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que nos permite no solamente estar informados de la mejor manera de lo que pasa en España y el mundo, sino acceder
a los grandes pensadores y escritores. Rosa Montero es una gran novelista española,
este artículo publicado hoy, no sólo es lúcido, sino que nos ayuda a entender
este momento. Espero sea importante para mis lectores. CESAR H BUSTAMANTE
Rosa Montero
2 MAY 2020 - 17:00
COT
¿Qué podemos hacer
con las heridas de la vida sino intentar convertirlas en luz para que no nos
destruyan?
Entre la
catarata de contenidos visuales y sonoros que están circulando durante el
confinamiento por las redes, he recibido un vídeo que tal vez conozcan (y si
no, por favor, búsquenlo). En él, una treintena de artistas del Ballet de la
Ópera de París interpretan, cada uno desde el encierro de su hogar, la
maravillosa y sobrecogedora ‘Danza de los caballeros’ del Romeo y Julieta de
Serguéi Prokófiev. Dura tan sólo 4 minutos y 30 segundos, pero es de las cosas
más extraordinarias que he visto en mi vida. Conmovedor hasta hacer saltar las
lágrimas. Lo colgué de mi Facebook, y una lectora tan impactada como yo,
Sabrina Bonifacio, comentó: “Esto me hizo pensar en lo hermosa que es la
humanidad”. Así de impresionante es.
Hay algo en
la danza que siempre me ha emocionado mucho. Quizá sea por el absoluto
sacrificio de los bailarines, por la manera en la que tienen que doblegar y
atormentar sus cuerpos para convertirlos en un dibujo efímero, en un trazo de
escritura aérea hecha con la carne. Y todo ese esfuerzo inaudito, las
inacabables horas de ensayo y el dolor que deben soportar, culmina en un
espectáculo que quizá repitan cinco veces. Esto es, se matan por conseguir
apenas unos minutos de hermosura. Por alcanzar el milagro de transmutarse en
música.
Es tan
trabajoso y al mismo tiempo tan fugaz el oficio de la danza que, si se piensa
bien, quizá sea el arte más loco, esto es, el más puro, el más sublime. El que
en verdad tiene como principal motivación el anhelo de rozar la belleza. Los
jóvenes artistas del vídeo, en fin, mueven sus disciplinados cuerpos con una
facilidad dificilísima. Levantan una pierna majestuosa en el dormitorio,
convierten sus torturados pies en curvas perfectas en el comedor o bailan en la
cocina junto a una niña vestida con un tutú diminuto. Y todo lo hacen al compás
de la aterradora pieza de Prokófiev, una elección musical magnífica, porque es
a la vez amenaza y belleza. La amenaza del virus; y la belleza como arma
desesperada pero luminosa de los seres humanos contra el dolor. Hay una frase
del pintor Georges Braque que cito a menudo: “El arte es una herida hecha luz”.
En efecto, ¿qué podemos hacer con las heridas de la vida sino intentar
convertirlas en luz para que no nos destruyan?
La pandemia
nos ha demostrado, una vez más, el nulo control que tenemos los humanos sobre
nuestro destino: somos hormigas indefensas y pataleantes. Pero, a diferencia de
las hormigas, estamos tocados por la maravillosa locura de la belleza. Y es tan
importante para nosotros ese ensueño de armonía, esa pasión transcendente y
grandiosa que nos une, que en los momentos más trágicos de la humanidad
arriesgamos la vida por preservarla. Como la arriesgó el conservador del Louvre
que, durante la ocupación alemana de París en la Segunda Guerra Mundial, se
llevó La Gioconda y la escondió. En medio de una tragedia colosal y del
exterminio de millones de personas, ese hombre se jugó el cuello por una vieja
tabla embadurnada con pigmentos de colores. Y lo más fascinante es que lo
comprendemos.
Hay un chiste
triste y tierno de un gorrión que está picoteando en busca de comida entre las
vías del tren cuando ve que se acerca una locomotora. Intenta alzar el vuelo,
pero advierte que se le ha quedado la patita enganchada debajo del raíl. Tira y
tira de la pata, aletea con todas sus fuerzas mientras el monstruo de hierro se
le viene encima; y cuando ya es inevitable que lo arrolle, el gorrión se
endereza, hincha y esponja el pecho y exclama: “Bueno: pues si descarrila, que
descarrile”. A los humanos nos pasa lo mismo: frente a un horror monumental,
frente a la locomotora de la pandemia, levantamos con arrogancia una pierna
perfecta de bailarín, un empeine de curvatura admirable. ¿Y saben qué? El arte
es en verdad un arma para nosotros tan poderosa que viendo el vídeo del ballet
pensé: si todos los habitantes del planeta lográramos conectar al mismo tiempo
en este sentimiento oceánico, en esta aguda percepción de lo bello; si todos
pensáramos a la vez en lo hermosa que es la humanidad, originaríamos una
energía positiva tan brutal que no sólo seríamos capaces de acabar con el
virus, sino incluso de alterar el rotar de la Tierra. Tan gorrión soy.
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