A
muchos de los críticos de las conversaciones de la Habana se les olvida que en
cincuenta años de confrontación armada el país registra los índices más altos
de víctimas de que se tenga conocimiento en el mundo, un desplazamiento
perverso y nefasto, muerte indiscriminada, desolación y pobreza en grandes zonas. El presidente es consciente de
lo difícil del proceso, de los riesgos políticos que el mismo implica y de lo
escabroso de la agenda que se desarrolla en la isla caribeña, de igual manera
sabe cómo los enemigos del mismo no descansaran hasta verlo frustrado. Las
conversaciones están sometidas a todo tipo de presiones, a la terquedad de un
grupo insurgente que aún no acepta su anacronismo y a las posiciones
intransigentes de un derecha implacable que solo ve la salida armada como
posibilidad real. El tema de la participación política constituye uno de
los ejes más importantes en estos diálogos y es un hecho que del mismo depende buena
parte del existo de este proceso.
Las
conversaciones de paz, centradas en el tema de la participación política en
este momento, se cumplen de acuerdo a la bitácora diseñada por las partes.
“Ambas partes continuaron avanzando en la discusión del segundo punto de la
agenda sobre participación política, señaló un comunicado conjunto, leído a la
prensa por el miembro de las FARC Andrés Paris en el Palacio de las
Convenciones de La Habana, sede de las negociaciones. Durante el ciclo, el más
corto desde que comenzaron las negociaciones en noviembre de 2012, cada parte
presentó su visión general sobre participación política, iniciando con el tema
de garantías para el ejercicio de la oposición, como un elemento
esencial para la construcción de un acuerdo final, dice el comunicado. El
Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)
"intercambiaron propuestas sobre derechos y garantías para el ejercicio de
la oposición política en general, y en particular para los nuevos movimientos
que surjan luego de la firma del acuerdo de paz”.
No
es buena la situación económica del país y está claro que los grandes proyectos
del país no arrancan. La delincuencia común
y las Bacrim están desbordadas lo que no deja de ser un obstáculo más a los diálogos
y caldo de cultivo para los opositores.
Lo bueno, la agenda legislativa en materia de paz se cumplió con todo
rigor, el congreso fue absolutamente responsable en esta materia y el gobierno
tiene los instrumentos jurídicos que le permitirán cumplir con los acuerdos. Las
partes deben entender que estas conversaciones generaran una plataforma que
permitirá la inclusión del grupo subversivo y la reparación de los daños a las víctimas
del conflicto en un proceso largo y engorroso, que compromete a todo el país,
esto en carta blanca quiere decir que no todos los temas se deberán resolver en
la Habana. Lo expreso porque hay una
terquedad perversa y un atavismo nefasto en algunas posiciones tanto de la FARC como del
gobierno que no se explican y realmente son un palo en la rueda.
La
popularidad del presidente está en su peor momento. Son más los opositores y contradictores de la
agenda de la Habana que las personas que
entienden de su importancia de estos acuerdos y lo necesario que tengan éxito.
Vivimos una especie de escepticismo generalizado, como sí cincuenta años de
violencia nos hubiesen acostumbrado a esta atípica convivencia con la violencia
que nos impide entender a carta
a cabal lo que está en juego en la Habana. Ahora que estoy leyendo todo sobre
el líder Mandela comprendo la grandeza de su espíritu. Lo cito, porque el
presidente Juan Manuel ha hecho una apuesta muy grande y sabe los sacrificios
políticos que el proceso implica. Los diálogos deben asumirse y desarrollarse bajo esta lupa
y confiamos en que el primer mandatario no ceda en este propósito frente a la
escalada que viene haciendo la oposición de derecha, alborotada por razones que
todos conocemos y que tienen que ver con la propiedad rural, los poderes
enquistados en un siglo de violencia y las próximas elecciones que definirán el
futuro del país. Esperemos que el gobierno tenga la sabiduría para sacar la
agenda de la Habana adelante.
Colombia
lleva cincuenta años de conflicto armado, que constituyen una verdadera tragedia.
Las consecuencias de la misma vistas en
este informe, con un análisis contextual completo, cifras e inventario de
daños, constituyen un aporte a la reconstrucción histórica del conflicto. El
informe fue dirigido por el investigador de la universidad nacional Gonzalo Sánchez,
esta comisión se creó dentro del marco de la ley de justicia y paz. El objetivo
del trabajo es rescatar la memoria del conflicto necesario para reparar,
recomponer, perdonar y sembrar porvenir dentro de los marcos de inclusión,
equidad y oportunidades. Hoy de manera oficial se lo entregan al
presidente. He querido traer el prólogo
del mismo para que mis lectores conozcan de manera directa. Se darán los link
donde está completo el mismo.
