Esta es una excelente columna publicada en el periódico “El país” de
España, hace un análisis exhaustivo de las consecuencias de la decisión de los ingleses
con respecto al Brexit después de un año, estudia lo vulnerable del
electorado y cómo la opinión pública es absolutamente manipulable en los
actuales momentos. Aún no acabamos de entender el papel de las redes sociales
en la configuración de la realidad social y política del mundo, es difícil hoy
con las TIC definir hasta qué punto una información es veraz. Este es apenas un
capitulo de todo lo que está pasando en el mundo, el ejemplo Trump, es el más emblemático ejemplo de las perversidades que tienen lugar, cuando no existe piso firme, certezas,
cada quien puede crear verdades de mentiras y falsedades, lo importante es
repetirlas hasta que se trasformen, el miedo tiene que ver mucho en esto.
Si la prioridad es la economía, lo
lógico es pensar que Reino Unido debe permanecer en la Unión Europea, y eso es
lo que muchos conservadores y laboristas piensan en privado. Pero no se atreven
a decirlo, porque “el pueblo ha hablado”
TIMOTHY GARTON ASH
22 JUN 2017 - 17:00 COT
Parece que lo más probable es un
Brexit blando. Pero, en ese caso, ¿para qué tanto lío?
Los británicos no saben lo que
quieren,decía el titular de portada del gran diario suizo Neue Zürcher
Zeitung. O dicho de otra forma: los británicos no se ponen de acuerdo
en qué quieren ni saben cómo conseguirlo. En el primer aniversario del
referéndum que aprobó la salida de la Unión, resulta doloroso ver el caos en
que se encuentra el país.
En cambio, el resto de la UE está
haciendo serios esfuerzos para recuperarse. Desde que el presidente francés,
Emmanuel Macron, apareció ante el Louvre la noche de su victoria electoral, a
los sones del himno de Europa, y todavía más desde su éxito en las elecciones
legislativas, existe un nuevo optimismo sobre la capacidad de la pareja
franco-alemana de volver a enderezar el proyecto europeo. En el primer
trimestre de este año, la economía de la eurozona creció más deprisa que la de
Reino Unido. Después de las victorias del Brexit y Trump, en muchos Estados
miembros ha aumentado el apoyo popular a la UE. Angela Merkel ha dicho que
Europa tiene que cuidar de sí misma porque ya no puede depender de Estados
Unidos ni de Reino Unido.
Las autoridades de París, Berlín y
Bruselas tienen sus propios problemas, y el Brexit, para la mayoría, no es más
que una cuestión irritante pero secundaria. Una fuente alemana bien informada
ha contado que, en la primera entrevista entre Macron y Merkel, dedicaron unos
60 segundos al tema.
La UE de 27 hablará brevemente del
Brexit durante la cumbre de hoy por la mañana en Bruselas, mientras May se toma
el té en Downing Street. Quizá se disputen el reparto de los organismos
europeos que están en Londres, pero todos están de acuerdo en el mensaje básico
de la UE al Gobierno británico: “No, no podéis tenerlo todo” (The Daily
Maillo llamará intimidación).
Mientras tanto, las elecciones en
Reino Unido han dado nuevo impulso a un Brexit más blando. Los laboristas
arrebataron votos a los conservadores, sobre todo en circunscripciones que en
2016 votaron por la permanencia en la UE. Ahora tenemos un Parlamento sin una
mayoría partidaria de un Brexit duro, ni mucho menos de la tontería que le
gusta repetir a May, que “ningún acuerdo es mejor que un mal acuerdo”. Los
laboristas, los demócratas liberales y los nacionalistas escoceses quieren un
Brexit blando o permanecer en la UE. Incluso el Partido Unionista Democrático
(DUP) de Irlanda del Norte, favorable al Brexit, y cuyos 10 votos necesita el
Gobierno, quiere que se mantenga abierta la frontera con la República de
Irlanda. Además, los resultados electorales han empujado a los diputados
conservadores que votaron por la permanencia a luchar por un Brexit más blando
y dar prioridad a la economía y el empleo. El ministro de Hacienda, Philip
Hammond, defiende una visión del Brexit diferente a la que propuso May al
pueblo británico. En un discurso pronunciado el 20 de junio en la City, volvió
a convertir la economía en el aspecto prioritario del Brexit.
