Los problemas
graves que tiene la democracia hoy en el mundo parten, sobre todo, de dos
fenómenos puntuales: La corrupción y el populismo. Esta semana apareció un
texto escrito por Paul Preston sobre la corrupción en España.
En el portal
de “Letras libres” el periodista Rafael Rojas, habló de otros textos publicados
alrededor del tema: “En los últimos años se han publicado historias de la
corrupción en diversas naciones del mundo. Alfonso W. Quiroz escribió una para
el Perú y Jaume Muñoz Jofre otra para España. El ensayista italiano, Carlo
Alberto Brioschi, en cambio, se propuso algo más ambicioso: una historia
universal de la corrupción, antecedida o complementada por una historia de la
reticencia del pensamiento moderno a recapitular la corrupción en Occidente”.
Paul Preston
es un escritor Británico, el texto “se abre con el continuado fraude electoral
de la Restauración, con dos partidos —liberales y conservadores— que se
turnaban en el poder desde el que repartían prebendas y monopolios (el liberal
Práxedes Mateo Sagasta dormía a veces en un hotel para evitar las colas de
demandantes de empleo que se formaban ante su casa), y concluye con las
tarjetas black de Bankia, los papeles de Bárcenas, los chanchullos de Iñaki
Urdangarin, los ERE socialistas en Andalucía o las comisiones pagadas a la
familia Pujol por adjudicaciones de la Generalitat. Un árbol genealógico
vigoroso y bien enraizado. Como si la corrupción, por más que la sociedad se
haya democratizado, fuese capaz de sobrevivir a cualquier régimen y casi
cualquier ideología. Aunque tampoco en esto hay que sentirse diferentes”.
Latinoamérica
vive su peor momento en esta materia. Lo sucedido con la multinacional brasileña
Odebrecht, el gigante de la construcción que protagonizó el mayor escándalo de
sobornos de América, pagó 200 millones de dólares (172 millones de euros) en
comisiones ilegales a políticos, funcionarios, empresarios y presuntos
testaferros de ocho países de Latinoamérica a través de la Banca Privada
d´Andorra (BPA), según informes confidenciales de la Policía de este Principado. Pese a la magnitud, este evento es la
confirmación de una infinita costumbre que no asombra a nadie y que pese a
venir desde nuestra independencia, hace parte del ADN de la clase política y
dirigentes nuestros, hemos padecido este mal sin poder hacer
nada. El caso es que, en los últimos años se salió de sus justas proporciones.
Nadie quiere
aguantar más esta maldita costumbre. Existen en la mayoría de países sendos
proyectos legislativos para blindar el patrimonio público y para ponerle freno
a los corruptos. Los estudios publicados nos ayudan a entender la gravedad del fenómeno
y como ha fracturado la sociedad en general, que ve esta práctica como
normal, éticamente pulveriza el ser moral, nuestros políticos siempre terminan muy
ricos, con fortunas que nunca podrían justificar.
La academia también
ha hecho su tarea, con conversatorios, congresos y publicaciones al respecto.
La pregunta es cómo comprometemos a la sociedad en general al cambio. Debe ser
la tarea de todos.