EL MAL SUFRIDO DEBE INSCRIBIRSE EN LA MEMORIA
COLECTIVA, PERO PARA DAR
El
mal sufrido debe inscribirse en la memoria colectiva, pero para dar una nueva
oportunidad al porvenir
Tzvetan Todorov
Colombia tiene una larga
historia de violencia, pero también una renovada capacidad de resistencia a
ella, una de cuyas más notorias manifestaciones en las últimas dos décadas ha
sido la creciente movilización por la memoria. Rompiendo todos los cánones de
los países en conflicto, la confrontación armada en este país discurre en
paralelo con una creciente confrontación de memorias y reclamos públicos de justicia y reparación.
La memoria se afincó en Colombia no como una experiencia del posconflicto, sino
como factor explícito de denuncia y afirmación de diferencias. Es una respuesta
militante a la cotidianidad de la guerra y al silencio que se quiso imponer
sobre muchas víctimas. La memoria es una expresión de rebeldía frente a la
violencia y la impunidad. Se ha convertido en un instrumento para asumir o
confrontar el conflicto, o para ventilarlo en la escena pública. Ahora bien, al
aceptar que la movilización social por la memoria en Colombia es un fenómeno existente,
es preciso también constatar su desarrollo desigual en el plano político,
normativo y judicial. Regiones, tipos de víctimas, niveles de organización, capacidad
de acceso a recursos económicos son factores que cuentan en la definición de
los límites o posibilidades de la proyección y sostenibilidad de las prácticas
e iniciativas de memoria que hoy pululan en el país. En todo caso, es gracias a
todo este auge memorialístico que hay en Colombia una nueva conciencia del
pasado, especialmente de aquel forjado en la vivencia del conflicto.
El conflicto y la
memoria —lo muestra con creces la experiencia colombiana no son elementos
necesariamente secuenciales del acontecer político-social, sino rasgos
simultáneos de una sociedad largamente fracturada.
ENTRE
LA INVISIBILIDAD Y EL RECONOCIMIENTO
Colombia apenas comienza a
esclarecer las dimensiones de su propia tragedia. Aunque sin duda la mayoría de
nuestros compatriotas se sienten habitualmente interpelados por diferentes
manifestaciones del conflicto armado, pocos tienen una conciencia clara de sus
alcances, de sus impactos y de sus mecanismos de reproducción. Muchos quieren
seguir viendo en la violencia actual una simple expresión delincuencial o de bandolerismo,
y no una manifestación de problemas de fondo en la configuración de nuestro
orden político y social.
El carácter invasivo de la
violencia y su larga duración han actuado paradójicamente en detrimento del
reconocimiento de las particularidades de sus actores y sus lógicas
específicas, así como de sus víctimas. Su apremiante presencia ha llevado
incluso a subestimar los problemas políticos y sociales que subyacen a su
origen. Por eso a menudo la solución se piensa en términos simplistas del todo
o nada, que se traducen o bien en la pretensión totalitaria de exterminar al
adversario, o bien en la ilusión de acabar con la violencia sin cambiar nada en
la sociedad. Una lectura del conflicto en clave política mantiene las puertas
abiertas para su transformación y eventual superación, lo mismo que para
reconocer, reparar y dignificar a las víctimas resultantes de la confrontación
armada.
En este contexto, es un
acontecimiento reciente la emergencia de las víctimas en la escena social y en
los ámbitos institucionales y normativos. Tierra, verdad y reparación
constituyen, en efecto, la trilogía básica de la Ley de Víctimas que inauguró
un nuevo modo de abordar el conflicto en el Estado colombiano. Durante décadas,
las víctimas fueron ignoradas tras los discursos legitimadores de la guerra,
fueron vagamente reconocidas bajo el rótulo genérico de la población civil o,
peor aún, bajo el descriptor peyorativo de “daños colaterales”. Desde esta
perspectiva, fueron consideradas como un efecto residual de la guerra y no como
el núcleo de las regulaciones de esta.
La polarización minó el
campo de la solidaridad con ellas, incluso las movilizaciones ciudadanas contra
modalidades de alto impacto, como el secuestro y la desaparición forzada, se
inscribieron en esta lógica dominante en el campo político. Las víctimas
particularmente del paramilitarismo fueron puestas muchas veces bajo el lente
de la sospecha, se establecieron en general jerarquías oprobiosas según el
victimario, que tuvieron como correlato la eficacia o la desidia institucional,
la movilización o la pasividad social.
