retoque de las encuestas y de una campaña sometida a unas presiones inimaginables. Cuando se mira con detenimiento cada uno de los debates, de los discursos, es difícil saber cuál será la política del presidente Trump en cada materia, esto quiere decir, que el trabajo que tendrán que hacer los republicanos para diseñar las políticas que se impondrán en la casa blanca a la hora de gobernar es total, creo que ellos no esperaban este triunfo, pese a que realizaron todas las jugadas para que así fuera en una campaña que se mueve más por lo emocional que por lo racional.
El nuevo presidente de los Estados Unidos, quien tuvo cuatro quiebras, que ha tratado mal a las mujeres muchas veces, nunca presentó su declaración de renta, es el mismo que no tiene pelos en la lengua para referirse a los Mexicanos de la peor manera, nunca presentó un programa coherente ni con respaldo serio, ahora que tiene que gobernar indefectiblemente, tendrá que bajar el tono de su discurso y pensar con alguna cuota de realismo, pues la mayoría de compromisos de estado adquiridos por los Estados Unidos, no podrán cortarse abruptamente por capricho del mandatario de turno.
Varias verdades, los latinos pese a su importancia, electoralmente están lejos de decidir en una elección, les falta pelo para el moño. Hay una derecha muy fuerte en este país que piensa muy diferente al común de los mortales, es xenófoba, egoísta, racista, poco le importa la salud del planeta, a ella se le une una clase media que no quiere saber más de emigración, menos ceder  sus privilegios y derechos a favor de cuotas de participación a favor del mundo. Y definitivamente los demócratas tienen que re-inventarse. Quien lee columnistas, pese a sus posiciones, parece que en nada inciden en la opinión pública, nadie los lee, sus opiniones no inciden para nada, la prensa se quedó sola.
La política ha tenido un cambio sustancial, las campañas no giran alrededor de los grandes debates, responden a otro tipo de relación, más instintiva, muy emocional y movidas por las redes sociales, el mundo digital y las campañas negras. No son las ideas las que mueven el mundo.
Latinoamérica debe actuar con prudencia, ser más inteligente que las circunstancias y esperar, no le queda otra. El proceso de Paz, los acuerdos de la Habana para Colombia, deberán cerrarse pronto, deben hacerse en el mandato de Obama, por lo menos ratificarse y constituirse en política de estado, es mejor no seguir jugando con la suerte de este país, con Trump la cosa será a otro precio.









domingo, noviembre 06, 2016

¿QUIÉN HA DAÑADO LA POLÍTICA?

Durante el Gobierno de Bush se produjeron escándalos sobre los que nadie pidió cuentas
PAUL KRUGMANG

He decidido transcribir esta excelente columna de  Paul Krugmang, Estados Unidos decide quién será su presidente este martes, nunca antes se había polarizado una elección tanto y lo que es peor, nunca se habían visibilizado las posiciones en contravía de tal manera, por una parte, una sociedad de derecha, xenófoba, racista, con total desconocimiento de las responsabilidades que como potencia tiene su país, reflejo de un capitalismo inhumano y voraz al que no le importa la conservación del planeta y por la otra una sociedad de emigrantes, multi-etnica, respetuosa de la ley, quien admite la apertura y el hecho que la grandeza de esa nación se le debe a múltiples factores, cuya principio esencial ha sido la aceptación y respeto por la libertad , la democracia y el respeto por los derechos humanos, todos de la mano en la aceptación del otro donde la emigración ha sido factor vital.

