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sábado, agosto 10, 2019

VIOLENCIA Y DEMOCRACIA



Cuando digo que hay más territorio que estado, me refiero a la suma de acontecimientos que así lo confirman, desbordados, los que reflejan la incapacidad del gobierno para garantizar la vida. Hoy fueron asesinados dos indígenas en Cauca Colombia de manera flagrante, a plena luz del día en medio de una reunión, desafiante.

Curiosamente leía dos documentos sobre violencia y democracia publicados por la universidad nacional hace más de diez años y que se ajustan en su contexto a lo que nos sucede actualmente, en apariencia inexplicable. Escribe William Ramírez Tobon:

“El objetivo de estas cuartillas es el hacer una lectura sobre algunos aspectos de la violencia y la democracia en Colombia, a partir de consideraciones que escapan al manejo consensual del tema. Algo sin duda embarazoso ya que la violencia tiende a ser vista como es sentida, es decir, con la instintiva repulsa con que el ser humano rechaza lo que atenta contra su integridad individual y social; y la democracia a ser vista como es deseada, es decir, con la inconsciente inclinación utópica con que el ser humano tiende a encarar su propio destino”.

Agrega: La violencia social y política es, desde la perspectiva anterior, el medio a través del cual y en condiciones históricas particulares se enfrentan sectores de la sociedad civil entre sí y éstos contra el Estado. Del seno de la sociedad civil nacen, simultáneas, o sucesivas, violencias para la transformación y la sustitución social; del Estado, de las entrañas de su legitimidad histórica y de su dinámica actual, se origina una violencia para la conservación social”.

Después de la firma de los acuerdos de la Habana y con la desmovilización de la FARC, no existe ningún grupo capaz de disputar la hegemonía de la fuerza del estado,  por muchos tiempos fueron la autoridad y de hecho controlaron vastas zonas, aún persiste esta situación en aquellos sitios donde predominan economías ilegales y disputas entre la delincuencia común y el narcotráfico, a las que se agrega las llamadas disidencias de la FARC, Catatumbo es un ejemplo, la ausencia del estado es casi total y la violencia es el pan de cada día.

En el artículo citado se establece: “La democracia que acá se analiza permite concretar las condiciones históricas particulares que hacen posible la violencia en una sociedad llamada Colombia. La democracia como generalización, como apotegma de civilizaciones o sistemas sociopolíticos para orientación de nuestra realidad es un embeleco ideológico. Es, redivivo, el mito de la analogía que lee el pasado y el futuro de una sociedad en la historia y el devenir de otras sociedades. No obstante, es preciso reconocer, en la especificidad de la democracia colombiana, bases comunes con otras sociedades”.

Primero, la élite que maneja los hilos del poder del país desde siempre, que de alguna manera también patrocina la violencia, indescifrable hasta ahora, conformada por empresarios que la respaldan, políticos que callan, militares que se hacen a un lado, gobernantes que la toleran y políticos que nunca la condenan, marea invisible que decide quien vive y quien no, que mantiene una guerra soterrada contra la restitución de tierras, contra los acuerdos, que repite la muerte sistemática a los líderes sociales, que excluye mediante la violencia cualquier participación popular, parece repetir hechos que nos apenan, como si no hubiésemos avanzado un poco para evitar tanto asesinato, desplazamiento e impunidad.

Ofrezco disculpas a mis lectores por estas citas tan largas, pero es impresionante como se ajusta esta interpretación a nuestra realidad presente, como si no hubiésemos evolucionado para nada: “Más allá de la inercia propia de los lugares comunes y su gran capacidad para congelar la realidad, habría que reconocer en esa visión el trasfondo ideológico de una dinámica con intereses políticos particulares. La democracia, sobre la cual se supone construida nuestra nacionalidad desde sus mismos orígenes, niega la violencia como antítesis para descalificar, con ello, la emergencia de cualquier contrapoder que amenace el establecimiento y su cúpula institucional de gobierno. Ni qué decir, como lo comprueba un rápido vistazo a la historia del país, que el discurso anti-violencia no es ninguna garantía contra ella. Pero es que el papel de la ideología no es convertir la palabra en hechos sino más bien transfigurar los hechos en palabras. La democracia se idealiza ya no solo como futuro sino también como presente, y sus complejas y ásperas contradicciones son sustituidas por un maniqueísmo donde la paz es el Bien inherente a nuestra realidad y la violencia es el Mal ajeno, extraño a nuestro sistema social”. Así es, se pretende desconocer el conflicto armado, sus insumos, las obligaciones del estado que dejó el acuerdo de la Habana, la realidad que no hemos podido apropiar en todo su contexto.  Hay una pregunta que es pertinente traer a colación:

¿Es la violencia en Colombia una aberración de su democracia o es lo propio de ésta, un elemento consustancial a su estructura y funcionamiento actuales?


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