¿A quiénes concierne la
guerra? En la visión kantiana, el daño que se hace a una víctima es un daño que
se le inflige a toda la humanidad. De allí el compromiso axiológico de
protección a las víctimas, consagrado en las normas internacionales de Derechos
Humanos y del Derecho Internacional Humanitario. No obstante, pareciera que en
los hechos se requiere la condición de parte directamente afectada, interesada,
para que el tema de las responsabilidades frente al conflicto desencadene la acción
colectiva. Por ello, aunque el conflicto armado en el país ha cobrado millares
de víctimas, representa para muchos conciudadanos un asunto ajeno a su entorno
y a sus intereses. La violencia de la desaparición forzada, la violencia sobre
el líder sindical perseguido, la violencia del desplazamiento forzado, la del
campesino amenazado y despojado de su tierra, la de la violencia sexual y
tantas otras suelen quedar marginadas de la esfera pública, se viven en medio
de profundas y dolorosas soledades. En suma, la cotidianización de la
violencia, por un lado, y la ruralidad y el anonimato en el plano nacional de
la inmensa mayoría de víctimas, por el otro, han dado lugar a una actitud si no
de pasividad, sí de indiferencia, alimentada, además, por una cómoda percepción
de estabilidad política y económica.
La construcción de memorias
emblemáticas de la violencia y de sus resistencias puede y debe realizarse
tanto desde los centros como desde la periferia del país. Tanto desde los
liderazgos nacionales y los liderazgos enraizados en las regiones, como desde
los pobladores comunes y corrientes. La democratización de una sociedad
fracturada por la guerra pasa por la incorporación, de manera protagónica, de
los anónimos y de los olvidados a las luchas y eventualmente a los beneficios
de las políticas por la memoria.
Es indispensable desplegar
una mirada que sobrepase la contemplación o el reconocimiento pasivo del
sufrimiento de las víctimas y que lo comprenda como resultante de actores y
procesos sociales y políticos también identificables, frente a los cuales es
preciso reaccionar. Ante el dolor de los demás, la indignación es importante
pero insuficiente. Reconocer, visibilizar, dignificar y humanizar a las
víctimas son compromisos inherentes al derecho a la verdad y a la reparación, y
al deber de memoria del Estado frente a ellas.
La memoria de las víctimas
es diversa en sus expresiones, en sus contenidos y en sus usos. Hay memorias confinadas
al ámbito privado, en algunos casos de manera forzosa y en otras por elección,
pero hay memorias militantes, convertidas a menudo en resistencias. En todas
subyace una conciencia del agravio, pero sus sentidos responden por lo menos a
dos muy diferentes tipos de apuestas de futuro. Para unos, la respuesta al agravio
es una propuesta de sustitución del orden, es decir, la búsqueda de la
supresión o transformación de las condiciones que llevaron a que pasara lo que
pasó: es una memoria transformadora. Pero hay también memorias sin futuro, que
toman la forma extrema de la venganza, la cual a fuerza de repetirse niega su
posible superación. La venganza pensada en un escenario de odios colectivos
acumulados equivale a un programa negativo: el exterminio de los reales o
supuestos agresores. En efecto, la venganza parte de la negación de la
controversia y de la posibilidad de coexistir con el adversario. Es la negación
radical de la democracia.
Degradación y
responsabilidad
Las guerras pueden destruir
o transformar las sociedades, pero ellas también se transforman por exigencias
internas o por variaciones inesperadas de los contextos que propiciaron su
desencadenamiento. Esa distancia entre el origen y la dinámica presente de una
guerra la plasmó con un símil muy elocuente para la Guerra de los Mil Días el
General Benjamín Herrera, uno de sus protagonistas: “las guerras en su curso van
siendo alimentadas y sostenidas por nuevos reclamos o nuevas injusticias distintas
de aquellas que las hacen germinar, al modo que los ríos llevan ya en su
desembocadura muchísimas más ondas que aquellas con que salieron de su fuente1 Pocos
dudarían hoy que el conflicto armado interno en Colombia desbordó en su
dinámica el enfrentamiento entre los actores armados. Así lo pone de presente
la altísima proporción de civiles afectado y, en general, el ostensible
envilecimiento de las modalidades bélicas. De hecho, de manera progresiva,
especialmente desde mediados de la década de los noventa, la población inerme
fue predominantemente vinculada a los proyectos armados no por la vía del
consentimiento o la adhesión social, sino por la de la coerción o la
victimización, a tal punto que algunos analistas han definido esta dinámica
como guerra contra la sociedad o guerra por población interpuesta.2 a violencia
contra la población civil en el conflicto armado interno se ha distinguido por
la sucesión cotidiana de eventos de pequeña escala 1. Citado en Gonzalo Sánchez
y Mario Aguilera (Editores), Memoria de un país en Guerra: Los Mil Días
1899-1902, Editorial Planeta, Bogotá, 2001, p.23 2. Ver Daniel Pecaut, Guerra
contra la Sociedad, Editorial Planeta, Bogotá, 2001. Y EricLair,
“Reflexiones acerca del terror en los escenarios de guerra interna “, en
Revista De Estudios Sociales, No. 15, junio 2003, pp. 88-108 (asesinatos
selectivos, desapariciones forzosas, masacres con menos de seis víctimas,
secuestros, violencia sexual, minas antipersonal) dentro de una estrategia de
guerra que deliberadamente apuesta por asegurar el control a nivel local, pero
reduciendo la visibilidad de su accionar en el ámbito nacional. En efecto, los
actores armados se valieron tanto de la dosificación de la violencia como de la
dosificación de la sevicia, esta última en particular en el caso de los
paramilitares como recurso para aterrorizar y someter a las poblaciones. Esta
dinámica, que constituyó el grueso de la violencia vivida en las regiones, fue
escasamente visible en el plano nacional, lo que muestra la eficacia del
cálculo inicial de los perpetradores de eludir la responsabilidad de sus
fechorías frente a la opinión pública y frente a la acción judicial.
