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domingo, noviembre 09, 2008

DAVID FOSTER WALLACE

La noticia de una frialdad absoluta, nos conmueve profundamente: David Foster Wallace (La broma infinita, La chica del pelo raro) se suicida a los 46 años en su casa de California víctima de una negra depresión y de una mala medicación. Esta muerte excepcional, se suma a la saga de escritores suicidas, que constituye de por sí un tema muy especial de la literatura y nos priva de una pluma que describía de manera magistral la tragedia existencial del sujeto de estos tiempos. La noticia nos produce un nudo en la garganta y definitivamente constituye una perdida para las letras americanas. Recordamos ahora, frente a este flagrante hecho, sus continuas advertencias, premonitorias por demás, que le hacían solicitar de vez en vez, la necesidad de ser recluido en una clínica mental, pues no podía controlar su depresión y propensión al suicidio. Los datos biográficos reflejan a un escritor especial, no solo por su obra, sino por su vida que parece de por sí, una extensa novela: Era hijo de James Donald Wallace y Sally Foster Wallace, profesores universitarios de filosofía y literatura respectivamente. Se interesó por el tenis, destacando en la práctica de este deporte. Estudió filosofía e inglés en el Amberst College, donde se graduó con summa cum laude en 1985, y obtuvo una maestría en bellas artes en la Universidad de Arizona en 1987. Su éxito definitivo llegó con La broma infinita (Infinite Jest, 1996), una novela de culto de más de mil páginas, con varios centenares de notas, algunas muy largas, ambientada en un futuro (2025) en el que las grandes corporaciones patrocinan y dan nombre a los años. Su acción transcurre en un centro de rehabilitación para la adicción a las drogas y en una academia de tenis de élite. La obra contiene diálogos divertidos e ingeniosos y consideraciones filosóficas diversas sobre el arte y la vida. La revista Time la consideró una de las mejores cien novelas publicadas en inglés desde 1923. La enciclopedia Wilkipedia, sintetiza magistralmente, los matices de su obra, posmoderna por excelencia: “En todas sus obras, fuertemente experimentales, diseccionaba con inteligencia y acidez la sociedad posmoderna; la adicción en ellas tiene el valor de un símbolo: síntoma del malestar de la sociedad capitalista; consideraba a la televisión como una forma narrativa del futuro; también que la relación del hombre con la realidad estaba violentamente mediatizada por el impacto de los medios visuales y la tecnología y, sobre todo, por la televisión; procuró trasladar estas ideas a sus escritos; se le suele clasificar como el líder de una generación que incluye a nombres como William T. Volman,Richard Powers, A.M. Homes, Jonathan Franzen o Mark Layner. Posee un don especial para descubrir lo irracional, lo absurdo, lo surreal, en los actos cotidianos y para encontrar la deshumanización de cualquier empatía, de forma que el humor en su obra encubre una amargura profunda y esencial”. Inevitablemente recuerdo a Ernest Hemingway, no por las similitudes con su obra, sino por el acto que sella su vida, tan cercano a cierta paranoia resultado de la opresión de una sociedad implacable. La literatura nos tiene acostumbrado a estos hechos. la poeta austríaca Ingeborg Bachmann, se prendió fuego, el poeta Gabriel Ferrater se asfixió con una bolsa, el cianuro que tomó Horacio Quiroga, la morfina de Jack London, el veronal de Ryunosuke Akatugawa, la bala de Jacques Rigaut, o el alcohol en el caso de Malcom Lowry y Dylan Thomas. Existen actos suicidas que parecen el final de un hermoso y triste poema. La culminación de una obra, como el suicidio de Sylvia Plath. El diario “el país “ de España, remata el articulo sobre su obra con una sentencia muy acertada, sobre aspectos generales de su temática: “Sus estructuras narrativas son consecuencia directa de la sensibilidad de nuestra era; reventando los códigos estéticos de las generaciones precedentes, su prosa tentacular mimetiza los sistemas del paradigma cultural en que vivimos: el vértigo de las comunicaciones, el exceso de información, la influencia de las grandes corporaciones financieras, los iconos de la cultura pop, la industria del entretenimiento, el cine, el deporte y la música, la amenaza omnipresente del terrorismo”. Releer su obra resulta necesario, para evitar caer en el mismo acto suicida, como única catarsis a la locura en que vivimos.