Es emblemático que la
actual crisis del continente europeo haya suscitado enconados estudios de
macroeconomía, de política, nos obligue indagar por las causas que generaron semejante caos, que de no atenderse con
rigor, terminará por socavar los estamentos más ínfimos de esta sociedad, pues
hoy se ha puesto en entre-dicho la relación entre el sujeto y el estamento,
gobernante-gobernados, para decirlo coloquialmente y paradójicamente no
se haya hecho un análisis profundo de lo que significaría su derrumbamiento a sabiendas que es el bastión más importante de la civilización
occidental en el mundo.
Porque no se trata solo de
mirar todos aquellos errores de una economía globalizada y manejada por
especuladores que han utilizado la banca para expoliar el sistema y sacar
provecho como vulgares jugadores de póker, sino de mirar como la tierra de
Cicerón, de Plutarco, de Santo Tomas de Aquino, del renacimiento, de Leonardo
De Vinci, de la ilustración y el enciclopedismo, de excelentes escritores, del
psicoanálisis, de la ciencia, de la filosofía, de los deconstructivistas, de la democracia, podría
olvidar aquello que la diferencia de los demás pueblos y la hecho grande, lo
que significaría su final, socavada en lo esencial, de vuelta a las clásicas
disputas locales, olvidando de súbito la historia, como sí en el último
siglo este error no les hubiera costado más de cincuenta millones de muertes
violentas y la peor tragedia de que se tenga historia, después de dos guerras
que comprometieron al mundo. La “idea de Europa” según Steiner, soportada en el
mundo Helénico y la Grecia antigua y la herencia cristiana, “conflictiva y
sincrética, esta doble tradición, helena y judía, (Según este excelente
pensador y escritor, el cristianismo y los utopismos socialistas son dos notas
a pie de página) es el sustrato de la enorme tensión que, a la vez que
precipitaba a Europa en guerras y atrocidades monstruosas que desbastaban el continente
y causaban millones de muertos, iba impulsando la civilización, las nociones de
tolerancia y coexistencia, los derecho humanos, la fiscalización de los
gobiernos, el respeto hacia las minoría religiosas, étnicas o sexuales, la
soberanía individual y el desarrollo económico. El europeo está condenado, por
el peso de esta doble tradición, a vivir intentando sin tregua, casar a estos
rivales que se disputan su existencia y fundan dos modelos sociales enemigos –
la ciudad de Sócrates y la de Isaías”.
El continente de los cafés,
“Estos se extienden desde el café favorito de Pessoa en Lisboa hasta los cafés
de Odessa frecuentado por los gánsteres de Isaak Babel. Sitio para la
cita y la conspiración, para el debate intelectual y el colilleo, para el fleneur
y para el poeta y el metafísico” desde donde se hilvanó todo lo que nos
diferencia de la barbarie y la intolerancia. Que permitió el nacimiento de la
ciencia y la filosofía, de la política y la democracia, que le da esperanzas y
luz al futuro de una modernidad, requiere a toda costa una mirada humanística.
La política debe volver al
centro. Las redes sociales, bellos instrumentos, pese a lo peligrosos, que
permiten sacar del ostracismo a sus moradores, debe recordar la importancia de
la civilización occidental, todo aquello que la diferencia, que eviten a todo
costa el colapso del continente en sus pilares más vitales: La democracia, la
tolerancia y el derecho a disentir.
Leer a George Steiner es un
ejercicio sano en estos momentos. Su texto la “Idea de Europa”, resulta un buen
antídoto para estos tiempos. Volver a discutir sobre los temas esenciales de la
política y la democracia desde una perspectiva humanista es una labor no solo
necesario sino imprescindible en razón de la crisis. Europa debe ser una preocupación
del mundo, lo que le pase afectará al planeta.