Desentrañar las lógicas de
la violencia contra la población civil es desentrañar también lógicas más
amplias de la guerra: el control de territorios y el despojo de tierras, el
dominio político electoral de una zona, la apropiación de recursos legales o
ilegales. La victimización de las comunidades ha sido un objetivo en sí mismo,
pero también ha sido parte de designios criminales más amplios de los actores
de la guerra.
¿Pluralismo y disenso:
amenaza o riqueza?
La confrontación armada
contemporánea exacerbó particularidades de la tradición política nacional, en
especial el sectarismo, que tuvo su máxima expresión en la guerra sucia.
Ciertamente en Colombia ha predominado una concepción de la política en la cual
el disenso o la oposición son vistos antes que como elementos constitutivos de
la comunidad política, como amenazas a la integridad de esta o a la concepción
de orden dominante en cada momento. Se trata de la persistencia de una cultura política
que no ha logrado superar la exclusión ni mucho menos integrar la diferencia de
forma activa en la lucha por el poder. En su lugar hay una tentación latente al
pensamiento único o al dogmatismo, que limita con la violencia o la alimenta.
Es bajo esta perspectiva que el campo político integró como rasgo distintivo de
sus dinámicas la eliminación del adversario o del disidente. Ese ha sido lo que
podría llamarse el programa perverso de la guerra sucia. El sectarismo de la
política se extiende a las armas y el sectarismo de las armas se proyecta en la
política.
Son males que vienen de muy
atrás. Los procesos de ampliación democrática en el plano institucional que se
iniciaron desde los años ochenta no marcharon a la par de la democratización
social. En efecto, el acomodamiento de viejos poderes, la instrumentalización
de la vía política y la cooptación del Estado por parte de los actores armados ilegales
de uno y otro signo torpedearon los esfuerzos de democratización emergentes.
En esta dirección,
democratización sin democracia o “Estado de Derecho sin democracia”, en
términos de J.Habermas,3 resultan adecuados descriptores para el proceso, antes
que la afirmación de un pulso insoluble entre ampliación democrática y
profundización de la violencia, como a menudo se ha sugerido.
La democratización social y
política sigue siendo una realidad inconclusa. Los procesos de reinserción que
han tenido lugar no han sido del todo exitosos. En muchos sectores de la
sociedad persiste el estigma o señalamiento sobre quienes han abandonado las
armas. En estos casos, el pasado de violencia es explotado por muchos para
reproducir y azuzar el conflicto en el presente, poniendo en riesgo una
reintegración verdadera a la comunidad política y la posibilidad misma de
transformación del contendor armado en contradictor político que es la
sustancia de un proceso de paz
Las memorias y el provenir
Este informe da
cumplimiento al mandato legal (Ley 975 de Justicia y Paz) de elaborar un relato
sobre el origen y la evolución de los actores armados ilegales. En su
desarrollo, el Grupo de Memoria Histórica —adscrito primero a la Comisión
Nacional de Reparación y Reconciliación – cnrr- y ahora parte del Centro
Nacional de Memoria Histórica – cnmh— se propuso dar respuesta a este
requerimiento desde la 3. Jürgen Habermas, Historia y crítica de la opinión
pública (México: Ediciones Gustavo Gili, 1994), 11. consideración de los
actores armados ilegales no solo como aparatos de guerra, sino especialmente
como productos sociales y políticos del devenir de nuestra configuración
histórica como país.
