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miércoles, enero 08, 2025

GUSTAVO PETRO VERSUS RODOLFO HERNANDEZ DOS POPULISMO ENCONTRADOS

 RESEÑA: BARRENECHEA ET. AL.UNIVERSIDAD DEL ROSARIO

Yanina Welp, investigadora del Albert Hirschman Centre on Democracy del Geneva Graduate Institute. Correo electrónico: yanina.welp@graduateinstitute.ch

REVISTA ANALISIS POLITICO UNIVERSIDAD NACIONAL No 108


Los resultados de las elecciones presidenciales del 29 de mayo de 2022 hicieron pensar a muchos que los colombianos habían pateado el tablero. Pasaron a segunda vuelta Gustavo Petro, un líder de izquierda y exguerrillero, y Rodolfo Hernández, el “rey del TikTok” (con 40 % y 28 % de los votos respectivamente). Quizás fue una sorpresa sobredimensionada porque ninguno de los dos era nuevo en política y la erosión del sistema de partidos se  venía  cocinando  a  fuego  no  tan  lento.  Petro  había  ocupado  cargos  electos  y  competido en dos ocasiones antes de alcanzar la presidencia, y Hernández había sido alcalde de Bucaramanga (2016-2019) antes de crear un partido para su postulación. Sin  embargo,  el  escenario  para  la  segunda  vuelta  provocó  estupor  en  los  medios  nacionales e internacionales porque cambiaba los ejes sobre los que había girado el debate político de los años previos (en particular, la discusión sobre la guerra y la paz) y también porque se reproducía en la contienda colombiana el enfrentamiento entre el tradicional populismo de izquierda latinoamericano y el emergente populismo de la  derecha  radical  global.  ¿Era  tan  así?  ¿Es  Petro  un  clásico  líder  del  populismo  de  izquierda y Hernández un representante de la saga de la derecha radical? ¿Con qué claves leer estas candidaturas y sus apoyos electorales? La obra colectiva Gustavo Petro versus Rodolfo Hernández. ¿Dos populismos encontrados? aporta conceptos y datos para que las y los lectores puedan armar sus propias respuestas.

La aclaración figura en la introducción: este libro no es el resultado de un proyecto de  investigación,  o  de  un  plan  sistemático  de  trabajo,  sino  de  la  coyuntura  generada  por  una  elección  percibida  como  atípica.  En  ese  marco,  un  grupo  de  miembros  de  la  comunidad  académica  se  reunieron  para  intercambiar  impresiones  y  comentar  sus  intervenciones  en  medios  de  comunicación  y  eventos  públicos.  El  concepto  articulador  es el de populismo, pero esa articulación no se refleja en la adhesión a una definición y/o valoración unívoca sino en la preocupación conjunta alrededor de la cual se reúnen voces incluso contrapuestas. 

Las  principales  aportaciones  de  la  obra  refieren  a  su  contribución  académica  a comprender  un  escenario  coyuntural  desde  diferentes  perspectivas  teóricas  con  base  empírica  y  revisiones  históricas.  Algunos  aspectos  son  útiles  para  la  conversación  comparada, como los que aluden a la racionalidad del voto de los electores que se inclinan por  opciones  populistas,  la  dimensión  ideológica  (derecha  e  izquierda),  la  incidencia  del  voto  económico  y  la  relación  del  populismo  con  la  democracia,  la  demagogia  y  la  tecnocracia.  También  se  consideran  las  características  y  el  alcance  de  las  campañas  electorales en el territorio y en las redes sociales. A continuación se presentan brevemente los ocho capítulos. En “Racionalidad rodolfista y encanto populista”, Rodrigo Barrenechea y Silvia Otero Bahamón proponen apartarse de “la condena al electorado rodolfista de irracional e ignorante” para preguntarse por qué puede tener tanto apoyo electoral un candidato que adolece de un programa elaborado y coherente (p. 2). Los autores argumentan que, al no prestar atención a la coherencia de las propuestas, los votantes no están desinformados sino que cuentan con la misma información que otros, pero llegan a conclusiones distintas sobre  qué  hacer  con  su  voto.  Básicamente,  señalan,  el  votante  populista  aspira  a  sacar  a  los  políticos  del  poder,  reducir  su  número,  sus  salarios  y  su  acceso  al  dinero  de  la  corrupción (p. 6). Adicionalmente, el capítulo explora variables de contexto partiendo de la consideración de que la distribución del voto por Hernández y Petro presentó marcadas diferencias en el territorio. Aquí, como se ha observado en otros casos recientes como el de Argentina tras el triunfo de Javier Milei, el hastío del statu quo se hace especialmente evidente  entre  los  sectores  donde  prolifera  el  empleo  informal  en  el  sector  servicios.  Y  dejan una clave: “no se rebelan por enfrentar condiciones de vida inaceptables, sino por la brecha entre lo que creen merecer y lo que obtienen en realidad” (p. 9). Al confrontar las expectativas del votante populista de derecha (“no quieren nada regalado”) con los de la izquierda (“vivir sabroso”) encuentran posicionamientos muy diferenciados en relación a las políticas redistributivas y el rol del Estado.

