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martes, noviembre 20, 2012

RECUERDOS DE MI PADRE HERNANDO


En este blog he tocado siempre temas de alguna trascendencia. Poca importancia tendrá para muchos traer a colación a mi padre, pero he querido hacerlo como un justo homenaje a su memoria y después de leer lo que escribo tal vez comprenderán las razones que me llevaron a tomar la iniciativa.

Mi padre se llamaba Hernando Bustamante González y nació en la ciudad de Bucaramanga, una capital de provincia del oriente Colombiano, de una belleza especial, de grandes manzanas hijas del  cuadrante español, limpias en exceso, le llaman “la ciudad de los parques”. Nació, en 1928 si mi memoria no me falla, la ciudad era apenas un pueblo grande como solíamos  decir, muy alejada de la capital, pero con una población recia y trabajadora,  descendientes de los conquistadores alemanes que entraron por Venezuela, característica emblemática de la región. Cuando habló del tema se me viene a la cabeza la hermosa novela “La otra raya del tigre” de Pedro Gómez Valderrama que narra las vicísitudes de uno de ellos . La Familia de mi padre era muy grande, constaba de más  diez hermanos. A pesar de no ser adinerados, tenían esa típica dignidad de la clase media quienes son arribistas por naturaleza. La imagen de mi abuelo Genaro que tenía mi padre fue la de un hombre muy responsable, fuerte, duro, falto de mucho cariño con los hijos y de un rigor que complicaba cualquiera relación cotidiana con él. Yo aún tengo el recuerdo fotográfico de mi abuelo, en la puerta de una casa muy grande, esquinera, en la calle 34 con 28, parado en la puerta con una mirada fría, su ropa impecable, de muchos años, batiéndose entre recuerdos en medio de las dictaduras cotidianas que imponía una de sus hijas. Mi padre siempre habló del abuelo con mucha tristeza.

De su niñez, solía hacer mucho énfasis en sus faraónicos esfuerzos para terminar un bachillerato técnico, de la relación con sus hermanos y sobre todo de su amor por la lectura y el conocimiento, que le llevaron a logros importantes en su atribulada vida. Era un hombre muy alto,  con un cuerpo hermoso, una cara de actor americano a pesar del color acanelado de su piel, atractivo diría, velludo en exceso y con unas cejas muy pobladas, el pelo siempre bien peinado hacia atrás, como un sello del paso por la fuerza aérea colombiana.  Su conversación era fluida, cargada de datos y persuasiva. Hablar con él era un encanto. Era muy serio, pero no amargado y solía ser un hombre de una sonrisa abierta y natural. Siempre fue cariñoso, conciliador y nunca, óigase bien, nunca recibimos mal trato de parte suya, ni verbal ni físicamente. Mi padre tuvo una relación especial con su madre Ana. Todos la conocíamos  como la abuela Anita o Mamanita.

Siempre ame a mi padre y mantengo un dolor inmenso por no haber compartido su vida difícil en los últimos años. Nunca dejó de luchar, hasta el último minuto de la vida. Fue un hombre sobre-informado. Cuando se tomaba sus cervezas  expresaba todas sus alegrías, sus ojos le brillaban, hacía largas exposiciones. Su charla era ordenada, tenía un discurso rico y didáctico por naturaleza. Con él se aprendía constantemente. Leía todos los periódicos, oía todas las noticias y veía todos los noticieros. Nunca dejó de pensar en proyectos grandes hasta el punto que se convirtió con el tiempo en un obstáculo para hacer llevadera las pequeñas cosas. Mi padre definitivamente no sabía de pequeños proyectos, no le interesaban. Fue un hombre de muchos logros en su juventud y en sus mejores años. Al final de su vida, los negocios no fueron su fuerte, pero tenía un optimismo infinito y no dejó de insistir en ellos. Nunca vi a mi padre mal vestido o mal trajeado, en esto era impecable.  Su mayor característica ser conciliador hasta la saciedad. Lo traigo a colación ahora que veo que el asesinato y la muerte rondan por doquier en nuestro país. Como hubiera querido que mis hijos lo conocieran. Todos los días lo recuerdo junto con mi hermano Erwin, que nos dejó al igual que mi padre en un accidente absurdo.