A la luz de las
consideraciones expuestas, el relato aquí plasmado intenta romper con las
visiones reductoras de la violencia que condensan en coordenadas morales (los
buenos y los villanos) la complejidad de lo que hemos vivido. La larga
trayectoria del conflicto y las transformaciones de sus actores, junto a las
transformaciones sociales e institucionales, clausuran toda pretensión de un
relato mono causal que reduzca la continuidad de la violencia o su solución a
la sola acción de los perpetradores o a un ejercicio de condena moral. La sociedad
ha sido víctima pero también ha sido partícipe en la confrontación: la
anuencia, el silencio, el respaldo y la indiferencia deben ser motivo de
reflexión colectiva.
No obstante, esta extensión
de responsabilidades a la sociedad no supone la dilución en un “todos somos
culpables” de las responsabilidades concretas y diferenciadas en el
desencadenamiento y desarrollo del conflicto. La reconciliación o el
reencuentro que todos anhelamos no se pueden fundar sobre la distorsión, el
ocultamiento y el olvido, sino solo sobre el esclarecimiento. Se trata de un
requerimiento político y ético que nos compete a todos.
Este informe no es una
narrativa sobre un pasado remoto, sino sobre una realidad anclada en nuestro
presente. Es un relato que se aparta explícitamente, por convicción y por
mandato legal, de la idea de una memoria oficial del conflicto armado. Lejos de
pretender erigirse en un corpus de verdades cerradas, quiere ser elemento de
reflexión para un debate social y político abierto. El país está pendiente de
construir una memoria legítima, que no consensuada, en la cual se incorporen
explícitamente las diferencias, los contradictores, sus posturas y sus
responsabilidades, y, además, se reconozca a las víctimas.
El informe es un momento,
una voz, en la concurrida audiencia de los diálogos de memoria que se han
venido realizando en las últimas décadas. Es el “¡Basta ya!” de una sociedad
agobiada por su pasado, pero esperanzada
en su porvenir.
José Salgar murió ayer a
sus 92 años. Este es el papa de todos los periodistas colombianos. El
espectador, la casa donde libró todas sus batallas durante setenta años, lo
recuerda con nostalgia y consciente del peso específico que tuvo en la larga
historia de este diario: Testigo de excepción de buena parte de los
acontecimientos del siglo XX en Colombia; viajero incansable y dueño de una
poderosa memoria; visionario de los asuntos propios de Bogotá, ciudad que le
dedicó centenares de artículos desde creó la columna de opinión llamada
"El hombre de la calle", don José Salgar, como era reconocido en la
redacción, deja un ejemplo de periodista incansable.
Anota este diario en este
día: “Nacido el 21 de septiembre de 1921 en Bogotá, “El Mono” Salgar, como fue
bautizado por sus amigos desde sus tiempos de estudiante, desentrañó su
devoción por las noticias. Él mismo contaba que pasaba las tardes embelesado en
los periódicos, hasta que por recomendación del maquinista de El Tiempo, Julio
Sánchez, amigo y vecino de su familia, ingresó a El Espectador. Era el año de
1933, tenía apenas 13 años y entró a fundir barras de plomo para alimentar los
linotipos desde las cuatro de la mañana. En ese labor, empezó a tener el
privilegio de ser el primero en leer la edición del periódico. Pero como tenía
un talento particular para olfatear las noticias y además era uno de los pocos
que sabían teclear la máquina de escribir con los diez dedos, rápidamente pasó
a la redacción. Al lado de Luis Cano y Gabriel Cano, y bajo la batuta del jefe
de redacción Alberto Galindo, aprendió todo lo que era necesario para
desempeñarse en el oficio. Eran los tiempos de un periodismo afrancesado de
grandes talentos”.
El periódico “El tiempo” de
Colombia recuerda sus más emblemáticos reconocimientos: “La trayectoria de
Salgar fue reconocida por los premios más importantes del periodismo
colombiano: en 1990, recibió tanto el Simón Bolívar, como el Premio CPB, del
Círculo de Periodistas de Bogotá, ambos a su trayectoria. Y años después, en el
2005, recibió el premio Cémex-FMPI, de la Fundación Nuevo Periodismo
Iberoamericano (FNPI), en la categoría de homenaje. Tanto en este último, como
en el Simón Bolívar, recibió el galardón de manos de Gabo, con quien mantuvo
una estrecha amistad”.
Un capítulo especial
amerita su amista con Gabriel García Márquez. Tratare de escribirla en esta
semana.
Esta entrevista realizada
por Julián Martínez Vallejo aparecida en la red, es muy bella, está el maestra
en carne y hueso:
¿Cuándo
y cómo llegó al espectador?