En “La segunda vuelta de 2022: un choque de populismos”, Yann Basset recupera el aporte de Ernesto Laclau y su mirada sobre el populismo a partir de los tres desplazamientos que produce: considerar el populismo como parte inherente del juego democrático y no como  una  anomalía,  invitar  a  entenderlo  como  un  discurso  político  performativo  y  no  descriptivo  (“la  oferta  política  no  responde  a  unas  demandas  previas,  la  oferta  crea  su  propia demanda”, p. 24) e insertar en la relación entre representantes y representados un tercer componente: el adversario o enemigo del pueblo. El uso del populismo en Colombia, señala Basset, vino a llenar un vacío en los canales de representación que había dejado el uribismo (por cierto, un caso de populismo para muchos analistas de fuera del país y prácticamente ignorado en todo el libro). En el análisis de ambos populismos, de Petro y Hernández, destaca la apelación a un pueblo preexistente por parte de la izquierda y la construcción de un sujeto político que no existía como tal en el caso de Hernández. El análisis profundiza en las contradicciones del discurso antipolítica y, finalmente, sugiere que el triunfo de Petro se debió a una más efectiva campaña en el terreno, donde podía apoyarse en gente activa en barrios y municipios del país; o sea, el peso del territorio y de la política de base.

En el tercer capítulo, “Rodolfo Hernández: ¿el Trump colombiano?”, Liza Zanotti y Sandra Botero comparan lo que fue una referencia mediática frecuente: que Hernández era una versión local de Trump. Según las autoras, se parecen en el carácter populista de sus liderazgos, en postularse como outsiders ―pese a que ambos empresarios son parte del establecimiento económico― y en el uso intensivo de redes sociales. En cuanto a las diferencias, postulan que mientras Trump es un populista radical de derecha, Hernández es “un populista puro” (p. 47). Queda para la discusión el uso del concepto “populismo puro”  y  las  limitaciones  de  comparar  un  líder  en  campaña  con  otro  que  ha  ejercido  la  presidencia.  La  actual  campaña  de  Trump  (2024)  sugiere  que  el  pragmatismo  en  la  búsqueda de retornar al poder podría pesar más que ciertos principios ideológicos. Guibor  Camargo,  Sebastián  Londoño  y  Andrés  Miguel  Sampayo  (“La  muerte  del  populismo como método y la flexibilidad de las preferencias electorales”) proponen cambiar el ángulo de análisis. Los autores consideran la inutilidad de la referencia al populismo y postulan que la flexibilidad de las preferencias electorales es un enfoque más productivo. El repaso de la extensa producción académica sobre el populismo se hace sobre las bases de la defensa del argumento y de forma no sistemática (tarea probablemente imposible, en cualquier caso) con lo que ante cada dimensión que plantean podría contraargumentarse con otras perspectivas. En cuanto a la flexibilidad de las preferencias electorales, en mi opinión, no es un reemplazo sino un complemento que aporta otro tipo de mirada. Como sugiere Basset en su análisis, las demandas se crean, la oferta crea su propia demanda, y ahí el populismo parece tener mucha influencia.

Guibor  Camargo,  Sebastián  Londoño  y  Andrés  Miguel  Sampayo  (“La  muerte  del  populismo como método y la flexibilidad de las preferencias electorales”) proponen cambiar el ángulo de análisis. Los autores consideran la inutilidad de la referencia al populismo y postulan que la flexibilidad de las preferencias electorales es un enfoque más productivo. El repaso de la extensa producción académica sobre el populismo se hace sobre las bases de la defensa del argumento y de forma no sistemática (tarea probablemente imposible, en cualquier caso) con lo que ante cada dimensión que plantean podría contraargumentarse con otras perspectivas. En cuanto a la flexibilidad de las preferencias electorales, en mi opinión, no es un reemplazo sino un complemento que aporta otro tipo de mirada. Como sugiere Basset en su análisis, las demandas se crean, la oferta crea su propia demanda, y ahí el populismo parece tener mucha influencia. El  quinto  capítulo,  “Populismo,  inclusión  y  lumpen-burguesía”,  de  Ana  Beatriz  Franco-Cuervo  y  Freddy  Cante  Maldonado,  recupera  una  posición  clásica  de  defensa  del potencial democratizador del populismo de izquierda. Los autores señalan que en las democracias representativas de los países dependientes los gobernantes electos tienden a obedecer a los intereses de las oligarquías y grupos de interés minoritarios promoviendo formas  de  participación  elitistas  y  oligárquicas  (p.  112).  El  capítulo  repasa  la  discusión  sobre  las  fuentes  de  la  desigualdad  política  y  señala  como  obstáculos  para  promover  políticas públicas inclusivas la deficiente capacidad del Estado y la desigual distribución de  la  tierra.  En  este  marco  analizan  los  discursos  de  ambas  candidaturas  y  sus  apoyos  territoriales. 