Sin embargo, es una postura
ligeramente extraña e incoherente. Porque, si las prioridades son la economía y
el empleo, es evidente que lo mejor para Reino Unido es permanecer en la UE.
Por eso David Cameron, en la campaña del referéndum, apeló exclusivamente
(demasiado exclusivamente) a las consecuencias económicas. En otro discurso
pronunciado también el día 20, el gobernador del Banco de Inglaterra, Mark
Carney, relacionó directamente el hecho de que haya “menor crecimiento de las
rentas reales” con las negociaciones del Brexit. Es decir, que ya se ven las consecuencias
negativas. Y no hemos hecho más que empezar.
Cameron perdió el referéndum
porque, a muchos votantes, limitar la inmigración y restablecer la soberanía
formal y el autogobierno democrático —es decir, “recuperar el control”— les
pareció más importante que la economía, que les hicieron creer que tampoco iría
tan mal. Si la prioridad es la economía, lo lógico es pensar que Reino Unido
debe permanecer en la UE, y eso es lo que Hammond y muchos otros conservadores
y laboristas piensan en privado. Pero no se atreven a decirlo, porque “el
pueblo ha hablado” y porque no quieren dividir a sus propios partidos.
El miércoles 21 daba pena ver a la
reina Isabel, una anciana admirable, leyendo sin ganas las ilusas promesas del
Gobierno en su trono de la Cámara de los Comunes.
Si hemos aprendido algo en este
último año es que, en política, nadie sabe qué va a suceder mañana: ahí están
el Brexit, Trump y Macron. No obstante, tengo la impresión de que, después de
un periodo de transición con las condiciones actuales, Reino Unido acabará
probablemente con un acuerdo similar al de Noruega sobre el Espacio Económico
Europeo (EEE), el acuerdo especial de libre comercio de Suiza o el de
pertenencia de Turquía a la unión aduanera. Podrán adornarlo con la Union Jack,
pero Reino Unido será miembro del mercado común, tendrá que respetar unas
reglas en las que no ha intervenido, seguirá pagando a las arcas de la UE, verá
muy poca reducción del número de inmigrantes de la UE y tendrá que aceptar unos
acuerdos vinculantes de arbitraje en los que el Tribunal de Justicia de la UE
seguirá teniendo un papel muy importante. La mayoría del Parlamento seguramente
se lo tragará y saldrá del paso a la británica.
Aunque no existe ningún consenso
entre los británicos (las proclamas de May sobre “la unidad del país” sobre el
Brexit son descaradamente ridículas), quizá esa posición sea un medio camino
entre los extremos de la salida y la permanencia. El otro día hablé con un
estudiante suizo y me dijo que, aunque sabe que su país depende enormemente de
la UE, no quiere que Suiza se incorpore a la Unión porque “sigo teniendo la
sensación de que mandamos en nosotros mismos”. Muchos británicos desean
recuperar ese sentimiento, a pesar de ser conscientes de que una cosa es la
soberanía formal y otra, muy distinta, el verdadero poder.
Tal como van las cosas, me parece
que ese es el terreno en el que acabaremos. Pero no es inevitable. Los
británicos europeos debemos unir nuestras fuerzas para decir, cuando se
presenten los resultados de una negociación descafeinada ante el Parlamento:
“Lo que hemos conseguido es quedarnos sin nada. ¿Por qué conformarnos con ser
de segunda categoría, con todos los inconvenientes y muy pocas ventajas, cuando
podríamos permanecer en la UE y ser miembros de pleno derecho?”. Al fin y al
cabo, como dijo hace unos años el hoy ministro del Brexit, David Davis, “si una
democracia no es capaz de cambiar de opinión, deja de ser una democracia”.
Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios
Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige el proyecto
freespeechdebate.com, e investigador en la Hoover Institution, Universidad de
Stanford. Recientemente recibió el Premio Internacional Carlomagno. @fromTGA