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lunes, abril 12, 2010

ORLANDO MEJIA RIVERA: LITERATURA Y CIENCIA


LITERATURA Y CIENCIA


Orlando Mejía Rivera con el sello de la editorial de la universidad de Antioquia publica el texto “en el jardín de Mendel “, un libro de ensayos, que vuelve a poner en escena el binomio literatura y la ciencia de tantas connotaciones . Hoy hablamos de La “Ciencia-Ficción”, que no es otra cosa que el termino que define un genero, que en todo caso tiene relaciones mucho más sutiles de lo que imaginamos y va más allá de las clasificaciones paquidérmicas de la crítica. Orlando, refiriéndose a esta pasión por la ciencia, en un articulo publicado por el periódico la patria empieza recordándonos: ”Ahora bien, esa fascinación que proviene de la ciencia también se encuentra en la literatura. Los mundos de la ficción me han transformado de forma profunda. Después de leer a Kafka, sé que somos otros señores K perdidos en los monstruosos laberintos de la burocracia. La lectura de Cien años de soledad de García Márquez, o del Tambor de hojalata de Gunter Grass, nos bautiza como nuevos seres humanos. Y descubrimos que lo cotidiano es la máscara que se pone el misterio, para que aprendamos a encontrar el sentido de la vida en los detalles.” Esta fascinación como todas, tiene un origen en aquellas lecturas desprevenidas de la niñez. “Mi pasión por la ciencia y por la literatura nació, sin yo saberlo, de la lectura en mi remota infancia del libro de Julio Verne titulado Veinte mil leguas de viaje submarino. Fue un regalo de mi padre y la edición era una versión completa, pero ilustrada, donde se me quedaron grabados para siempre los ojos desorbitados del capitán Nemo y la belleza mecánica del submarino Nautilos.” La literatura se ha anticipado a la ciencia, para nadie es un misterio esta verdad irrefutable: “el submarino (Julio Verne, 1870), la técnica de los rayos láser (George Wells, 1898), los trasplantes de órganos humanos (Alexander Beliaev, 1925), los centros de incubación y acondicionamiento a modo de úteros artificiales (Aldous Huxley, 1932), el estudio psicológico de clones y las relaciones que establecen como equipo (Úrsula K. Le Guin, 1968), la reproducción clónica como solución a la esterilidad producida por la polución ambiental (Kate Wilhelm, 1976)..., entre otros ejemplos.”  Orlando agrega: “Las leyes de la robótica, escritas por Asimov en sus cuentos de comienzos de los años cuarenta, fueron incorporadas años después a la cibernética. La idea de los satélites artificiales nació en un cuento de Arthur C. Clarke y luego él mismo asesoró a la NASA para construirlos. Hal, el ordenador de la nave de Odisea 2001, es el precursor del campo de la Inteligencia Artificial. La palabra “ciberespacio” apareció por primera vez en la novela Neuromancer (1984) de William Gibson. La idea de una red informática similar a la Internet se encuentra desarrollada en la novela Computer Connection (1974) de Alfred Bester.” Los estudios sobre esta relación son muchos, Alberto G. Rojo, en un articulo publicado en la red, niega que el submarino no existiera en la fecha de la publicación de Verne, lo que deja al escritor como hombre acucioso y pendiente de la ciencia, en todo caso no le quita meritos. Pero nos da unos datos absolutamente importantes: En 1668, Francesco Redi, médico en jefe de la corte de los Medici publicó Esperienze Intorno alla Generazione degli Insetti (Experiencias en torno a la Generación de los Insectos), donde lanza un formidable ataque a la doctrina de la generación espontánea. Redi, que era además poeta y aficionado a la literatura clásica, cuenta que inició los experimentos que culminaron en su obra después de leer el libro diecinueve de la Ilíada donde Thetis, madre de Aquiles, cubre el cadáver de Patroclo (amigo de Aquiles) para protegerlo de los gusanos y las moscas que "corrompen los cuerpos de los hombres muertos en batalla".

Otro ejemplo memorable: En 1823, el físico alemán Heinrich Wilhem Olbers planteó la siguiente paradoja: si el tamaño del universo es infinito y las estrellas están distribuidas por todo el universo, entonces deberíamos ver una estrella en cualquier dirección y el cielo nocturno debería ser brillante. Sin embargo, el cielo es oscuro. ¿Por qué? Si bien no existe una respuesta satisfactoria, la mejor solución hasta el momento supone que el universo no existió por un tiempo indefinido sino que tuvo un comienzo. Por lo tanto, nuestra visión del cielo sólo se extiende hasta la distancia que la luz recorre en un tiempo igual a la edad del universo. No vemos estrellas que están más allá de esa distancia porque la luz que empezaron a emitir en el momento de originarse todavía no llegó a la tierra. La extensión del universo será infinita o, si no infinita, por lo menos de una vastedad más allá de toda mesura; sin embargo, el universo visible es comparativamente chico y no alcanza a cubrir el cielo con estrellas. El primero en imaginar esta solución (de manera cualitativa pero correcta) no fue un físico ni un astrónomo sino Edgar Allan Poe, que en Eureka: un Poema en Prosa, publicado en 1848, dice: "La única forma […] de entender los huecos (voids) que nuestros telescopios encuentran en innumerables direcciones, sería suponiendo una distancia al fondo (background) invisible tan inmensa, que todavía ningún rayo proveniente de ahí fue todavía capaz de alcanzarnos". ¿Asombroso? Quizás no tanto; cuando la ciencia llega hasta el borde mismo del conocimiento necesita imaginación más que otra cosa y la imaginación de Poe eran sin duda de las más libres y poderosas de su tiempo.

El tercer ejemplo es más bello aun: Según la teoría de la mecánica cuántica (junto con la relatividad una de las teorías más revolucionarias del siglo XX) las partículas microscópicas adolecen de una llamativa esquizofrenia: pueden estar simultánemente en varios lugares y sólo pasan a estar en un lugar definido cuando se las observa con algún detector. La teoría (extensamente confirmada por el experimento) predice la probabilidad de encontrar la partícula en un lugar dado. Ahora bien, ¿cual es el mecanismo por el cual la partícula "elige" el lugar en el que será detectada? Esta pregunta resume el llamado "problema de la medición", irresuelto hasta el día de hoy. La única salida coherente -aunque extravagante para muchos- es la llamada "Interpretación de los Muchos Mundos", que Hugh Everett III publicó en 1957. Según esta teoría, en el momento mismo de la medición el universo se divide y se multiplica en varias copias, una por cada resultado posible de la medición. Lo más llamativo es que el primero en concebir universos paralelos que se multiplican no fue Everett sino Jorge Luis Borges, quien, sin saberlo, anticipa la idea de manera prácticamente literal. En "El jardín de los Senderos que se Bifurcan", publicado en 1942, Borges - el poeta más citado por científicos - propone un laberinto temporal en el que, cada vez que uno se enfrenta con varias alternativas, en vez de optar por una y eliminar otras, "opta -simultáneamente- por todas. Crea así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan."

Roland Barthes, en su ensayo "Literatura versus Ciencia", sostiene que la diferencia radica en el lenguaje: mientras para la literatura el lenguaje es su mundo mismo, la ciencia ve en él un simple instrumento para describir la realidad.

El tema es absolutamente encantador, dará para largo, esperamos leer el libro de Orlando, para comentarlo con más detalle.