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miércoles, mayo 22, 2013

ALFONSO REYES




He podido conseguir en la red la obra completa de Alfonso Reyes.   Esta generación tal vez no tengan  idea de quien era este pensador, escritor y diplomático  Mexicano. Sin temor a equivocarme, puedo afirmar que es uno de los  humanistas más grande de américa.  Su obra con más de treinta tomos es invaluable. Los temas que trató abarcan lo humano y lo  divino, son textos  frescos, con una prosa excelsa, clásica, se dejan leer sin mayores dificultades a pesar de ser un cumulo inagotable de información y cultura. En ellos se decanta una visión total de occidente desde la esclerótica de un americano a carta cabal. Sus análisis históricos, literarios, relevan el valor  de la amalgama de dos culturas: La europea y la americana, híbrido que aún no desciframos en su totalidad, pero que nos identifica totalmente y es muy rico en matices.  Fue un traductor impecable, cultor del idioma, conocedor del griego y el latín. Su trabajo con el mundo clásico no se limita al de la erudición, “es más una reinvención de metáforas poéticas y hasta políticas que definen nuevas perspectivas para articular la realidad de México y de américa”.
Hoy no solo existen las publicaciones del fondo, ordenadas por temas, sino que gracias a la tenacidad de  Carlos Fuentes, se están publicando libros breves, que van desde sus poemas y pequeños ensayos hasta los textos periodísticos. Es un labor de divulgación de su obra encomiable y que es muy accesible al público por precio.
Borges en los famosos diálogos con Ferrari, describió a Reyes en toda su esencia:
“Yo lo conocí en la quinta de Victoria Ocampo, que está, creo, en San Isidro. Lo conocí a Alfonso Reyes, y recordé enseguida a otro poeta mexicano, a Othón, de quien recuerdo aquel verso: "Veo tu espalda y ya olvidé tu frente", y después: "Malhaya en el recuerdo y el olvido". Esto parece de Almafuerte, ¿no? Entonces, Alfonso Reyes me dijo que él había conocido a Othón, que Othón frecuentaba la casa de su padre, el general Reyes, que se hizo matar cuando la Revolución Mexicana. Una muerte bastante parecida a la de mi abuelo, Francisco Borges, que se hizo matar después de la capitulación de Mitre, en la Verde, en el año 1874. Alfonso Reyes me dijo que había visto muchas veces a Othón; entonces yo me quedé asombrado, porque uno piensa en los autores, y uno piensa en libros; uno no piensa, bueno, que los autores de esos libros eran hombres, y que hubo gente que pudo conocerlos. Yo le dije: pero, cómo, ¿usted lo conoció a Othón? Entonces Reyes dio, inmediatamente, con la cita adecuada, que eran unos versos de Browning, y me dijo: "Ah, did you want to see Shelley play?". Que es la misma situación: una persona asombrada de que alguien haya conocido a Shelley; y yo asombrado de que él hubiera conocido a Othón. Pero el hallazgo de esa cita, bueno, fue un hallazgo personal suyo. Qué curioso: en las novelas japonesas, uno de los hábitos de la gente de la corte es, cuando quieren decir algo, no decirlo directamente, sino citar un verso -chino o japonés- que antecede a lo que quieren decir. Y así se dicen indirectamente las cosas. Y otro mérito es el de reconocer inmediatamente a qué poema se refiere el otro. Bueno, pues Reyes, en aquellas primeras palabras que cambió conmigo, pasó de mi "pero, cómo, ¿usted lo conoció a Othón?", al "Ah, did you want to see Shelley play?": la "Memorabilia" de Browning. Entonces, desde aquel momento, nos hicimos amigos, y ... él me tomó en serio. Yo no estaba acostumbrado a ser tomado en serio. Creo que quizá sea un error tomarme en serio. Pero, en todo caso, ese error se ha difundido después; pero en aquel tiempo era nuevo para mí. Nos hicimos amigos -además, ya nos unía el gran nombre de Browning, y aquella cita oportuna-, y él me invitó a comer (él me invitaba a comer todos los domingos) en la embajada de México, en la calle Posadas. Y ahí estaba él, su mujer, su hijo y yo. Y hablábamos hasta bien entrada la noche: "till the small hours", como dicen en inglés, "hasta las horas breves", ¿no? Hablábamos de literatura, preferentemente de literatura inglesa; y hablábamos también de Góngora. Yo no compartía, y no comparto del todo, el culto que él le profesaba a Góngora, pero sabía de memoria muchas composiciones de Góngora. Hablábamos de literatura”. Alguien debe trabajar en el itinerario y la correspondencia de dos de los hombres más grandes e nuestras letras. Pero recurriendo a la cita de Borges, quien es Alfonso Reyes.
Fue un hombre de una cultura universal. Abrevo en los textos clásicos griegos y Latinos. No solo conoció la historia de Grecia y Roma antigua, sino su cultura “atendiendo a las circunstancias historias de su creación, al itinerario biográfico en que dieron a luz”.
Alfonso Reyes nació en la ciudad de Monterrey (Estado de Nuevo León) el 17 de mayo de 1889; fue hijo del general Bernardo Reyes y de doña Aurelia Ochoa. Sus primeros estudios los hizo en escuelas de Monterrey, en el liceo Francés  de México, en el colegio civil de Nuevo León, en la escuela normal de preparatoria y en la facultad de Derecho de México donde obtuvo el título el 16 de julio de 1913.  Fundó “El ateneo de la juventud” con Pedro Enríquez Ureña, Antonio Caso y José De Vasconsuelos con quienes se organizó para leer los Griegos y realizar una tarea de divulgación, que se cumplió a cabalidad.  Hay un hecho que lo marca en su vida. Fue la muerte trágica de su padre en un aciago 9 de febrero de 1913. En adelante, este escritor nunca renunciara en medio de su carrera diplomática a la escritura en un trabajo inconmensurable, que resulta ser el mejor testimonio del talante occidental de nuestra cultura.
Reyes fue un cultor de la historia del viejo continente. Su carrera diplomática le sirvió para tratar algunos temas con absoluta magistratura.  Desde la toma de Constantinopla por los turcos otomanos, hasta las luchas internas del continente que terminaron en la primera guerra mundial, con sus alianzas, pactos y traiciones. Trata la modernidad con mucho rigos, pero con la frescura que solo un buen escritor le puede dar a estos temas. Son una especie de crónico en el mejor estilo de Herodoto.
Creo que Octavio Paz fue el último hombre de estas magnitudes. Hoy, tal vez sea Volpi el heredero más visible, de estos  grandes humanistas que acentuaron el carácter occidental de nuestra cultura.