Yo soy el más antiguo de
los periodistas del mundo, comencé a los 13 años. Era un muchacho que estaba
comenzando a estudiar bachillerato y caí en el periodismo, esa es una historia
que se ha contado mucho, Gabriel García Márquez la cuenta en sus memorias. Yo
pase más de 70 años de trabajo en El Espectador. Toda la vida he estado allá y
pasé la mayor parte de mi vida con Guillermo Cano.
J.M.V.: ¿Usted cuándo se
conoció con Guillermo Cano?
J.S.: Cuando
él estaba de estudiante en el Gimnasio Moderno yo ya era jefe de redacción de
El Espectador, ahí nos conocimos. Él entró a mis órdenes como redactor y ahí
comenzó. Después tuvimos 38 años continuos de trabajo hasta que él murió.
J.M.V.: ¿Cómo fue su
relación con Guillermo Cano durante esos 38 años continuos de trabajo?
J.S.: Ni
un sí, ni un no. De una amistad muy cordial, de una afinidad como periodistas
muy grande y dos personas que siempre tuvieron una gran amistad y un gran
profesionalismo.
J.M.V.: Don Guillermo Cano
le hizo una dedicatoria a usted en una de sus editoriales el 31 de julio de
1983. Éstas fueron sus palabras:
"Escribo sobre José
Salgar con un grado de admiración que se acerca muchísimo a la idealización del
periodista perfecto. No en vano me ha tocado ser testigo de excepción de la
mayor parte de su vida profesional y puedo dar fe y testimonio irrefutable de
que como el Mono Salgar no hay dos ni ha habido dos en el periodismo
colombiano. Se hizo a sí mismo, en todos los sentidos. Se educó, se capacitó,
se perfeccionó por propio esfuerzo, sin ayuda externa, en razón de su
inteligencia y del alma de periodista que nació con su alma.
Pero sobre todo, sin
proponérselo, por inescrutable destino, se convirtió en maestro de periodistas.
Son más los alumnos consagrados de José Salgar que trabajan en la prensa
escrita, en la radio, en la televisión, en las revistas, en todo lo que tenga
que ver con la ciencia de la comunicación de masas, que los egresados de las
universidades. Abundantes testimonios darán fe de que no exagero". (El
Espectador, 'Libreta de Apuntes', 31 de julio de 1983)
¿Usted qué hizo y qué le
dijo a don Guillermo?
J.S.: Yo
le agradecí mucho esa nota que se publicó como editorial de El Espectador
cuando yo cumplí 50 años de trabajo en el periódico. Guillermo siempre fue muy
particular conmigo y esa fue una muestra. Yo le di un abrazo muy fuerte. Me
recuerdo con mucho cariño y muy agradecido de esas palabras.
J.M.V.: ¿Cuál es el
recuerdo que más lo impacto el 17 de diciembre de 1986 cuando asesinaron a
Guillermo Cano Isaza?
J.S.: Mi
actitud fue únicamente encargarme de la edición del otro día. Yo lo único que
hice fue retirar el editorial y poner en lugar del editorial una frase que
decía: “Seguimos adelante”, y hemos seguido adelante. Con el ejemplo de
Guillermo, El Espectador y su política editorial siguió adelante.
Siempre leí sus columnas.
Mi padre fue lo que hoy llamamos un fans incondicional y siguió su trayectoria
religiosamente. Su muerta es una pérdida irreparable para el periodismo no sólo
nacional sino mundial, pero es importante recordar, que este hombre dejó la
casa en orden, se retiró a buen tiempo y para todos los interesados queda su
legado, escritos y vida como bitácora que les dará los mejores consejos “En la profesión
más bella del mundo”.
Toda la parafernalia que ha despertado el ex-técnico
de la CIA, para no decir el espía, que hasta hace poco trabajaba como consultor
para la agencia nacional de seguridad de los Estados Unidos y que gracias a sus actividad conocía secretos de estado, los que resultó exponiendo y
entregando a la prensa, suscita muchas inquietudes y convergencias inevitables. Hoy está
esperando en el aeropuerto de Moscú que algún país le otorgue el exilio. Este hombre reveló
documentos que dejaron al descubierto el penoso espionaje a que estamos
sometidos por la primera potencia mundial. Sería ingenuo pensar que el tema del espionaje
es cosa del pasado. El mundo imaginado por George Orwell ahora es una cruel
realidad y resulta claro que es imposible evitarlo, con el terrorismo como
pretexto nos ven, escuchan y controlan veinticuatro horas al día con satélites,
cámaras instaladas en todo el extenso recorrido de nuestra existencia.
