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sábado, marzo 30, 2019

HISTORIA Y MEMORIA EN COLOMBIA


Curiosamente cuando más publicaciones aparecen tratando de explicar y entender la naturaleza del conflicto colombiano, las múltiples violencias que desde hace cinco décadas desgranan al país y  hacen parte del paisaje social, el estado a través del ejecutivo, en su legitima condición, quiere dar una nueva interpretación de nuestro pasado, asevera desde el partido de bancada  que, nunca ha existido conflicto y que nosotros, somos consecuencia de un terrorismo soterrado y bandas criminales, el eje corruptor ha sido el narcotráfico y  el problema de la tierra, no reviste la importancia que algunos historiadores le han querido dar. De hecho la agenda pública reviste actos en esa dirección, es política de estado revisar la historia, re-escribirla..
Recordé un texto publicado por la editorial “La carreta” de Medellín, llamada: “Para qué enseñar historia” compilado por Javier Guerrero Barón y Luis Weisner Gracia, en referencia a los historiadores, el texto empezaba con estas apertura, bastante esclarecedora: “Aquellos en que los historiadores desempeñan un papel, pero que es gestionado substancialmente por otros protagonistas políticos y por los medios de comunicación de masas ( G. Santomasino,2001-9-9). En este terreno solo cuentan aquellos que cumplen con la función de legitimar los usos políticos correctos, mientras que el papel de quienes enseñamos se supone que debe reducirse a poco más que a trasmitir mecánicamente los contenidos que se han fijado desde arriba”. Categoriza después: “ Los gobiernos han sido siempre conscientes de  la importancia de ese uso público de la historia. En un pasado más lejano, nombrando cronistas oficiales (: Luis XIV de Francia tenía una nómina hasta de diecinueve historiadores) o controlando en que se recordaban los acontecimientos. Napoleón se encargaba incluso de fijar los detalles de los cuadros que reproducían sus victorias”.
Pecault escribió: “Cuando se trata de un fenómeno de las características de la violencia en Colombia, en el cual se presentan una serie de manifestaciones supremamente heterogéneas entre sí: Luchas partidistas, luchas de apropiación de la tierra (Con rasgos diferentes de acuerdo a las regiones de colonización, de regiones donde existen latifundios y minifundios), desplazamientos masivos de la población, bandolerismo social y político, auto-defensa campesina. En este caso nos encontramos frente a procesos bastante diferenciados. La unidad de estos fenómenos es problemática y más aún, la posibilidad de construir una narración histórica de todo el conjunto de los fenómenos de la violencia dado el carácter específico de sus manifestaciones”.
Las narrativas históricas siempre han sido difíciles pero necesarias. Uno podría estudiar el conflicto desde los textos más emblemáticos de la literatura nuestra: “La vorágine, la mala hora,  la hojarasca. Cien años de soledad, la virgen de los sicarios. El problema de apropiación de tierra y desplazamiento, desde ópticas diversas, el nacimiento de la guerrilla y los procesos de marginación política y falta de equidad política en contexto con ejes globales de necesaria incidencia e importancia.
En la biblioteca pública “La floresta” de Medellín me encontré con texto académico que estudia “El conflicto y territorio en el sur de Colombia”, el título de apertura del mismo se denomina: “Una vieja guerra en nuevo contexto”. Ahora con el paro del Cauca en el sur de Colombia,  parto afirmando que esta problemática ha sido suficientemente estudiada por la academia que entre otras cosas no es atendida por los gobiernos y es más bien desdeñada. El prólogo abre con este interrogante: “La violencia en Colombia- Tal vez el principal freno al progreso económico y social- continua desafiando de manera obstinada las políticas públicas para enfrentarla, ya que son frecuentemente reaccionarias y reactivas, en no pocas ocasiones ajenas a la realidad regional y muchas veces contrarias a los procesos de desarrollo en los territorios en los que la violencia se expresa”. Esta obra de 475 páginas desde la perspectiva histórica, “Busca explicar las continuidades y rupturas temporales  del conflicto armado colombiano en relación con las particularidades espaciales de las  regiones y subregiones de esta parte del país, a partir de procesos de poblamientos y tensiones del mundo rural. Esas continuidades y rupturas permiten discutir las interpretaciones del conflicto a la luz de diferentes modelos interpretativos, al tiempo que ofrecen un modelo propio e innovador de interpretación de la realidad violenta”. Este es un trabajo de más de tres años. Esto quiere decir que los diagnósticos y los estudios sobre nuestra realidad están a la mano. Desconocer el conflicto constituye el punto de partida del actual gobierno, esperamos como esta óptica se reproduce como agenda pública. Hasta ahora esta condición reactiva parece no tener buenos resultados. El debate queda abierto.