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viernes, agosto 21, 2020

LOS ASESINATOS Y SECUESTRO DE JOVENES EN COLOMBIA

 


Dos masacres en menos de una semana, que dejaron 13 muertos entre adolescentes y universitarios, hablan de lo peligroso que resulta sobrevivir en esos territorios colombianos que siguen siendo castigados por la violencia. Una verdad que nos duele, refleja un país cruel e incivilizado, sobreviven radicalismos anacrónicos e inexplicables desde una perspectiva histórica.

La juventud ha sido victimizada, incorporada a la guerra a la fuerza, el constreñimiento ilegal es lo cotidiano, los grupos armados que se mueven ideológicamente en los extremos, radicales y sanguinarios, crueles por naturaleza son los responsables de semejante oprobio. Para no hablar de los niños, los que no solamente son asesinados, sino incorporados a la guerra,

Los informes de prensa me dejan impertérrito: “En Cali fueron cinco los adolescentes a los que masacraron. O mejor: los niños. Tenían entre 14 y 16 años. En Samaniego, en el departamento de Nariño, fueron ocho los jóvenes masacrados. Tenían entre 17 y 25 años. Los primeros eran niños afro, estudiantes de bachillerato, hijos de recicladores, vendedores ambulantes, obreros de construcción y empleadas domésticas. Hijos de la guerra. Los segundos eran universitarios, en su mayoría. Muchachos de clase media, hijos de profesores, médicos, pensionados, campesinos y comerciantes que construían su futuro. Y los hechos en los que los mataron ocurrieron con apenas cuatro días de diferencia. La primera: el martes 11 de agosto. La segunda: el sábado 15 de agosto. A los primeros los mataron en un cañaduzal del suroriente de Cali, en un barrio donde reubicaron a cientos de familias que huyeron del conflicto armado de diferentes regiones del Pacífico colombiano. Habían pasado mucho tiempo resguardados en cambuches sobre un jarillón del río Cauca y se los llevaron a vivir en un proyecto de vivienda de interés social hace siete años, bautizado con un nombre que fue la esperanza de una mejor vida: Llano Verde. Queda en el distrito de Aguablanca: un universo donde conviven todas las miserias de Colombia. A los segundos los masacraron en la vereda Santa Catalina, a pocos kilómetros del casco urbano de Samaniego. Los primeros habían salido a elevar una cometa y los segundos estaban compartiendo unas cervezas en una casa familiar. Las investigaciones sobre los autores del crimen contra los cinco niños de Cali van por buen camino. Hay varios sospechosos. Los familiares, que descubrieron sus cuerpos arrumados y acribillados, aseguran haber visto a los vigilantes del cañaduzal con machetes ensangrentados. De los segundos se sabe que varios hombres irrumpieron en la celebración y arremetieron con fusiles y armas de corto alcance. Eso lo cuenta un muchacho que logró sobrevivir haciéndose el muerto y que se amontonó encima de varios de sus amigos que realmente estaban muertos”.

También en Nariño, pero en el municipio de Leiva, en límites con Cauca, mataron a otros dos menores de edad. Cristian Caicedo y Maicol Ibarra, de 12 y 17 años, iban para el colegio a llevar una tarea y fueron interceptados y asesinados por hombres del clan del Golfo, que se disputan el control de ese territorio con el Eln y con las disidencias de las Farc; una guerra por los cultivos de coca y por las rutas para sacar la droga, según informaron las autoridades municipales. Los mataron a quemarropa con armas de fuego de largo alcance. Los ejemplos son muchos, darían para un articulo completo, hablo de una crónica de una region asediada por la muerte y la sangre(1).

La muerte continua de nuestros hijos, jóvenes, habla de nuestra barbarie. El texto de Sarmiento Barbarie o civilización, mantiene una vigencia absoluta, la diatriba persiste, por su puesto el anacronismo del país es evidente en esta materia, nosotros parecemos no salir de la barbarie, paradoja que aún ni los historiadores explican a cabalidad. Es más bien un tema para sociólogos y psicoanalistas.

