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domingo, octubre 10, 2021

LA TIA MARIA DEL CARMEN

 

Tendría yo de diez a once años cuando conocí a la tía María del Carmen, quien llegó de España con el tío Lucho a la ciudad de Bucaramanga, mas o menos en el año 70 o 71 del siglo anterior. Vivíamos en una vieja casa esquinera, blanca, muy grande y de puertas de madera a la vieja usanza de la arquitectura colonial. Estaba construida al frente de la Concha Custica, exactamente en la carrera 28 con carrera 36, en una zona muy cerca del centro. Mi tío era un hombre joven quien se había ido a España a estudiar medicina con el patrocinio del abuelo Pedro y que ahora regresaba casado contra todas las expectativas, pues siempre se espero que llegara con el cartón en la mano.

Hay personas que lo marcan a uno en la vida, que constituyen huellas indelebles y persistentes en nuestra mente, en este caso, siempre los tíos están ahí, como un bálsamo, cuando se trata de recordar buenas cosas.  El tío Lucho y la tía María del Carmen son una pareja que por muchos años fueron un referente obligado de mi vida, compartí junto con mis hermanos su compañía, sus conversaciones sabias, el espacio de sus cotidianidades y angustias y el crecimiento de su familia. Desde que llegaron de España se radicaron primero por un lapso de tiempo muy pequeño en la casa y después se trasladaron a Aguachica Cesar, un municipio agrícola muy importante para el país, donde vivirían por muchos años en medio de las afugias de un agricultor y político en ciernes.

Los referentes que tenía mi tía de Colombia antes de venir eran muy pocos y mi tío con ese humor negro que suele tener ayudo a desdibujar cualquier idea que pudiera tener. Desde que llegó se integró a Colombia con una pasión desmedida, estaba enterada de absolutamente todo, sabia todos los bemoles de nuestra política, casi todo el día escuchaba noticias, vivía como nadie las controversias parroquiales de nuestros políticos y tomaba partido en estas discusiones con una personalidad sin tregua. Su vida siempre estuvo dedicada a su familia y puntualmente a la formación de los primos. Muchas veces estuvieron en nuestra casa, los vimos crecer, en ocasiones como parte integral de la familia, fuimos testigos de su formación, de las angustias escolares de los primeros años, hoy son profesionales exitosos y mejores personas.

Mi tío es un hombre culto, amante de la buena literatura, igualmente informado, con un humor mordaz y repentista. Siempre nos dio buen trato y muchas veces pasamos vacaciones en su casa en Aguachica.  La tía María Del Carmen tenía una risa especial, le gustaba mi humor y como nadie, sin juzgar, disfrutaba cada una de las locuras que han caracterizado mi vida. Se burlaba de las contradicciones parroquiales de este país y como nadie disfrutó y sufrió las participaciones del tío en la política, las cuales fueron intensas y le consumieron mucho tiempo de su vida sin los resultados esperados.  

Cuando tenía quince años y ya la literatura hacia parte de mi vida, con mío tío Lucho compartí conversaciones sobre autores y libros puntuales, fue para esa época, un mentor desprevenido y amable, indudablemente me ayudaron a formarme y conocer nuevos autores, pues descubrí a un hombre enamorado de la buena literatura y la escritura. Se que estudió periodismo en España, su amor por la escritura era evidente y alguna vez leí un inédito que decía mucho de la calidad de su narrativa. La tía era una excelente lectora, aguda y persistente en esta pasión.

También recuerdo tiempos aciagos, de lucha, días en que las cosas no salieron bien. La tía siempre estuvo al lado de su esposo y de sus hijos, con una persistencia absoluta, sin dejar las buenas maneras y convencida en que de ciertas decisiones dependería la salida de esos momentos. Recuerdo su periplo por la vida. Primero Bucaramanga, Aguachica, Barranquilla, Bogotá y por último el municipio de San Francisco en Cundinamarca. Cada sitio marca una etapa de la vida, en cada uno hay alegrías y tristezas, al final vio triunfar a sus hijos y nacer a sus nietos y nietas. Me imagino que sintió que la persistencia en la vida ahora le recompensaba. Desde que comencé a ser un adolescente hasta muy entrado en años, conversé con la tía María Del Carmen de política, de este país y de las contradicciones que lo han mantenido en una violencia lacerante. Siempre me sorprendió como el amor por su familia le permitió superar la distancia con sus padres quienes vivían en España y a los cuales vio muy poco. Cuando estudiaba Derecho en Bogotá y la tía vivía cerca de la 39, debajo de la avenida Caracas, cerca de la iglesia del sector, siempre iba detrás de los buenos platos que solía cocinar, de las buenas conversaciones, seguro, como siempre lo fue, que nunca me recibiría mal.  A mi tía siempre la vi joven, dispuesta y de buen humor.  

Esta mañana, mi hermana me llamó para decirme que mi tía se nos había ido. Me sorprendió, pues nunca supe de alguna enfermedad grave. A mis primos: Lucka, José y Lina, a mi tío, imagino el dolor que tal hecho les genera. No he podido superar esta noticia, pues hay personas que solo son un buen recuerdo, la idea de lo bueno de la vida, el ejemplo de las buenas maneras y una plétora de recuerdos muy hermosos.

De los hijos del abuelo Pedro solo quedan tres: Mi madre Miryan, el tío Lucho y el tío Eduardo. La familia quedó reducida a unos pocos primos que por las vicisitudes de la vida muy poco nos vemos. El dolor y la soledad que me producen estos hechos no tiene parangón. Solo el amor a la vida y a los hijos mitiga un poco realidades tan inexorables e inevitables. Escribo estas palabras, pensando que la memoria de la familia se diluye y que con el tiempo seremos simples referencias de una historia que se perderá entre los avatares de una realidad siempre muy cruel y atemporal. Espero un trabajo de escritura sobre nuestra familia, sin mayores pretensiones y que logre mantener vivo ciertos recuerdos que de hecho nos ayudaran a no olvidar. Es un hecho que la vida no será igual a partir de este día