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martes, junio 24, 2025

LA HISTORIA OLVIDADA DEL LIBERALISMO (Desde la antigua Roma hasta el siglo XXI)

He querido transcribir el prologo de este excelente texto de política que de alguna manera expresa la crisis de una idea e ideología de suma importancia para la historia del estado, la democracia y la sociedad, escrita por Helena Rosemblatt y publicada por "Editorial CRITICA" pertinente para estos momentos por la vitalidad que han adquirido ciertos populismos en el mundo y por la vulnerabilidad en que se encuentran los elementos básicos de la democracia que implica de alguna manera el surgimiento de totalitarismos que pensamos eran cosa del pasado. 

CESAR HERNANDO BUSTAMANTE HUERTAS


PROLOGO


 La luz del liberalismo se apaga. O eso parece. La intensidad luminosa que proyectó con las revoluciones atlánticas y su victoria en la guerra fría se ensombrece por culpa de una época que parece darle la espalda. En tres décadas ha pasado de vivir una apoteosis a tener ahora que luchar por la supervivencia. Arrinconado contra las cuerdas de la historia, afronta un futuro que le pasa factura por sus excesos de confianza. Lo hace, además, en un contexto político complejo, que recuerda lo sucedido en el período de entreguerras, cuando la revolución soviética y el fascismo marginaron sus ideas.

Las causas son diversas. Por un lado, la canibalización de su proyecto por un neoliberalismo que quiso reemplazarlo en la segunda mitad del siglo XX con su deificación del laissez faire y su ideologización economicista del mercado. Por otro, la repercusión negativa que sobre su imagen tuvieron la crisis de seguridad que produjo el 11-S, así como la dislocación social causada por las crisis financiera y económica de 2008, y cuyas desigualdades todavía repercuten sobre el bienestar de Occidente.

La fortaleza narrativa de las ideas liberales y su capacidad de seducción social se han debilitado profundamente. Lo mismo que la institucionalidad que soporta la democracia liberal en la que se inspiran. Hasta el punto de que, hoy en día, las sociedades democráticas parecen decididas a dejarse arrastrar por un populismo que va haciéndose estructural al verse como la única salida posible a las incertidumbres y angustias que plantea el horizonte del nuevo milenio. En este cambio es determinante la desconexión emocional que sienten las clases medias hacia el liberalismo. Un fenómeno de descontento generalizado al no ver cumplidas sus expectativas de prosperidad y libertad debido, entre otras causas, a que la revolución digital relativiza y margina progresivamente el valor económico del trabajo cualificado que hegemonizaban en el pasado. Esto hace que las clases medias pierdan el rol y el estatus que tenían desde la revolución industrial, precipitándolas en un riesgo de proletarización que favorece los extremismos populistas.

Estas circunstancias, sumadas a la incapacidad resolutiva de la democracia liberal ante la agenda de problemas que plantea el siglo XXI, hacen que las clases medias empiecen a dejar de ser las aliadas históricas del liberalismo para convertirse en sus enemigas. Un proceso de mutación política que debe conectarse con el auge de los populismos y, también, con un autoritarismo cesarista que gana adeptos en el seno de las democracias occidentales.

Con un panorama así, el liberalismo solo puede hacer dos cosas. O aceptar su derrota y asumir que pasó su tiempo, o refundarse y abordar una resignificación política del relato sobre sí mismo. Esto último solo será posible si revisita sus ideas y propone una evolución radical de las mismas. Para hacerlo debe asumir una actitud crítica con su pasado. Primero, para determinar cuándo empezó el invierno del descontento que, parafraseando a Thomas B. Reverdy, padecen las ideas liberales. Y segundo, proponer una nueva teoría de la emancipación humana que, adaptada a las urgencias del siglo XXI, permita hacer frente a los poderes que tratan de maniatarla y manipularla.

La historia olvidada del liberalismo de Helena Rosenblatt contribuye a estos objetivos. Especialmente porque ofrece un mapa cronológico sobre la geografía semántica de las ideas liberales. Esto puede ser de gran ayuda en la empresa de refundación conceptual que comentamos. Sobre todo porque estamos ante una obra que aborda una reconstrucción histórica de los materiales que necesitan los liberales si quieren diagnosticar críticamente su presente y proponer un nuevo relato a partir de sus ideas. En este sentido, Rosenblatt recuerda algo que se perdió en el siglo XX: que el liberalismo no nació como una ideología individualista sino como una actitud generosa. Una conducta virtuosa de liberalidad hacia los otros. Una disposición del espíritu que originariamente acompañó la tarea formativa del patriciado forma protestante hizo cristiana y, además, democratizó al extenderla más allá del perímetro inicial de los hábitos de la nobleza.

