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domingo, noviembre 28, 2021

UNA EXPERIENCIA CLINICA

 

Desde que tiene seis años mi hija fue diagnosticada con diabetes uno. Vivir con esta condición no ha sido fácil para ella.  Consciente de su estado ha sabido manejar con mucha atención todos las prevenciones y protocolos médicos que esta condición requiere. Tres veces ha estado en urgencias con la consabida hospitalizada, en 11 años el balance no ha sido malo. Quiero hablar de la última experiencia en la clínica León XIII de Medellín. Siempre que llegamos a urgencias lo hacemos por una descompensación que le pone en una situación grave, se denomina coma diabético y requiere de cuidados muy especiales y atención inmediata. Los síntomas son muy claros en este caso: 1 Temblores o nerviosismo 2 Ansiedad 3 Fatiga 4 Debilidad 5 Transpiración 6 Hambre 7 Náusea 8 Mareos o aturdimiento 9 Dificultad para hablar o Confusión. Ahora con el COVI nuestras apreciaciones sobre la mirada médica han cambiado mucho, reconocemos los esfuerzos del cuerpo medico y los auxiliares frente a este virus fatal y sorpresivo. He tenido un acercamiento a la mirada medica desde los textos del filosofo Michel Foucault, sobre todo “En la locura en la época clásica” y “El nacimiento de la clínica”. La primera “Aborda la visión de la sociedad occidental sobre la locura en diferentes etapas: el renacimiento, la edad clásica (siglos de la Ilustración, finales del XVI y casi la totalidad del XVIII), y la experiencia más contemporánea. La segunda es un ensayo histórico sobre la mirada medica y las discontinuidades de la misma, sus trasformaciones, además de una episteme sobre el objeto de saber medico desde el contexto institucional y social, “una investigación sobre la medicina, como campo de la producción de lo humano en la modernidad”.  Vivir la mirada medica en estos momentos como usuario del sistema corresponde a una experiencia especial y de la que quiero escribir. Es cierto, las clínicas desde el espacio, no solo están diseñadas en pro de la atención médica, sus espacios responden a esta necesidad, pero no dejan de ser sistemas cerrados de control, donde se privilegia la mirada, algo muy parecido al panóptico que nació en los albores del renacimiento en Francia. En urgencias nos atendieron con diligencia y en menos de lo que esperábamos estábamos en el cuarto piso de la clínica, en las UCI. Acostumbrados a que las espera en urgencias son de cuatro horas, producto de un sistema bastante inhumano, en este caso, tuvimos la sorpresa que mi hija Isabella, estuvo en manos de los expertos en muy poco tiempo y en atención a su cuadro médico que, era muy grave.

Quiero recalcar la formalidad, la atención y la diligencia del cuerpo médico, sus enfermeras y el personal en general.  Mi hija fue tratada con total atención y con una amabilidad poco usual en estos tiempos. Los médicos tuvieron una comunicación permanente, lo que es una excepción, hubo siempre una enfermera en la habitación, pendiente de cada uno de los protocolos impuestos y siempre cordiales con mi hija, no solo en los aspectos pertinentes a sus responsabilidades, sino como amigas y consejeras casuales, acorde con las circunstancias, aspecto muy positivo, sobre todo en una condición tan especial como es la diabetes.

Muchas veces somos muy críticos de cualquier falencia en estos casos y más bien parcos cuando se trata de reconocer la diligencia y responsabilidad del sistema, cuando se nos atiende bien. Quiero con esta nota agradecer a la clínica León XIII de Medellín y a todo el cuerpo médico y asistentes de las UCI en el piso cuarto. Gracias, muchas gracias.

 

 

martes, noviembre 16, 2021

ESTADO Y GOBIERNO EN COLOMBIA

 

Debo advertir que este no es un artículo sobre la teoría del estado y su correlato inexorable el gobierno, como singularidad, sino quiero relevar, la flagrante crisis en que se encuentra el estado colombiano y de hecho por correspondencia, la crisis del gobierno actual que, parece no preocupar a muchos y corresponde de igual manera a la inercia total de los gobernantes en los últimos 20 años, sobre todo, frente a los grandes problemas que nos agobian: La fragilidad de la vida, la paz y la inequidad.

