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jueves, abril 02, 2015

UN ADIÓS A CARLOS GAVIRIA EN COLOMBIA


Ayer murió este excelso jurista Colombiano, cuya vida es un verdadero ejemplo para las nuevas generaciones, célebre por algunas jurisprudencias, las cuales son verdaderos tratados, que reflejan la calidad de su formación y la visión humanística que le dio al ejercicio del derecho. Fue ejemplo de pulcritud y tuvo siempre un profundo respeto por la democracia y la libertad de pensamiento. Se graduó en Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de Antioquia y asistió a la Universidad de Harvard como estudiante especial en las áreas de  jurisprudencia, Derecho Constitucional y Teoría Política.
Varias veces candidato a la presidencia por la izquierda, en un país permeado por la corrupción, su vida política fue un crisol en medio del fango de una clase política perversa, que se acostumbró a eliminar a sus contendores antes que someterse al debate ideológico. Carlos presenció el exterminio de un partido político de izquierda en pleno, del empoderamiento del paramilitarismo y la persecución obcecada de la derecha radical.
Quien mejor habla de su vida, son sus jurisprudencias y algunas ponencias, que expresan su pensamiento liberal, su formación filosófica y una ética que lo enaltece,  inmodificable por encima de todo, en un país donde todo es transable. Expresó en la famosa sentencia que despenalizo el consumo de la dosis personal en Colombia: “Porque dentro de un ordenamiento informado por principios de filosofía liberal, no puede el estado sustituir al individuo en la evaluación de lo que para éste puede resultar provechoso o nocivo. Como fundamento constitucional de esta tesis invocamos especialmente dos normas: el mismo artículo 1 de la CN que señala el respeto de la dignidad humana y el artículo 16 que consagra como uno de los derechos fundamentales de la persona: El libre desarrollo de la personalidad. Reconocido el sujeto moral sobre esa doble base: respecto a su dignidad humana y libre desarrollo de la personalidad, la imposición de deberes en su propio beneficio resulta incongruente, Porque una vez se reconoce la persona como sujeto moral, y en consecuencia responsable y autónoma, no se le puede arrebatar la capacidad de tomar decisiones en asuntos que sólo a ella incumben (Tal, es el consumo de droga). La restricción de su órbita de libertad sólo es legítima, entonces, cuando se hace, no en función de sus propios intereses sino en función de los otros sujetos morales con quien esta evocado a convivir”.
En “El olvido que seremos, la excelente obra de Héctor Abad Faciolince,  hay unas páginas memorables sobre Carlos Gaviria:” Llegó una nueva generación de estudiantes cada vez más de izquierda a hacer frente a la época del Estatuto de Seguridad de Julio César Turbay. Profesores como Abad y Gaviria eran vistos, paradójicamente, como “burgueses, conservadores decadentes y retardatarios”. La mayoría de maestros no soportó la presión y renunciaron, excepto este par de amigos que defendían “el estudio serio” más allá de cualquier tendencia ideológica. Ellos no sólo coincidían en su visión de la academia, en su espíritu humanitario, en la defensa a ultranza de las causas sociales en especial la del respeto a los derechos humanos, sino en la del país que soñaban a pesar de la guerra y hasta en la literatura, porque se podían sentar a hablar horas de filosofía desde Platón o de poesía desde Sófocles para rematar con Borges, al que los dos recitaban. Cultivaron esas afinidades hasta los años 80 cuando, una vez más, la violencia los acorraló. Esta vez por cuenta del paramilitarismo que ordenó, con ayuda de miembros de los organismos de seguridad del Estado, elaborar una lista de dirigentes de la izquierda política que serían asesinados, uno por uno, acusados en panfletos amenazantes de “idiotas útiles” del comunismo y la guerrilla. “Al final de la reunión, Carlos Gaviria la preguntó a mi papá qué tan seria le parecía la amenaza personal de la que se había hablado esa mañana por la radio. Mi papá lo invitó a que se quedaran un rato más conversando, para contarle. Abrió una pequeña botella de whisky en forma de campana (que Carlos se llevó vacía esa tarde y todavía conserva de recuerdo en su estudio), le leyó la lista que habían enviado, y aunque dijo que la amenaza era seria, repitió que se sentía muy orgulloso de estar tan bien acompañado. ‘Yo no quiero que me maten, ni riesgos, pero tal vez esa no sea la peor de las muertes; e incluso si me matan, puede que sirva para algo’. Carlos volvió a su casa con una sensación de angustia. “Al final de la reunión, Carlos Gaviria la preguntó a mi papá qué tan seria le parecía la amenaza personal de la que se había hablado esa mañana por la radio. Mi papá lo invitó a que se quedaran un rato más conversando, para contarle. Abrió una pequeña botella de whisky en forma de campana (que Carlos se llevó vacía esa tarde y todavía conserva de recuerdo en su estudio), le leyó la lista que habían enviado, y aunque dijo que la amenaza era seria, repitió que se sentía muy orgulloso de estar tan bien acompañado. ‘Yo no quiero que me maten, ni riesgos, pero tal vez esa no sea la peor de las muertes; e incluso si me matan, puede que sirva para algo’. Carlos volvió a su casa con una sensación de angustia”[1].
Gaviria para mí era un crédulo profundo de la democracia, a pesar de todas las carencias del sistema, más en un país como el nuestro plagado de malas formas; lector infatigable, con la ventaja, de agregarle al ejercicio de su profesión todo el talante de su formación, lo que  constituyó de antemano una garantía y un aporte invaluable al derecho desde su pluma.
Los ejemplos de entereza en su vida cotidiana son muchos y en política ni se diga, pues le toco vivir la peor violencia de Colombia. Espero este país sepa rendirle el homenaje que se merece y no olvide nunca sus enseñanzas. Ahí quedan sus escritos.











[1] Tomado del diario el espectador de Colombia.
http://www.elespectador.com/noticias/politica/carlos-gaviria-diaz-segun-el-olvido-seremos-articulo-552771

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