El diario The Guardian divulgó el 6 de junio,que en virtud de una
orden judicial secreta la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) tenía acceso a
registros telefónicos y en Internet de millones de usuarios de la operadora de
telefonía Verizon en EE UU. La Casa Blanca defiende la necesidad de registrar
las llamadas telefónicas de los ciudadanos de EE UU, por considerarlo "una
herramienta crítica" para combatir al terrorismo. Al otro día este diario
y “The Washington Post” revelaron dos programas de espionaje secretos: uno que
registra datos de llamadas en EE UU y otro que permite a la inteligencia
estadounidense acceder a servidores de las principales compañías de Internet
para buscar conexiones con el terrorismo internacional. La información apunta a
que la NSA y la FBI recababan datos directamente de los servidores de
Microsoft, Yahoo, Google, Facebook, PalTalk, AOL, Skype, YouTube y Apple. El 9
de junio Un joven estadounidense extécnico de la CIA que trabajó como consultor
para la NSA llamado Edward Snowden revela que él es la fuente utilizada por los
dos diarios. El joven, que se encuentra escondido en Hong Kong desde donde ha
llegado procedente desde Hawai, dice que piensa buscar asilo. Más tarde se
conoce que China y Corea son expiados en todas las instancias. En adelante este
suceso ha despertado todo tipo de reacciones, los oprobiosos sucesos que vivió
el presidente Evo en Europa, que determinó la dimensión del trato de tercera
que recibe Latinoamérica en Europa.
Dos libros se me vienen a la cabeza gracias a este
suceso. “1984” de George Owell y “El sastre de Panamá” de John Le Carre. El
primero describe la sociedad que padecemos sin que podamos oponernos. Fue escrito hace más de setenta años, lo que
lo convirtió en un libro visionario. En este libro el gran hermano controla
todo. Como ahora una cámara siempre está vigilante. Actualmente las calles
están llenas de cámaras, en los centros comerciales, el conjunto donde vivó
incluyendo una sobre mi terraza, en el colegio de mis hijos, la cancha del
barrio. Todo lo ven y lo escuchan. El
asedio paranoico sobre nuestra vida adquirió unas dimensiones inimaginables. Paradójicamente
esto significa que la información está en manos de muchos funcionarios, lo hace
vulnerable el mismo sistema, como sucedió este funcionario de los organismos de
seguridad. El texto de John Le Carre, es emblemático para el caso. En este “un hombre sencillo se ve involucrado
en un caso de espionaje que terminará en tragedia. Todo ocurre en Panamá,
cuando se acerca el día en que debe cumplirse el acuerdo de devolución del
Canal al gobierno local. Pendel es el mejor sastre del país. Sus manos miden y
cortan los trajes del presidente de Panamá, del general al mando de las tropas
norteamericanas en el Canal y de toda la gente importante. Su vida transcurre
apaciblemente, hasta que en ella irrumpe un ambicioso y torpe agente británico
que lo convertirá en su fuente de información privilegiada”. Este texto es una
burla al mundo de los espías y a la paranoia de los estados por saberlo todo.
Ahora, está realidad implacable nos asedia y nada podemos hacer. Solo nos queda
volver a las novelas de espionaje.
Si no acepta el gobierno
que el país está entrando en una recesión y que la economía puede caer en una fase
inercial grave a todas luces, es difícil
que salgamos adelante. Las locomotoras definitivamente no arrancan. Las protestas sociales son el pan de cada día
y la industria y el comercio realmente viven una baja que sobre-pasa la
coyuntura típica de esta época y sobra decir que llevan un tiempo muy largo en
esta fase, es seguro que de no tomarse medidas urgentes, el gobierno se llevará
un fiasco muy grande.
Hay algunos hechos que nos
dejan perplejos y que dicen mucho de
nuestra capacidad para utilizar los recursos públicos, direccionarlos
adecuadamente y fomentar desarrollo. Lo
que pasó con las ayudas y las medidas tomadas en la crisis invernal de hace dos años, es emblemático. Donde está
el dinero, las obras y las soluciones, realmente por ninguna parte aparecen, la tragedia
es peor. Nada de lo planeado parece haberse hecho y da tristeza que no pase nada, nadie se expresa al respecto. Lo
mismo pasa con las regalías, están vienen perdiéndose por vía de la corrupción endémica
de este país, nunca hemos entendido, que podremos hacer mil reformas, pero sí no cambiemos nuestra actitud, la conducta en sí, la matriz ética, es difícil que superemos el problema. Uno se pregunta, dónde está la
responsabilidad social de las empresas, que pasa con la baja de los salarios, el empleo
informal y el contrabando, son variables que crecen y afectan la
tranquilidad del ciudadano de a pie. Sabemos que no solo la responsabilidad le
cabe al gobierno y que los empresarios deben asumir su rol en estos puntos. Es
un hecho. El ciudadano común cada día está más inerme, atrapado entre
decisiones absurdas que lo afectan gravemente y nadie hace nada.