Que sepamos, Paul Ryan, el presidente de la Cámara de Representantes —y líder de lo que queda del sistema republicano— no es racista ni autoritario. Sin embargo, está haciendo todo lo posible por convertir a un racista autoritario en el hombre más poderoso del mundo. ¿Por qué? Porque así podría privatizar Medicare y bajarles drásticamente los impuestos a los ricos. Y eso, en resumen, explica lo que le ha pasado al Partido Republicano y a Estados Unidos.
Estas han sido unas elecciones en las que, cada semana, se ha quebrantado alguna antigua norma de la vida política estadounidense. Ahora tenemos a un candidato de un partido importante que se niega a hacer públicas sus declaraciones de la renta, a pesar de las enormes dudas que pesan sobre sus negocios. Repite sin parar afirmaciones que son completamente falsas, como la de que el índice de criminalidad es más alto que nunca, cuando, de hecho, está cerca del mínimo histórico. Sus propias palabras lo retratan como un depredador sexual. Y hay muchísimo más.
En el pasado, cualquiera de esas cosas habría descalificado a un candidato a la presidencia. Pero los dirigentes republicanos se limitan a encogerse de hombros. Y mostraron su alegría cuando James Comey, director del FBI, rompió con la norma establecida y desvirtuó en gran medida las elecciones; si Hillary Clinton gana a pesar de todo, han dejado claro que intentarán impedir cualquier nombramiento del Tribunal Supremo, y ya se habla de proceso de destitución. ¿Por qué razón? Ya encontrarán algo. ¿Y cómo es que se han destruido todas nuestras normas políticas? Una pista: todo empezó mucho antes de Donald Trump.
Por un lado, los republicanos decidieron hace mucho tiempo que todo valía en el intento de deslegitimar y destruir a los demócratas. Quienes somos lo bastante mayores para recordar la década de 1990, también recordamos la serie interminable de acusaciones lanzadas contra los Clinton.
Nada era demasiado inverosímil para que se hablase de ello en la radio y se le diese pábulo en el Congreso y los medios de comunicación conservadores: ¡Hillary mató a Vince Foster! ¡Bill era narcotraficante! Nada era demasiado trivial para dar pie a audiencias en el Congreso: 140 horas de declaraciones sobre un posible mal uso de la lista de felicitaciones de Navidad de la Casa Blanca. Y, por supuesto, siete años de investigación sobre una transacción inmobiliaria fallida. Cuando Hillary Clinton hizo su famosa declaración sobre una “inmensa conspiración de la derecha” destinada a minar la presidencia de su marido, no exageraba; tan solo describía una realidad evidente.
Y como las acusaciones relacionadas con escándalos demócratas, por no mencionar las “investigaciones” del Congreso que partieron de una presunción de culpabilidad, se habían convertido en la norma, la mera idea de mal comportamiento independiente de la política desapareció: el reverso de la persecución obsesiva del presidente demócrata fue la negativa absoluta a investigar hasta las fechorías más evidentes de los presidentes republicanos.
Durante el gobierno de George W. Bush, se produjeron varios escándalos reales, desde lo que parecía una purga política en el Departamento de Justicia hasta los engaños que nos llevaron a invadir Irak; nunca se obligó a nadie a rendir cuentas.
La erosión de las normas continuó tras la llegada de Obama a la presidencia. Se ha tropezado con una obstrucción total a cada paso; con chantajes por el tope de la deuda; y ahora, con la negativa a que se celebren siquiera audiencias sobre su candidato para cubrir una vacante del Tribunal Supremo.
¿Cuál era el objetivo de este ataque contra los acuerdos y normas implícitos que necesitamos para que la democracia funcione? Bueno, cuando Newt Gingrich paralizó el gobierno en 1995, lo que intentaba era —¿lo adivinan?— privatizar Medicare. La ira contra Bill Clinton reflejaba en parte el hecho de que les había subido un poco los impuestos a los ricos.
En otras palabras, los dirigentes republicanos se han pasado las dos últimas décadas haciendo exactamente lo que gente como Ryan hace ahora: destrozar las normas democráticas a fin de obtener beneficios económicos para su clase donante.
Así que, en realidad, no debería sorprendernos demasiado que Comey, que resulta que es ante todo un republicano, y no tanto un funcionario, haya decidido convertir su puesto en un arma en vísperas de las elecciones; es lo que los republicanos han estado haciendo en todas partes. Y no debería sorprendernos lo más mínimo que los escabrosos defectos personales de Trump no lo hayan distanciado de los dirigentes del sistema republicano: hace mucho que decidieron que los escándalos son solo cosa de demócratas.
A pesar del abuso de poder por parte de Comey, es probable que Clinton gane. Pero los republicanos no lo aceptarán. Cuando Trump proteste furiosamente contra las “elecciones amañadas”, espérense como mucho un desacuerdo silencioso por parte de un sistema republicano que, en el fondo, nunca acepta la legitimidad de la presencia demócrata en la Casa Blanca. E, independientemente de lo que haga Clinton, el bombardeo de falsos escándalos continuará, ahora acompañado de peticiones de destitución.
¿Se puede hacer algo para limitar los daños? Sería de ayuda que los medios de comunicación aprendiesen por fin la lección y dejasen de tratar las difamaciones republicanas como si fuesen noticias de verdad. Y también vendría bien que los demócratas consiguiesen el Senado, para que al menos se pudiese gobernar un poco.