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sábado, noviembre 10, 2018

SEGUIR ESTANDO JUNTOS


En una serie de televisión escuche a un detective muy contrariado, que tiene contacto con el más allá la frase: “Debe ser mejor estar vivo que estar muerto”. Nadie podrá afirmar esto categóricamente, la muerte y lo que nos pasa sigue siendo un misterio bien guardado por la naturaleza. Mi esposa va a cumplir tres año de haberse marchado. En la ridícula idea de no volver a verte, el libro de Rosa Montero, hay una cita puntual  que me ha generado mucha reflexión: “Hace muchos años, el periodista Iñaki Gabilondo me dijo en una entrevista que la muerte de su primera mujer, que falleció muy joven y de cáncer, había sido muy dura, sí, pero también lo más trascendental que le había ocurrido. Sus palabras me impresionaron: de hecho, las recuerdo aún, aunque tengo una confusa memoria de mosquito. Entonces creí comprender bien lo que quería decir; pero después de experimentarlo lo he entendido mejor. No todo es horrible en la muerte, aunque parezca mentira (me asombro al escucharme decir esto)”. Alguien hace poco me dijo: “ Tenga por seguro, ella está mejor allá que acá”. Lo que sí es cierto es que seguimos manteniendo una relación muy estrecha con esa persona que se nos fue.
Lo que más nos duele es la ausencia. Expresa Rosa Montero al respecto con gran magisterio: “El verdadero dolor es indecible. Si puedes hablar de lo que te acongoja estás de suerte: eso significa que no es tan importante. Porque cuando el dolor cae sobre ti sin paliativos, lo primero que te arranca es la palabra. Es probable que reconozcas lo que digo; quizá lo hayas experimentado, porque el sufrimiento es algo muy común en todas las vidas (igual que la alegría). Hablo de ese dolor que es tan grande que ni siquiera parece que te nace de dentro, sino que es como si hubieras sido sepultada por un alud. Y así estás. Tan enterrada bajo esas pedregosas toneladas de pena que no puedes ni hablar. Estás segura de que nadie va a oírte”. Uno sabe de antemano que esa persona que seguimos amando, no volverá. Paradójicamente en mi caso, la comunicación con ella es de todos los días.
He tenido diálogos muy intensos con mi hija Isabella sobre su madre. He tratado de entender más su vida y en estas interpelaciones, hay un dialogo con ella, con su forma de pensar, con sus concepciones más profundas y cómo tomaba sus decisiones. Cinco ciudades marcaron su vida: La entrañable  Manizales, Popayán, Honda, Bogotá y Medellín. Cada una marca una etapa crucial. Las ciudades son como quiebres y giros. Manizales representa todo en su vida: Su niñez, su familia, sus mejores amigas y esa manera especial de ser que le caracterizaba: Amable, sincera a morir, contenida y radical en su manera de asumir la vida. Popayán, le traía recuerdos muy especiales de su niñez, se le aparecían algunos eventos cómo fotografías, la  casa de sus padres, la comida regional, paseos que evocaba con una exactitud asombrosa. Honda fue el comienzo de su adolescencia, de grandes amigas, una vida solariega y de mucha paz; Bogotá enfrentarse a la vida sola, le dio independencia, criterio, marcó su primeros pasos por la universidad; Medellín, el crecimiento de sus hijos y esa lucha en medio de lo cotidiano. Cuando Ana Isabel hablaba del pasado lo hacía con datos precisos, su memoria era de dinosaurio para estas cosas. Describía a Honda con una exactitud magistral, de Manizales tenía infinidad de recuerdos y anedoctas, se explayaba con la narrativa oral típica de los paisas.
He pensado mucho en sus convicciones. No podíamos hablar de política. Estábamos en polos opuestos. Era una católica comprometida, pero nunca asumió fanatismos insultantes. En esto días hablábamos de esté aspecto con mi hija. Ella rezaba la novena del milagroso de Buga con una fe inquebrantable. De pronto decía, el señor de Buga me hizo el milagro, se alegraba de sobremanera.
Uno cree que con el tiempo va alivianar  la ausencia. Nunca pasa, pero hay un dialogo muy intenso. Muchas veces como una especie de cruce de cuentas, hay aspectos que causan mucho dolor, que nos pesan, me duelen profundamente. Los errores que es imposible cambiar, aquellos que son parte del pasado, son cicatrices. Curiosamente a partir de estos reconocimientos se generan diálogos. Pareciera que estuviese al frente y de hecho tomo decisiones. Cuando cometo un error que le disgustaría mucho, siento su presencia, con una fuerza inexplicable. Hay hechos que me duelen de su partida que nunca cambiaran, Rosa Montero en su libro expresa: “Porque la característica esencial de lo que llamamos locura es la soledad, pero una soledad monumental”.  No es mi caso por ahora, mis hijos son grata compañía. Más bien he comprendido la vida desde otros ámbitos, disfruto más las cosas pequeñas, en los detalles está la grandeza, amo la sencillez, la vida sin tantos arabescos, muy cercano de la naturaleza y de la lectura. Ana Isabel debe saber que su hija Mariana está a punto de terminar su carrera, que Santiago va en cuarto semestre de ingeniería Civil en la universidad de Antioquia y que Isabella es una connotada lectora y amante del buen cine que dentro de dos años acabará su bachillerato. Su mama, Ana Emilia, todos los días le piensa, pese al dolor que la quebranta, pese a la ausencia que no acepta por absurda según su lógica. Sé que con el tiempo seremos simplemente un dato de generaciones que no tendrán ni idea quienes fuimos. Esa es la vida al fin y al cabo.

    

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