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domingo, diciembre 13, 2009

LA CRISIS DE LOS PARTIDOS POLITICOS EN COLOMBIA

Los partidos políticos en Colombia viven una crisis que aun la sociedad no dimensiona, basta recordar a manera de ejemplo, para que entendamos la gravedad de los que está sucediendo, que la actual situación de Venezuela tuvo su punto de origen en el colapso de las dos colectividades más importantes, cuando sus dirigentes, después de usufructuar el poder por muchos años, terminaron entregándole el país a un caudillo popular. Cuales fueron sus errores: Asumieron que su mandato era eterno e incuestionable, saquearon las arcas por más de cincuenta años, manejaron el estado como propio y lo que es peor, nunca se preocuparon por un cambio, ni por desarrollar proceso democráticos internos y menos por renovarse. Su error fatal: desconocieron al constituyente primario. A propósito del aniversario de la independencia, desafortunamente caímos de nuevo en un concepto de historia épica, mentirosa, llena de héroes de papel, armados con patriotismo peligroso. Sería bueno revisar el origen de nuestros partidos desde la relación sujeto-poder, haciendo una retrospectiva desde una arqueología que permita develar sus peores males, para desentrañar como han llegado ha tan grave estado.
Empecemos pelando la cebolla de nuestra historia en un proceso inverso, que nos permita entender el caos actual. Ósea, algunas claves de la actual situación se entenderán mejor a la luz de una retrospectiva arqueológica. Las colectividades nacen del afán de organizar la nueva republica a la luz de las ideologías liberales en efervescencia en la Europa del siglo XVIII, pero cada un de las organizaciones creadas responden a la suma de intereses personales que emergían para el momento. Un texto clásico del siglo XIX, escrito por Manuel María Madiedo recordaba algunas verdades que se nos han perdido entre la multitud de historias oficiales:
En 1819, el general Santander se descalzó las espuelas de Boyacá en las antesalas del palacio de gobierno: colgó la espada del soldado y tomó la pluma del estadista para demostrar sus grandes talentos administrativos. Bolívar era un poseído, poseído por el genio de los combates, por la ambición de la gloría. ¿Qué le importaba entonces a él el gobierno? Él no quería sino gobernar a la fortuna, y remedar los destellos del grande astro de la Francia, de quien apenas fue el más bello satélite.
Esos dos hombres se encontraron, al fin, frente a frente. Santander con su clientela de empleados, Bolívar con sus veteranos victoriosos. ¿Qué quería cada uno de ellos? ¿El gobierno? Pero no podían compartírselo; porque en sus pretensiones exclusivas, cada cual lo quería todo para sí, con un tipo propio recíprocamente inadmisible.
Alrededor de Santander se agrupó el antiguo criollaje, vestido de todos colores, y buscando la antigua preponderancia, al arrimo del orden civil de que Santander se había hecho el patrono.
Alrededor de Bolívar estaba la democracia del sable, con la victoria por título.
En nada de esto había ideas de verdadera República. Esto no era más que la antigua colonia española, con otros vestidos que los que le venían antes de la España.
Desde el nacimiento de los partidos hasta la fecha ha sido imposible escapar de este nudo gordiano de intereses personales detrás del estado, situación que es inevitable por demás, pero que cuando asalta los equilibrios necesarios con el constituyente primario, se rompe el cordón umbilical que legitima el usufructo del poder y se cae en anarquías peligrosas. Volver al concepto Aristotélico de política sería el ideal, pero es un hecho que solo se puede escrutar su contenido, a la luz del poder, como marco de acción de la misma y el poder en este caso, no es considerado como algo que el individuo cede al soberano (concepción contractual jurídico-política), sino que es una relación de fuerzas, una situación estratégica en una sociedad determinada. Por lo tanto, el poder, al ser relación, está en todas partes, el sujeto está atravesado por relaciones de poder, no puede ser considerado independientemente de ellas. El poder, según dice, no sólo reprime, sino que también, produce efectos de verdad y produce saber.
Los partidos políticos Colombianos entraron en una crisis profunda por razones diversas, pero que atienden a un común denominador: No tienen ninguna su credibilidad, la sociedad en general esta completamente escéptica. El partido Conservador desde que perdió el poder en 1930, solo ha sobrevivido gracias a sus habilidades para usufructuarlo basado en los grandes privilegios heredados del siglo XIX y un contubernio peligroso con el partido liberal en los últimos cuarenta años, que le ha permitido cuotas altísimas del mismo en cada uno de los periodos presidenciales y el acceso a una burocracia que aceita permanente sus maquinarias. Carente de una ideología moderna, sin teóricos y menos sin pueblo, ahora se ha despersonalizado y vive a la sombra del presidente Uribe. Sobra decir que al que a buen palo se arrima buena sombra lo cobija.
El partido Liberal, la colectividad más importante del siglo XX, que modernizo el estado, que le permitió a la clase obrera tener los instrumentos legales para defender sus derechos y por lo tanto organizarse en pleno, que le dio al país los hombres más importantes, qué tuvo una relación de mayoría con un pueblo que adoraba su organización política, termino perdiendo cada uno de los ideales que le hicieron grande para caer en el fatal hoyo negro de la corrupción, el desenfreno y los acuerdos nefastos con organizaciones por fuera de la ley, en medio de clientela, y burocracia parasitaria.
Aquí aparece el caudillo, el hombre que todo lo puede, el salvador. Como en Venezuela, solo es posible en el contexto de la crisis de los partidos. Gana las elecciones legítimamente, modifica las leyes para beneficio propio, se abroga el estado, los medios de comunicación: En fin “El estado soy yo”. Paradójicamente, el pueblo lo adora y el asume que el país solo sale adelante de su mano, vuelve y modifica la leyes y ahora, quiere eternizarse. Como y por qué, miremos nuestra historia y vamos entendiendo lo peligroso del momento.