Los que vivimos en este
hermosa ciudad, nos pasa lo que a los padres con ciertos hijos descarriados, no
queremos aceptar la gravedad de algunos hechos que, de no ser controlados
podrán terminar muy mal. Vivimos con muchos temores
y parecemos desviar a cada momento la atención frente al cumulo de sucesos que
avasallan nuestra cotidianidad y convivencia.
La villa como suelen
llamarla: la ciudad más innovadora, la aspirante a las olimpiadas juveniles, la
única en llevar escaleras eléctricas a los barrios populares, la urbe de las
grandes bibliotecas y el plan de lectura y educación más grande de latinoamérica,
la ciudad de un desarrollo urbano con respeto absoluto por el espacio público, es
también una ciudad donde pululan las vacunas, la extorsión, el cobro extorsivo,
las fronteras invencibles, el desplazamiento, los combos, el asesinato, la penetración
del narcotráfico en todos los estamentos de la sociedad. Siempre estamos a la espera que un extraño
nos asedie, que alguien nos increpe y nos cobre en nombre de otro, que nos
amenacen. Paradójicamente vivimos con una morbosidad enfermiza. Se editan dos periódicos
populares donde descarnadamente se narran y se muestran las fotos más cruentas
de asesinatos, torturas, en las mañanas este es el plato fuerte del chismorreo
y comentario banal, no regodeamos en la sangre de los demás, con una especie de
suspiro, por no habernos tocado.
Soy consciente que las
autoridades están haciendo un esfuerzo, pero creo que no es el que corresponde,
de alguna manera eluden la verdadera
magnitud de lo que está pasando. Medellín está enferma y como lo dicen muchos
ciudadanos en un argot simple: “El problema se salió de las manos”. Como volver
a la civilicidad, es la pregunta a resolver, en una ciudad que ha demostrado en
casos anteriores, una fortaleza sin
igual para enfrentar estos flagelos.
Salimos en la mañana, con
un temor reverencial, no sabemos si regresaremos. Besar a nuestros hijos se
volvió algo más que una despedida casual. Es un verdadero ritual, como cuando
el guerrero va hacía la batalla. No se
entiende que esta ciudad del emprendimiento, del festival mundial de la poesía,
viva en medio de un miedo contingente que nos socava lentamente.
La solución es
a largo plazo, compromete a más de una generación, solo la educación
permitirá solucionar tan grande escollo y deberemos trabajar sobre el núcleo de la
familia, desde la célula de la sociedad constituye la única manera real de enfrentar este problema. Hablo de una revolución ética que nos comprometa a todos. Con perdón y olvido y con la autoridad que permita estar alerta al cumplimiento de los compromisos adquiridos. Deberá ser un plan, que se traduzca en
cambios a diario, minuto a minuto, estar alerta le da grados de eficacia, que se traducirán en trasformaciones visibles, en la forma de tratarnos y sobre todo en la manera de resolver los conflictos.
Es hora de asumir la tercera vía y no me refiero a ningún plan político, sino a
poner sobre la palestra mecanismos alternativos para solucionar un problema verdaderamente grave para todos lo que habitamos esta hermosa ciudad, hecha a pulso por generaciones recias anteriores a este galimatias que siente y le duele lo que está pasando. De todos depende que iniciemos la tarea. En todo caso seguiré abrazando
esta ciudad, luchando por ella y espero como siempre empecemos una revolución ciudadana, que nos
permita vivir en paz.