Todo estado corresponde a unos fines, es una asociación libre, articulada desde el derecho, con una super-estructura, traducida en un espíritu, cuerpo, representado por órganos e instituciones que le sostienen, que lo reflejan en su totalidad y las cuales se expresan mediante actos administrativos y leyes. La teoría del estado es muy amplia, profusa e interesante.  Existe en las democracias modernas, separación de poderes, contrapesos, elecciones libres y reglas claras. La vida, la honra y el bienestar de los asociados es el fin supremo del estado.

En Colombia el estado no cumple con los fines para lo cual fue creado y desde hace mucho tiempo la vida dejó de ser el bien supremo por antonomasia. La violencia, la corrupción, la inequidad son problemas constantes y lacerantes de nuestra sociedad.  El asesinato de lideres sociales, de desmovilizados del proceso de paz, el abandono de vastas zonas del territorio donde impera la ley del más fuerte, son la constante de nuestra triste realidad.

El gobierno actual en el exterior se muestra como un abanderado de la paz, e interiormente, hace todo lo posible por volver trizas el acuerdo de la Habana, privilegia la fuerza como única salida a nuestros problemas. Esta sociedad polarizada en parte por la actitud guerrerista del partido de gobierno no sale de la radicalización. A esto se suma una corrupción galopante, la ausencia total de representación evidenciada en un congreso clientelista y siempre comprado por el ejecutivo a través de la contratación y la burocracia.  Estamos a las puertas de elecciones de cuerpos legislativos y de presidente y el consejo electoral no es de fiar, como lo evidencia las declaraciones de su director frente al censo y  los datos de población del DANE y por lo tanto el censo de quienes son aptos votar.

El gobierno en actos de sutil filigrana y política perversa, terminó por controlar todos los órganos de control: Contraloría, procuraduría, defensoría del pueblo y consejo electoral. Tiene el congreso a su favor con la potestad de aprobar leyes que ni siquiera discuten y menos debaten, por gracia de la aplanadora de las mayorías.

Algo distinto debe pasar en las próximas elecciones, los colombianos no podemos seguir votando por los mismos y pasando por estas elecciones sin un estudio juicioso de los programas y las calidades de los aspirantes. La responsabilidad es mucha y de nosotros depende el futuro de la nación.

domingo, noviembre 07, 2021

LAS CIENCIAS SOCIALES Y LA UNIVERSIDAD

 

El debate sobre la libertad de catedra y el estado no es nuevo. En los últimos años ha ganado nuevos ámbitos de discusión. Hoy en México se está dando con mucha vehemencia por las injerencias del presidente quien, alega las influencias del neoliberalismo en las ciencias sociales en la UNAM, universidad de reconocido prestigio y la ausencia de visiones más socializantes que, cuestionen las políticas producto de la globalización y la apertura, en esencia del libre mercado. Por fuera de estas variables propias del debate, la autonomía de las universidades debe prevalecer y el estado debe permitir la libertad de catedra como presupuesto necesario para el desarrollo de la investigación y de la ciencia. Este artículo publicado por la revista Letras Libres, es un punto de partida para el debate que espero tenga más ópticas y puntos de vista. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE

 

Por Francisco Valdés Ugalde

29 octubre 2021

Desde los años universitarios del presidente, las ciencias sociales han cambiado de forma radical: cayó el bloque soviético y la democracia liberal es preferida como sistema de gobierno. En la UNAM se debate y critica toda forma de pensamiento único.

 

Más que a menudo, la razón de Estado ha querido avasallar la libertad de pensamiento y, en particular, la que critica su sinrazón y el poder en que se afianza. Hoy vemos dirigir la virulencia de ese vicio del poder contra la UNAM desde la investidura presidencial.

 

El presidente de la República ha lanzado acusaciones contra esa universidad e insistido en que debe recibir una “sacudida”. Las acusaciones se concentran en la supuesta complicidad de la institución con el neoliberalismo y la sacudida la produce, por ahora, él mismo con sus declaraciones. Entre sus afirmaciones más recientes está una particularmente inexacta: que las ciencias sociales en la UNAM y sus facultades se “llenaron de conservadores”. Al ser imposible profundizar en lo que quiso o quiere decir el presidente, dada la inaccesibilidad de su tribuna, convienen algunas reflexiones.

 

Las ciencias sociales han cambiado radicalmente de cuando él estudió la licenciatura en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (ingresó en 1973 y se tituló en 1987) al momento actual. Las ciencias sociales en el mundo y en México en particular están marcadas por dos acontecimientos fundamentales de nuestro tiempo que se les imponen como parámetros ineludibles: el derrumbe del comunismo soviético y la preferencia dominante de la humanidad por la democracia liberal como sistema de gobierno.

