Abruma ver a los
políticos en Latinoamérica hablando con tal suficiencia sobre los males que
aquejan al continente: Corrupción, violencia, desigualdad e inequidad, daños
ambientales sin precedentes, como si nada tuvieran que ver, males que por su
puesto, ellos han engendrado, sembrado con tal grado de responsabilidad que no
existe la menor posibilidad de eximirlos, pues al escrutar sobre los orígenes
de los mismos la conclusión es lapidaria, desde nuestro nacimiento como
republicas, hemos tenido una clase política inferior a sus responsabilidades, sólo han estado al pie del poder, para usufructuarlo impunemente a favor de sus
intereses, para expoliar el estado y la sociedad, para dividir, sin importar sus
nefastas consecuencias de muerte y abandono.
Lo que no se nos puede
olvidar es que la política es el centro, no se puede ser ciudadano, estar en el
mundo, olvidándose de la política, en el buen sentido aristotélico para no
des-legitimar el concepto base, resulta un componente y una necesidad que debe
asumirse con entereza, esto implica un
mínimo de conocimiento, de lucidez, es preciso saber que significa vivir en la polis, como
discernían los Griegos, la clave y obligación es participar, decidir.
En un texto filosófico Marco
García De La Huerta comentando un texto de Hannah Arendt sobre el apoliticismo
señala: “Por qué una teórica política como Arendt no pretende influir con sus
ideas en los asuntos públicos y solo incidentalmente se involucró en la
política activa, incluso rechazaba la idea de ser encasillada en el esquema de
izquierda y derecha? A la pregunta: “¿Qué es usted? ¿Es
conservadora? ¿Forma parte de los liberales? ¿En cuál de las opciones actuales
se encuadra usted?”, responde: “No
lo sé, realmente no lo sé, ni lo he sabido nunca. Y supongo que nunca he
asumido una de esas posiciones…la izquierda piensa que
soy conservadora y los conservadores piensan a menudo que soy de izquierda […] Pero debo decirle que el asunto me deja completamente
indiferente. No creo que de esta manera las verdaderas cuestiones de este siglo
vayan a recibir ninguna luz”. Y agrega más adelante: “simplemente ocurre que no encajo en ninguna parte. Con esa
respuesta, se desmarca de la pregunta, cuyos términos no comparte. No es
indiferencia hacia la política sino distanciamiento frente a la teoría
política, que enmarca esas opciones. Arendt rechazaba el apoliticismo, veía un
peligro en él, un síndrome autodestructivo, asociado a la “carencia
de mundanidad” (worldlessness). Es cierto que
ella solía definirse como una teórica de la política y rechazaba su adscripción
“al gremio de los filósofos”,
pero eso significa que “no encaja”
en la tradición de la filosofía política iniciada con Platón: no elabora teorías
del Estado y la sociedad ideal; tampoco teoriza la política en la línea de Hobbes
o de Rousseau. Se sitúa más bien en la tradición de pensadores políticos
como Montesquieu y Maquiavelo, con quienes comparte una fundamental apertura a
los fenómenos políticos”[1].
La filosofa alemana enfatiza
de tal manera sobre la necesidad de pensar la política, de actuar paralelo a
nuestras responsabilidades, pues lo que hagan los políticos con nuestras vidas,
es asunto de nuestra competencia, nosotros no solo los elegimos sino los
aceptamos, lo afirma de tal manera, que
no hay escapatoria, el texto categoriza: “Arendt precisa la especificidad del
pensamiento cuando señala: “el pensar como tal nace a
partir de los acontecimientos de nuestra vida y debe quedar vinculado a ellos
como los únicos guías para poder orientarse”. En La vida del espíritu plantea
expresamente la pregunta: “¿Qué nos hace pensar?”. Y contrapone la respuesta griega de Platón [y de Heidegger],
el asombro, con la romana de Epicteto y Boecio: la reconciliación.
“Las dos fuentes del pensar que he tratado son
distintas hasta el punto de contraponerse. Una es el asombro maravillado
ante el espectáculo en medio del cual hemos nacido […]
la otra es la extrema miseria del ser humano de estar arrojado en un mundo cuya
hostilidad es sobrecogedora. Se puede vivir sin teorizar, pero necesitamos comprender
si queremos “conciliarnos” con el mundo. “Yo estoy interesada,
primariamente en comprender, declara. Y quiero también conceder que hay otras
personas que están, primariamente interesadas en hacer algo. Pero no es mi
caso. Yo puedo vivir perfectamente sin hacer nada. Y enseguida aclara: “no conozco más reconciliación que el pensamiento. El deseo
de “reconciliación” y la
experiencia personal no serían disociables: son personas, a fin de cuentas, las
que piensan y se involucran en los asuntos del mundo. “El
verdadero problema personal, dice Arendt, no fue lo que hicieron nuestros
enemigos sino lo que hicieron nuestros amigos”.
Entonces uno se
pregunta, como dejarle de nuevo la responsabilidad a una clase política que ha
esquilmado sus compromisos, que habla de
tal manera, que pareciera que no ha sembrado la mayoría de nuestras desgracias.
Pese a todo, solo la política es el camino, desde ahí, decidiremos otras
opciones, tomaremos partido, en el mejor sentido de lo que significa, tomar partido.
Escrutar, recomponer, enjuiciar, elegir y asumir responsabilidades, este es el
único camino. Tomar posición: “¿Cómo podría, sin embargo, ser restaurador el pensamiento, si
él mismo está “hecho trizas”?
Admitiendo que no se puede restaurar el mundo solo con teorías o con perdón; y
concediendo también que el intento de reconciliación es solo un “ejercicio de pensamiento político”, ¿por
qué desmarcarse de la filosofía, si el anhelo de reconciliación es lo que mueve
el pensamiento? ¿No es precisamente en la filosofía
donde Arendt mejor “encaja”? ¿Por qué no decir: “no conozco más
reconciliación que la filosofía”?.
En Colombia se avecinan
elecciones presidenciales, el año que viene es electoral y sorprende ver la
clase política que ha expoliado, saqueado y polarizado al país, lanzando
candidaturas como si nada hubiese pasado, hablan como niños inocentes y lo que
es peor, la gente actúa como si no existiesen más alternativas, se dejan
manipular, no saben que su voto es de suma importancia y que realmente tenemos
el poder de cambiar el país con nuestra decisión, se hace necesario entonces asumir los mecanismo de participación con
absoluta responsabilidad, de la manera como encaramos esta clase perversa
depende el futuro de nuestro país y por su puesto de nosotros mismos. La
política, que es el instrumento, el único civilizado, nos permitirá cambiar.
Constituye el único mecanismo que afianzará nuestra condición de ciudadanos con
alguna capacidad para decidir sobre nuestro futuro. Nos llego la hora, no solo de participar,
escuchar, conocer, sino de tomar decisiones.
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