La cifra de la tasa de
crecimiento en 2.8, no es nada alentadora. El gobierno habla del 4.5 %, la CEPAL
de 4.4, el Banco Mundial del 4.5, lo que nos parece muy optimista. Es preciso advertir
que era difícil que evitáramos tener consecuencia sobre la economía interna,
sus efectos incluso se habían demorado mucho y en esto la política del gobierno
surtió los resultados de esquivarla inteligentemente.
Michel Potter, en Bogotá
señalaba, algo que para esta coyuntura es importante tener en cuenta, pues no
podemos caer en la posición facilista de pretender que el gobierno nos
solucionará todo: “No hay que confundirse: la riqueza no la producen los
gobiernos, ni las fundaciones, sino las empresas. Con esa riqueza se genera
bienestar porque entrega recursos a los demás agentes para que gasten, pero hay
que garantizar que se siga reproduciendo el capital, como condición de mantener
el progreso”.
Las alarmas no mienten, la
infra-estructura no arranca. Trescientos kilómetros en carretera parecen ser
consuelo de bobos. La infra-estructura está lejos de prender motores. Se diseñó
una política basada en cuatro locomotoras, que pasa con este plan de acción
sería la pregunta pertinente, el mismo interrogante me suscita el sector agrícola.
La vivienda constituye la única variable exitosa. El gobierno debería
focalizarse en desarrollar su plan de desarrollo, lo demás es tapar goteras. Las tendencias no son buenas. La industria está lejos de ser
competitiva. Como serán las decisiones del presidente, es el interrogante que queda abierto . Amanecerá y veremos.
Uno de los eslabones
vitales de la sociedad y la democracia lo constituye la libertad de prensa. Los
canales regionales cumplen una labor importante en esta materia, no solo
informan sobre todo lo que afecta a la ciudad
y el departamento en los aspectos más
generales y de interés, sino además aquellas noticias que conciernen a la
gobernabilidad y la clase política en cualquier instancia. Sus dueños son la
gobernación y el municipio. En Antioquía hay dos canales: Tele-Antioquia y
Tele-Medellín. Son públicos, lo que obliga a un manejo claro desde lo institucional, ético y sin
intervenciones, pues cumplen una función social inigualable.
Estos canales son el único
medio que tienen los ciudadanos, para expresar lo que pasa en sus barrios, de
hecho existen programas especiales en donde se pronuncian, muestran sus logros.
Hace unos meses uno de estos canales, pasó al aire unas declaraciones
inapropiadas de un diputado que dejaban ver un racismo inexplicable o que por
lo menos constituían una ofensa de grueso calibre a un departamento y a sus
negritudes, inexplicable a todas luces. Por gracia de esta información, el
diputado fue suspendido y la condena social a su actitud fue contundente.
Parece que la clase
política no estaba dispuesta a que se ejerciera un control periodístico por sus
actividades y menos por la actitud de fehaciente del director. Juan Pablo Barrientos director de Tele-Antioquia
fue quien lideró esta denuncia. Como director simplemente puso sobre la
palestra una información que a juicio
suyo era un oprobio, más cuando la frase del diputado atacaba a todo un departamento.
Juan Pablo, es un hombre hecho a puro pulso, nacido en las comunas, conocedor
como nadie de su ciudad. Su labor es un ejemplo de buen periodismo y responsabilidad. Por gracia de este evento, fue grabado en una reunión
de redacción, que a todas luces es privada, un oprobio mírese desde donde se le
quiera mirar, más cuando quien grabó y entregó esta información se supone es de
su equipo y hombre de confianza, lo que significa que hubo una infiltración. En
el consejo de redacción al parecer hubo frases de grueso calibre en boca de
Juan Pablo, una especie de apasionamiento personal con el tema, que sirvieron se
sintieran ofendidos e inclusive les dio pie para denuncias penales, lo que les
ha permitido alegar lo flagrante del resentimiento del director, lo que ha alimentado
este escándalo, nada sano para el ejercicio de la libertad de prensa, que
terminó con su renuncia y demostró hasta donde llega el poder de la clase
política del departamento.
Sucesos como este son
corrientes en nuestro país, recordemos en el anterior gobierno se chuzo y se persiguieron muchos periodistas, la incidencia tenaz de la política en los medios es pan de cada día.Nunca han podido quitarle la fuerza
que tiene el periodismo en Colombia. Esperamos que el gobernador, quien es un
demócrata, sepa lidiar con semejante escándalo y deje intacto la libertad del
director nuevo para ejercer su función. Las dudas quedan sobre el tapete, esto
está descontado y de hecho apoyamos al director en esta cruzada.