 

Me atrevo a decir que ambos eventos también impactaron el mundo de las ciencias naturales y su enseñanza, así como el papel de la universidad internacionalmente. Basta observar cómo las ciencias que habían estado comprometidas con la carrera armamentista de la guerra fría pasaron a una etapa de desarrollo exponencial de globalización y crecimiento del conocimiento científico-técnico poco menos que asombroso, aunque no exento, por cierto, de raíces bélicas, como lo ha sido siempre en la historia de la civilización.

 

Las ciencias sociales, particularmente aquellas que abrevaban de forma directa o indirecta del pensamiento marxista, se enfrentaron necesariamente a revisión y autocrítica para encontrar de nuevo fundamentos epistémicos y ontológicos con los que encarar un mundo que es irreconocible bajo las ópticas previas y un futuro imposible de conciliar con la utopía que brotaba de esa fuente: el socialismo como “superación” del capitalismo y transición al comunismo. Esa tradición había quebrado desde sus inicios. Los escritos del último Engels y del Kautsky de madurez dieron la razón a la socialdemocracia, y la evolución “teórica” del leninismo como interpretación del marxismo condujo al estalinismo porque contenía en su seno los fundamentos epistémicos que lo hicieron posible, en particular, debido a la degradación dogmática (y supuestamente “científica”) de la democracia a “dictadura de la burguesía” y el mandato igualmente siniestro de que debía ser trocada por la “dictadura del proletariado”.

 

En las ciencias sociales que solía practicar la izquierda biempensante antes de la caída del Muro de Berlín, el comunismo soviético se impuso como un verdadero obstáculo epistemológico, mientras que otras ramas del conocimiento científico social se desarrollaron con mayor soltura (la teoría de la elección social, la economía del bienestar, la antropología, la teoría de los sistemas complejos, la teoría de la información, entre otras) y ofrecieron desafíos que aquellas no dejarían caber en sus repertorios.

 

Pasado el siglo que arrancó con esos debates, el derrumbe del imperio soviético ocurrió por su inviabilidad endógena, deliberadamente agudizada por Estados Unidos al conseguir la supremacía militar en la última etapa de la guerra fría. Desde el interior del comunismo soviético se desataron fuerzas sociales y políticas que clamaban por la democracia y denunciaban la dominación totalitaria de las nomenclaturas de los partidos comunistas como una opresión sin precedentes (cuyas cenizas siguen humeando en China y en Cuba). Antes, en Europa, sobre todo en Francia, Italia y España, se desarrolló con éxito una nueva visión de la realidad y del futuro posible (y deseable) gracias al eurocomunismo y a los partidos socialdemócratas. En el pensamiento económico, social y político aparecieron corrientes nuevas que aún se sostienen en algunos de los pilares de esa tradición bajo la forma de marxismo analítico, y que proponen una reformulación aún más drástica de las tesis originales de Marx y Engels, si bien conservan su pregunta original: ¿es posible llegar a un estado de cosas en que el ser humano se desprenda de la necesidad?

 

Sin detenerme en la minucia de esos acontecimientos, que merecen tratarse por separado, el impacto que han tenido en las ciencias sociales ha sido fulminante: deslegitimaron la práctica de la crítica y la crítica de la práctica que se hace desde el lugar autodefinido de un oráculo basado en el supuesto de una ciencia exterior al pensamiento ordinario de la gente (el “socialismo científico”), al que liberaría, en una epifanía, de la enajenación. Además, llevaron a la formación de un campo alternativo que reconoce la siguiente premisa: el marxismo carece de los fundamentos necesarios –que presume tener– para encarar el mundo, y si algo le sobrevive es la indignación moral ante la milenaria injusticia que practican los seres humanos entre sí y que Marx plasmó magistralmente en su obra.

 

Más allá de la indignación, hoy estamos obligados a entender los mecanismos detrás de la injusticia y a ofrecer maneras innovadoras de trascenderla. A esta premisa le acompaña otra: si la injusticia puede ser trascendida, no podrá ser mediante la injusticia misma, es decir, mediante la supresión de las libertades y conquistas sociales que han sido posibles en el orden liberal, sino solamente a partir de él, y sin apelación a una razón superior al lenguaje ordinario de los hombres.