Vinculada desde entonces al calvinismo que profesaban las clases medias de su tiempo, esta conducta transformó la liberalidad aristocrática de los antiguos en el liberalismo democrático de los modernos. El dato relevante que Helena Rosenblatt destaca a la hora de explicar esto es que el liberalismo surgió dentro de un contexto moral que propició que la liberalidad se dotara de atributos semánticos que complementaban la generosidad del pasado. Así, llegó a ser el comportamiento de alguien que respetaba la alteridad. Un espíritu que proyectaba a su alrededor una conducta tolerante, abierta y desprejuiciada. Una conducta racional y libre que rechazaba el entusiasmo y el fanatismo, y que caló entre las filas de una clase media protestante que asumió la disposición liberal como un rasgo de su cultura de clase. Sobre todo cuando la Modernidad que protagonizaron las revoluciones atlánticas dio densidad política a esta conducta liberal al conectar a Locke con Constant. En este proceso de politización fue esencial la Ilustración escocesa. Relacionó la «liberalidad de espíritu» de la aristocracia con el «plan liberal» que permitió a los ciudadanos perseguir sus propios intereses siempre que lo hicieran dentro de los límites trazados por una disposición generosa y empática que se ajustaba a las coordenadas de la igualdad de oportunidades, la libertad y la justicia.

El liberalismo nació como un proyecto político de colaboración humanitaria y búsqueda del bienestar de los otros a través del propio perfeccionamiento moral. Algo que el siglo XIX bifurcó con la aparición del capitalismo de la Escuela de Manchester y el librecambismo, que introdujeron una cuña economicista y utilitaria que ensalzó el egoísmo individual y el laissez faire como elementos constitutivos del liberalismo tras la revolución industrial. Con el paso del tiempo esta bifurcación fue a más. El siglo XX agrandó la brecha y separó dos corrientes que se hicieron, incluso, contradictorias, pues, como señalaba John Dewey en los años treinta: una de ellas era «más humanitaria y abierta a la intervención y la legislación social» y otra era «defendida por la gran industria, la banca, el comercio y, por tanto, comprometida con el laissez faire».

Esta dualidad llegó a convertirse después de la segunda guerra mundial en una trinchera. Lo hizo bajo la presión totalitaria del comunismo y el estrés de la guerra fría. Ambas circunstancias transformaron la dualidad en enemistad. A ello contribuyó decisivamente Hayek, cuando en Camino de servidumbre (1944) acusó de socialista a la primera familia liberal, tesis que desde entonces fue agravándose en su beligerancia. Helena Rosenblatt evidencia de manera excepcional como el liberalismo —y el relato virtuoso asociado a la liberalidad— fue canibalizado por la revolución conservadora de los 80 y el posterior neoliberalismo.

Para ello rastrea el itinerario del liberalismo cuya huella fue perdiéndose por el estruendo neoliberal y el triunfalismo que blandió a los cuatro vientos tras la caída del muro de Berlín. Bajo el establecimiento global del imperio ideológico del laissez faire, las ideas liberales fueron sustituidas por un neoliberalismo que hegemonizó la defensa de la libertad desde una arrogancia economicista que desembocó en la crisis financiera cuyos efectos todavía arrastramos.

Hoy, cuando yace el neoliberalismo entre sus ruinas, se abre una nueva oportunidad para un liberalismo virtuoso. Un liberalismo que hable de derechos y deberes, que invoque sus orígenes morales y que defienda el humanitarismo de un reformismo social que actualice en el siglo XXI lo mejor que dio en los siglos previos. De esta posibilidad trata La historia olvidada del liberalismo. De localizar arqueológicamente dónde están los cimientos morales que subyacen en la historia de un pensamiento que, quizá, todavía esté a tiempo de reconectar con su energía original. Al menos si quiere reconstruir críticamente su ideario y propiciar una primavera que neutralice el descontento que amenaza con derruir, también, su principal obra: la democracia liberal.

JOSÉ MARÍA LASSALLE


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