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jueves, junio 10, 2010

LA CALLE 18 EN BOGOTA MITOS ALREDEDOR DE UN SITIO EMBLEMATICO PARA EL PENSAMIENTO COLOMBIANO

Hay sitios emblemáticos para la cultura, que nacen gracias al entrecruzamiento de infinidad de circunstancias, que olvidamos con el tiempo, pero que por ello no pierden la importancia que alguna vez adquirieron, frente a la grave enfermedad del olvido que sufre Colombia. La calle 18 con séptima de Bogotá es uno de ellos. Es preciso hablar primero de algunas cafés, tintiaderos como llamamos, para llegar al automático, imprescindible en esta historia. Anota sabiamente, Oscar Domínguez: Pero sería injusto con el café endosarle sólo virtudes negativas. Los «cacuapradas» de la Academia de Historia nos deben el relato sobre cuántas de las decisiones que le cambiaron la fachada al país se tomaron a bordo de un buen café venido a lomo de mula. El colombiano habla, después existe. Durante décadas el arte de soltar la lengua se ha practicado en desaparecidos cafés como el Windsor, Gato Negro, El Avión, el Victoria, La Gata Golosa, La Cigarra, París. Más recientemente en el Automático, el Pasaje, el San Moritz. Estos tres últimos han tomado la posta de sus antecesores, se resisten a dejar morir el arte de la conversación y se niegan a convertirse en carne de alzhéimer.

A su lado, apenas empezando a hacer historia, decenas de estos sitios convierten a Bogotá en una olorosa taza de café. Mientras haya conversación habrá tinto. Y al revés.

El café automático de Bogotá se resiste a morir, constituye un icono para la cultura y la literatura, al cual tampoco nunca se le ha dedicado un trabajo serio que recoja sus memorias. “El sitio donde antes funcionó un restaurante — establecido por inmigrantes europeos y basado en el en ese entonces novedoso sistema de auto-servicio o automático— apareció el café que llevaba este nombre. Durante varios años estuvo en un local situado en la avenida Jiménez (entre carreras Quinta y Séptima) y su propietario era el paisa Fernando Jaramillo. Más tarde pasó a manos de Enrique Sánchez, también antioqueño, quien trasladó —café y clientela— a uno de los locales del pasaje que comunica el parque Santander con la carrera Quinta.”Pedro Restrepo Peláez recordaba:

“El Automático tuvo su auge en la época en que ciertas personas de renombre lo frecuentaban. Allí se dieron cita periodistas como Juan Lozano y Lozano, Alberto Galindo, Rubayata, Villar Borda. Y pintores como Ignacio Gómez Jaramillo y Marco Ospina. Los caricaturistas Pepón y Hernán Merino y el escultor Mardoqueo Montaña. Y no pocos fabricantes de versos a quienes se les debía tolerar su inspiración cuando les daba por recitar el último soneto a la amada inmortal, y que el poeta Luis Vidales solía escuchar con desdé de comunista ortodoxo. Los más asiduos asistentes al Automático eran el maestro León de Greiff y el locutor de radio, Hernando Téllez Blanco. Tanto que una mesera afirmaba que ellos dormían fuera, pero vivían en el café. Otro asiduo concurrente era el Chapetón, Manolo Pendás, delante del cual estaba prohibido hablar (bien o mal) de España, so pena de recibir un violento chaparrón de procacidades y denuestos. A su lado, Elías Hoyos afirmaba su tesis de que La Patria de Manizales era el mejor periódico del país. Y quizás del Continente. Es obvio que la figura más visible de la tertulia era el maestro León de Greiff, respetado y admirado por todos, y de quien Enrique —el propietario— decía, comentando su desaliño en el atuendo: “El Maestro siempre acompaña su desayuno con dos huevos: uno para comérselo, y el otro para untárselo en la corbata.” Coincidiendo con el traslado del Automático a su local de la calle Dieciocho —unos pasos arriba de la carrera Séptima— no pocos contertulios desaparecieron, por cambio de residencia o por muerte. Y porque Enrique— el dueño y contertulio— fue asesinado de manera atroz y misteriosa en su apartamento de la avenida Diecinueve. De todas maneras, del Automático nos quedan no pocas anécdotas, a las cuales contribuyó también el espíritu retozón del popayanejo López Narváez, alias el Toronjo. De tan insólita clientela cabe destacar ciertos asiduos asistentes que recordamos no por su nombre de pila, sino por sus apodos: Periscopio, Carepuño, Torosentao, Cachifo, el Churrusco, Lenin, Enrique Cortes, Mauricio Contreras, Luis Lerzurdi. El Automático nos legó así su picaresca historia. La de una tertulia en la cual escépticos intelectuales recibían cálidos elogios de sus aduladores, y hasta de emboladores y vendedores de lotería. Este tipo de café tiende a desaparecer para convertirse en cafetería. O en bar, en el que se comenta, frente a un whisky, el último escándalo de la cantante pop de moda y el salario, en millones de dólares, de quienes en un estadio, con sus extremidades inferiores, salvan el honor de la Patria.” Jotamario Arbelaez, quien hace poco escribió con ingenio: “El Automático ha sido siempre una zona de tolerancia poética y de allí han salido escritores, poetas, pintores, y músicos, tan borrachos para sus casas como gloriosos para la inmortalidad”.

Por algunas circunstancia que no vale la pena precisar, una de sus últimas sedes fue la calle 18, al frente de la librería Colombia, diagonal a la casa de Indalecio Lievano Aguirre. Esta calle a partir de los setenta, junto con el café automático es un hervidero de buena literatura, chismes y una que otra conspiración. Escribir una historia no oficial, de esta calle será tarea imposible, pero recordar muchas anécdotas y personajes, es un justo reconocimiento a su importancia.

Es justo empezar esta historia, hablando de la librería Colombia. En la próxima entrega hablaremos de ella con detalle.





http://www.ciudadviva.gov.co/julio08/periodico/9/index.







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