Los asesinos son verdaderos barbaros: “¡Los iban a quemar! En la noche los quemaban y al día siguiente los iban a desaparecer. Estos ángeles fueron los que nos llevaron hasta donde los habían matado”, gritó la mujer al pedir justicia”. Es un hecho, “Lo que sí se sabe, hace rato, es que matar y quemar gente en los cañaduzales es una práctica cada vez más convencional en la capital del Valle y en los alrededores. Una búsqueda rápida en Google dará cuenta de todos los registros que hablan sobre una modalidad de crimen que busca eliminar cualquier huella. Como si no fuera suficiente tener que enterrar a sus hijos tan vilmente asesinados, los padres han tenido que salir a aclarar que ellos eran niños buenos y juiciosos, que soñaban ser futbolistas y bailarines de música urbana, que no consumían drogas y no tenían vicios ni malas amistades”.

Colombia es de los pocos países, por no decir el único que conserva la guerrilla de guerrillas, un verdadero anacronismo y refleja nuestro atraso político, sobrevive gracias al narcotráfico, que le da flujos que ningún grupo armado contó en estas proporciones hasta la fecha.

Algunas cifras tomadas a la mano hablan del grado de nuestra violencia contra los jóvenes y niños, los que inmersos en una guerra ajena, la padecen inclementemente: Entre agosto y noviembre de 2018, el Ministerio de Salud documentó que el porcentaje de jóvenes entre los 18 y 24 años que sufrió violencia sexual, física o psicológica antes de la mayoría de edad es de un 41%, en donde las mujeres fueron un 40,8% y un 42,1% los hombres registraron que quedó en la Encuesta de Violencia contra Niños, Niñas y Adolescentes (EVCNNA). El 2019 aumentó y las cifras del siglo 20, son escalofriantes.

Lo peor, nos acostumbramos a los hechos. Esto sí es un problema, aprendimos a convivir con esta realidad en una frialdad cruel, oprobiosa, inercial, habla de la lo grave de nuestra sociedad. Poco nos importa la muerte de nuestros jóvenes y el secuestro e incorporación de los niños a la guerra. Sabemos que el narcotráfico es un eje que hace casi imposible la solución, hay más territorio que estado. Las consecuencias están a la mano: “Las personas que han estado expuestas a la violencia psicológica, según la encuesta, reportan más problemas de salud mental como estrés, conductas de auto daño e ideas suicidas. Así mismo, la encuesta señala que existe elevado consumo problemático de alcohol, tanto en mayores como en menores de edad”, señaló el Ministerio de Salud”. Somos un país enfermo.

Conclusión: Nada que hacer. Lujo que no se puede dar un país, cuya única solución reposa en las nuevas generaciones.

ADDENDA: Los asesinatos han continuado, sobre todo en los últimos días, se han ensañado con los jovenes, estan eliminando el futuro y cercenando la fe en este país, que continúa en manos de los bárbaros. Hoy nos enteramos de la matanza de tres jóvenes en el municipio de Venecia Antioquia. Las bandas criminales han terminado haciendo lo que les plazca. Son masacres, ahora el gobierno ha querido montar el concepto de asesinatos colectivos, una forma de sacarle el quite a responsabilidades frente a la comunidad internacional.

(1) Llano Verde es un barrio acorralado por odios de fuerzas oscuras, riñas entre pandillas y disputas territoriales de bandas que buscan reclutar a menores de edad, en alianzas con el narcotráfico. Actores ilegales que encontraron, en esa llanura del extremo de Cali, un corredor para el tráfico de armas y drogas. Todo eso, a 40 minutos de un lugar que la Fuerza Pública conoce como el ‘triángulo de la marihuana’. Así lo expresan las autoridades cuando hablan de Miranda, Corinto y Toribío, en el norte del Cauca.

Este es el barrio donde el Estado —el Gobierno Nacional y el municipio— puso a vivir en comunidad hace siete años a familias que en el pasado sufrieron en carne propia la violencia de guerrilleros y paramilitares, que las sacaron corriendo de sus terruños, junto a quienes empuñaron armas en el conflicto, y a quienes levantaron asentamientos de cambuches en zonas inundables. Toda una bomba social en un lugar desde donde sus cerca de 20.000 habitantes —un barrio que puede ser del tamaño de un municipio de quinta categoría— divisan el resto de una Cali edificada pero literalmente lejana. Muchos de ellos se sienten como si estuvieran en un gueto