 

En otras palabras, ningún proyecto político que pretenda hegemonía sobre las capacidades plenas de libertad de expresión y deliberación puede ser legítimo. La democracia es un medio y un fin en constante desarrollo, y las ciencias sociales tienen el deber de investigar sus condiciones y la forma en que pueden incorporarse a ella los procesos de decisión que conduzcan a verdaderas alternativas para superar los males de las sociedades realmente existentes (es decir, las capitalistas, porque no hay otras, solo variantes de ellas). El futuro, por ende, no deviene (solo) de la teoría ni de la fuerza ciega de la historia, sino de la práctica de la libertad, que no debe tener otro límite que las reglas de la democracia política.

 

Esta fuerte corriente en las ciencias sociales puso en cuestión el viejo proyecto de “cambio revolucionario” al reconocer la evidencia histórica de que en la democracia es posible modificar el orden económico y social sin recurrir a la violencia ni a la dictadura que necesariamente les sigue. Las revoluciones son, así, fenómenos que ocurren, tragedias gloriosas si se quiere, pero no un expediente necesario per se. Dicho sea de paso, otro tanto le ocurre, de manera menos reconocida, al gramscismo, cuya fidelidad leninista lo hace naturalmente inviable en condiciones de libertad de decisión democrática.

 

En la corriente de política económica dominante desde hace 40 años, el vituperado neoliberalismo no es otra cosa que el más adecuadamente llamado fundamentalismo de mercado. Si, por el contrario, se estudia el pensamiento económico en otras de sus vertientes, como por ejemplo la del institucionalismo histórico, puede observarse que siempre se reconoce y se reclama la función del Estado en sus formas de “libertad positiva”, para decirlo en palabras de Isaiah Berlin. En la vulgata antineoliberal se confunde este fundamentalismo de mercado con todo lo que le ha acompañado sin necesariamente originarse en él, incluida la democracia como forma de gobierno. La trágica consecuencia de esta vulgata no hace más que tirar al basurero el sistema nervioso del cambio político no violento. De ahí que decir “democracia neoliberal” no es sino una aberración intelectual, por más que distinguidos académicos hayan usado la expresión para designar sociedades en que, no obstante, la democracia, se haya impuesto el fundamentalismo de mercado.

 

Por lo demás, abunda la investigación empírica que ha examinado sociedades que, precisamente gracias a la presencia de sistemas político-culturales democráticos, han cambiado sus condiciones de desigualdad y establecidos sistemas de bienestar que ya hubieran querido en los países ex socialistas. A esos países, los escandinavos, se ha referido en no pocas ocasiones el presidente López Obrador.

 

Indudablemente, las ciencias sociales que colocan los valores de la democracia en el centro de su quehacer conviven en la universidad con otras corrientes que quieren recuperar –en vano, creo yo– el carácter revolucionario y antisistémico del conocimiento social de modo holístico, y fundan su visión de la sociedad futura –su utopía– en un determinismo dogmático y carente de base científica que, aun así, les permite afirmar falsamente que con toda certidumbre es posible desterrar el capitalismo y fundar un orden superior. Los resultados son tan lamentables como la misma pobreza de sus fundamentos teóricos e intelectuales: ahí están de muestra Cuba, Venezuela y Nicaragua. Por cierto, una de estas corrientes tiene un bastión relevante en el Foro de São Paulo.

 

Es la UNAM la universidad donde más investigación y docencia se ha hecho para evidenciar los errores del fundamentalismo de mercado y en la que más se ha examinado el pensamiento y las políticas neoliberales. Esto se puede demostrar bibliográficamente sin problema alguno. Pero no olvidemos que es también una de las universidades en las que se da el debate y la crítica de toda forma de pensamiento único al que aludo aquí. Me temo que el presidente olvida que un Estado verdaderamente democrático no puede reclamar como intrínseca a sí mismo ninguna doctrina filosófica o científica, porque al hacerlo dejan de ser ciencia o filosofía para volverse razón de Estado. Ese ha sido uno de los errores más graves del neoliberalismo, como ha sido el caso con otras doctrinas económicas impuestas desde el poder político, entre ellas el marxismo. Y ni hablemos de las doctrinas religiosas. Así pues, debemos decir un nunca más a la razón de Estado desde las ciencias sociales y las humanidades.

 

Por supuesto que otra cosa sería hablar de las reformas que necesita la Universidad, pero eso no se puede hacer si el terreno de juego no está sembrado de buena voluntad. En rigor, la decencia política obliga a reconocer qué instituciones, además de la universidad, han fallado en sufragar el currículo para elevar la instrucción del pueblo. Si así fuera, bienvenido el debate.