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lunes, julio 13, 2020

EL VALOR DE LA VIDA


La vida es un milagro. La conciencia de estar vivo constituye un factor de felicidad inconmensurable. Hay estados de sublimación que nos revelan conexiones con el cosmos y la divinidad inexplicables, sentimos su presencia a través de la palabra, de una nota musical, un verso, en el paisaje que todos los días nos sorprende. El arte y el conocimiento es una forma de compenetrarse con las formas más altas del universo, de ser parte del todo. Los valores le dan sentido a lo que hacemos y la ética constituye su praxis. Asumir la vida como proyecto, en permanente búsqueda de la felicidad, indefectiblemente parte del respeto por el otro, condición no negociable, garantiza una convivencia pacífica, produce los mejores resultados en términos de paz.
Eso que llamamos racionalismo, en términos de Kant: pensar por sí mismo, pensar en el lugar del otro y ser consecuentes, es un punto de partida que nos permite entender lo que somos y como debemos actuar en sociedad desde una autonomía que incluye siempre el respeto por el otro. La pregunta es: Cómo aparece el anti-valor en un ser. Es evidente que tenemos una crisis de valores muy grave. En los últimos meses en Colombia, hablando tan sólo de mi país, he visto asesinar a jóvenes totalmente indefensos por el robo de un celular que en el mercado negro no vale gran cosa.
Hemos invertido los valores. Soy consciente que  la inequidad, la falta de educación y de oportunidades es un factor que nos hace vulnerables al anti-valor. Nuestro hogar es el primer laboratorio de buena convivencia. Somos, lo que otros hacen de nosotros. Repetimos la mayoría de conductas que asimilamos en nuestro entorno. Con esas herramientas paleamos la realidad exterior siempre basados en proyectos de construcción social desde lo que ofrecemos y lo que recibimos. Cuando no hay nada que ofrecer, cuando creemos que los anti-valores son lo corriente, la sociedad entra en crisis y la vida deja de ser valorada en su dimensión real. Bogotá, Medellín y Cali, las primeras ciudades del país, están sometidos por bandas criminales que actúan con el mismo poder del estado. La pregunta es cómo llegamos a este momento, cómo el estado cedió en sus responsabilidades.  Los anti-valores se imponen y a nadie parece importarle. Hay regiones abandonadas, como las poblaciones asentadas en las orillas del rió Atrato en el Choco, un departamento rico en minerales preciosos, lo que es una paradoja. El dinero que es un medio se convirtió en un fin. Todos los días asesinan a ciudadanos en plena luz del día por una bicicleta, un celular o simplemente el dinero que llevan encima, que siempre es muy poco. No hay seguridad y la justicia es lenta y siempre llega tarde. Cuando un hijo sale de la casa no sabemos si regresa. Cada vez es más difícil sentirse tranquilo cuando los hijos están afuera.
La juventud no quiere saber de los políticos. Es necesario volver a la política en el sentido aristotélico del término. Los ciudadanos tenemos muchas responsabilidades frente a la sociedad, el estado y la clase dirigente. La primea elegir bien. La segunda, saber hacía donde van las políticas públicas. Todo está dado para que el estado funcione bien, depende de nuestra clase dirigente y del control ejercido por nosotros desde los organismos creados para ello. La renovación de los partidos, la política como vehículo de participación y el conocimiento mínimo de lo público son factores preponderantes para tener una buena convivencia.
En Colombia resolvemos los problemas con violencia. Desde la conquista el país no ha dejado de ser violento. Esto debe cambiar, porque también hay una historia de logros y de orgullos, de buenos propósitos consolidados, sabemos de lo que somos capaces de construir, de hecho, hay infinidad de ejemplos que lo ratifican. Empecemos por nuestra casa y después con el entorno. Cambiar se hace necesario. Cada quien con sus responsabilidades. La clase dirigente está obligada a ser consecuente con las suyas.

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