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domingo, mayo 29, 2016

EL SECUESTRO


A propósito de la liberación de Salud Hernández la periodista Española radicada en Colombia, después de un secuestro penoso, torpe y que confirma lo lesivo de  una costumbre que ha sido el pan de todos los días desde hace más de sesenta años, es pertinente dilucidar las razones por las cual se consolidó, lo que ha significado socialmente su  práctica y lo peor, cómo y por qué se volvió una conducta típica de la subversión.
El centro nacional de memoria presentó hace unos años un trabajo muy serio al respecto. Su informe empieza contextualizando esta realidad: “El secuestro es tal vez una de las modalidades criminales que ha tenido mayor resonancia en el país, particularmente en la etapa contemporánea del conflicto. Tiene una proyección pública asociada al cruce de múltiples factores, a sus transformaciones en el tiempo y a sus variables magnitudes. El secuestro no ha sido un fenómeno adjetivo sino sustantivo de la guerra en Colombia. Destaquemos, pues, en primer lugar que en el imaginario de nuestra sociedad y en la comunidad internacional se le distingue no solo como una de las modalidades delictivas que caracterizan la confrontación armada que ha sufrido Colombia durante los últimos 60 años, sino quizás como uno de los sellos distintivos de la guerra en Colombia”.
El estado ha sido permisivo y no actuado con la diligencia ni con la autoridad frente a este delito de lesa humanidad, parte del crecimiento exponencial se debe a las fallas institucionales al respecto. Se incremento de tal manera en los años 80, que era común que en cada familia hubiese por lo menos un secuestrado y salir a las carreteras constituía un verdadero riesgo.
No es casual que el nobel Gabriel García Márquez haya escrito un libro sobre este flagelo, una obra magistral del periodismo, frente a los secuestros a grandes personajes de la vida nacional hechos por Pablo Escobar.
Los grupos guerrilleros sin excepción convirtieron el secuestro en un arma de guerra.  El secuestro y ajusticiamiento de Raquel Mercado por parte del M-19 y del gerente de Indupalma Hugo Ferreira, fue el inició de una práctica que se convirtió en un instrumento de financiamiento para la subversión. Después se llegó al secuestro extorsivo, a la manipulación de menores, que resultaron ser incorporados a la guerrilla con la violación total de los derechos al menor y por encima de consideraciones humanitarias mínimas. Colombia fue un país secuestrado, la delincuencia común la convirtió en una industria, las sumas, que no cabe traer a colación, nos convirtieron en el líder mundial, en los campeones. El informe del centro de memoria histórica expresa: “En consecuencia, y este es un segundo punto, el secuestro se universalizó en varios sentidos: los perpetradores hicieron víctimas de esta conducta criminal no sólo a los pudientes sino también a los pobres/a los ciudadanos del común pero también a los políticos y funcionarios de todas las jerarquías y en números sorprendentes; a los miembros del gobierno pero también a los de la oposición, de hecho a todas las fuerzas políticas, aunque en diferentes grados, desde luego; a las comunidades étnicas, académicas o religiosas; a todas las edades/a todas las regiones; a los nacionales como a los extranjeros”. Con una consecuencia: “El resultado fue un sentimiento colectivo de vulnerabilidad, que se acrecentó con las llamadas “pescas milagrosas”, y despertó un reclamo desesperado de seguridad que muchos sectores le endosaron al paramilitarismo”.
Colombia ha tenido periodos en los que ha disminuido, el gobierno del Doctor Uribe enfrentó fuertemente este flagelo, pero la verdad, nunca hemos abolido la práctica, que sigue siendo un instrumento común en la subversión. Es inexplicable que en pleno siglo XXI continuemos sufriendo de semejante conducta delictiva, peor en medio de un proceso de paz.