“Reflexiones sobre el lenguaje en el populismo: ¿fabricación de realidad, construcción de  una  posibilidad  o  flatus vocis?”, de Uriel Cárdenas, reflexiona sobre los usos del lenguaje verbal y sus implicaciones en el caso del populismo centrándose en el dualismo y  la  dicotomía  entre  pueblo  y  élite  y  ofreciendo  ejemplos  provenientes  de  la  campaña  electoral. En “Colombia: ¿el populismo imposible?”, Sara Fonseca y Mery Castillo vuelven a un  presupuesto común, pero no por ello tan claro: la idea extendida de que el populismo era  imposible  en  Colombia.  Como  señalan  en  el  capítulo,  más  que  la  imposibilidad  en  términos de presencia, cabe analizar por qué no tuvo éxito en llegar al gobierno. En este sentido, lejos de ser atípico, quizás el caso se ha mirado de forma demasiado endogámica o buscando ejemplos demasiado distantes en lugar de mirar los próximos. La reciente obra de María Esperanza Casullo y Harry Brown-Araúz, El populismo en América Central (2023), podría aportar pistas, además de recuperar otra dimensión ausente en esta compilación que es la teoría de la modernización y su vínculo con la emergencia del populismo. Como se dijo más arriba, sorprende la ausencia de Uribe como precedente (al menos para parte de la literatura). La dimensión izquierda-derecha podría explicar en parte esta ausencia en un país que ha tendido a compararse con sus vecinos pero no puede señalarse ―como se hace en varios capítulos― que no hubo populismos con agenda de derecha en la región, como muestran los casos de Carlos Menem en Argentina y Alberto Fujimori en Perú. Finalmente, el octavo capítulo, “Populismo progresista y reaccionario en Colombia”, de  Mauricio  Jaramillo  Jassir,  propone  la  siguiente  hipótesis:  “Gustavo  Petro  es  un populista  a  quien  acompaña  un  movimiento  de  masas  y  quien,  más  allá  de  la  retórica,  propone  una  transformación  progresista  moderada  que  no  puede  considerarse  como  antiestablecimiento” (p. 196). Para explorarlo plantea, en primer lugar, los riesgos para la democracia que supone la polarización, luego recorre la corta trayectoria del populismo progresista  colombiano  y,  en  tercer  lugar,  la  pone  en  el  contexto  latinoamericano.  Un  elemento central aquí, a mi entender ―y señalado en el capítulo―, es la diferencia con el escenario en que se ubicaron las izquierdas latinoamericanas en países como Venezuela, Bolivia o Ecuador a principios de la primera década del siglo XXI: gobernar en la actualidad  implica  alcanzar  pactos  en  coaliciones  amplias  que  moderan  y  moldean  las  capacidades  de  la  gestión  (p.  215),  algo  que  no  sólo  le  ocurre  a  Petro  sino  también  a  Lula en Brasil o a Gabriel Boric en Chile y que tiene claros efectos en la moderación de la acción de gobierno. Otro aspecto que no puede soslayarse es que los populismos de la “marea rosa” gobernaron en tiempos de bonanza económica (boom de los commodities). ¿Conclusiones?  Ninguna,  o  al  menos  ninguna  consensuada.  Mientras  para  algunos  autores  el  populismo  es  un  concepto  inútil,  para  otros  está  más  vivo  que  nunca  y  es  indispensable  para  el  análisis;  mientras  en  unos  capítulos  se  observa  su  potencial  democratizador,  en  otros  se  alerta  frente  a  sus  componentes  antipluralistas.  No  hay  consenso en el abordaje a las características del populismo de izquierda; lo hay más en relación a Hernández, pero tampoco es unánime porque no todos los capítulos acuerdan en calificarlo como populista. Nada de esto es una crítica ni tampoco una novedad porque la obra se plantea de esa manera: como la difusión de un ejercicio de diálogo plural y  diverso  que  hace  un  aporte  complejo  al  análisis  de  la  coyuntura.  Una  obra  valiosa  y  de fácil lectura que no busca clausurar la discusión, sino acompañarla con argumentos, algunos complementarios y otros divergentes. 


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