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domingo, abril 20, 2014

UNA DEUDA PERSONAL CON GABO COMO LECTOR IMPENITENTE DE SUS TEXTOS


Muchos son los testimonios valiosos sobre la vida y obra de este grande de las letras universales quien nos dejó para siempre esta semana. Como todos los actos de su vida, su partida fue de manera sigilosa, sin que ni siquiera nos diéramos cuenta, preparada desde aquel mes del 2005 en que reunió a sus amigos para decirles que no volvería a escribir jamás; con el acostumbrado decoro de sus actos y en el tiempo preciso, como sí no quisiera molestar a nadie, pues sabía que lo importante y fundamental de su vida y obra ya estaban sobre la palestra y que había tenido la fortuna, como pocos de recibir todos los reconocimientos en vida por el legado de una obra que no terminaremos de celebrar sus lectores.
He dicho en muchos artículos que como lector nunca terminaré de pagarle por tantas horas felices gracias a sus textos excepcionales. Solo quisiera decirles a la pléyade de escritores que han escrito como lectores agradecidos, que en el caso mío, la totalidad de su obra es de todo mi gusto. Para algunos críticos hay textos muy cojos de su obra.. Me refiero a “La Hojarasca” y su última novela “Memoria de mis putas Tristes”. Quiero decirles que inclusive en estos textos encuentro la grandeza del genio.  Gabo era un mago para insertar en cualquier narración mágicas frases. En las dos primeras paginas de “Memorias de putas tristes” expresa:
“Nunca hice nada distinto de escribir, pero no tengo vocación ni virtud de narrador, ignoro por completo las leyes de la composición dramática, y si me he embarcado en esta empresa es porque confío en la luz de lo mucho que he leído en la vida. Dicho en romance crudo, soy un cabo de raza sin méritos ni brillo, que no tendría nada que legar a sus sobrevivientes de no haber sido por los hechos que me dispongo a referir como pueda en esta memoria de mi grande amor”. Adelante agrega:
“Desde hacía meses había previsto que mi nota de aniversario no fuera el sólito lamento por los años idos, sino todo lo contrario: una glorificación de la vejez”.
En una nota periodística sobre Pablo Neruda expresó, refiriéndose a la noticia de la muerte de ciertos amigos, para lo cual nunca estaba preparado y que parce caer como anillo al dedo frente a lo que nos pasa en estos días con su deceso:
“Esta mañana, cuando vi en el periódico la noticia de su muerte, descubrí que para mí Pablo ya había muerto hace algún tiempo cuando supimos de su enfermedad incurable. Mejor dicho, me acostumbré desde entonces a la idea. La muerte de mi gran amigo Álvaro Cepeda, el año pasado, me dio tan fuerte que comprendí que yo no estaba entrenado para la desaparición de mis amigos. “¡Carajo! —pensé—. Si no le pongo coraje a esta vaina, el que se va a morir un día de estos con otra noticia igual soy yo”.
Cuando el editor de sus memorias le presentó los pormenores de  las mismas, como siempre preocupado por el detalle y celosos de los mismos, le agrego al título su memoriosa frase:
“La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y
Cómo la recuerda para contarla”.
En este texto biográfico refiriéndose a su casa en Aracataca, de donde que resulta ser el germen creativo y genealógico de su mundo y textos mayores, recuerda con magistral acierto:
-Vengo a pedirte el favor de que me acompañes a vender la
casa. No tuvo que decirme cuál, ni dónde, porque para nosotros sólo existía una en el mundo: la vieja casa de los abuelos en Aracataca, donde tuve la buena suerte de nacer y donde no volví a vivir después de los ocho años”. Realmente nunca salió del mundo inmenso en que lo dejó inmerso su abuelo Nicolás Márquez y la tia Tranquilina quien le contó las historias más inverosímiles.
Cuando decide ser escritor por encima de los caprichos de su madre quien propugnaba por hacerlo un hombre de bien y de la terquedad de su padre quien conoce las angustias de los hombres de letras, el viaje a su pueblo, le daría todas las razones para nunca renunciar a su pasión, la escritura. Su situación no era fácil:
“Acababa de abandonar la facultad de derecho al cabo de seis semestres, dedicados más que nada a leer lo que me cayera en las manos y recitar de memoria la poesía irrepetible del Siglo de Oro español. Había leído ya, traducidos y en ediciones prestadas, todos los libros que me habrían bastado para aprender la técnica de novelar, y había publicado seis cuentos en suplementos de periódicos, que merecieron el entusiasmo de mis amigos y la atención de algunos críticos. Iba a cumplir veintitrés años el mes siguiente, era ya infractor del servicio militar y veterano de dos blenorragias, y me fumaba cada día, sin premoniciones, sesenta cigarrillos de tabaco bárbaro. Alternaba mis ocios entre Barranquilla y Cartagena de Indias, en la costa caribe de Colombia, sobreviviendo a cuerpo de rey con lo que me pagaban por mis notas diarias en El Heraldo, que era casi menos que nada, y dormía lo mejor acompañado posible donde me sorprendiera la noche. Como si no fuera bastante la incertidumbre sobre mis pretensiones y el caos de mi vida, un grupo de amigos inseparables nos disponíamos a publicar una revista temeraria y sin recursos que Alfonso Fuenmayor planeada desde hace tres años ¿ Qué más podía desear”. Por ello en esta biografía expresa categóricamente frente a la decisión de ser escritor, afirmación que ratifico en ese memorable viaje con su madre a Aracataca a vender su casa:
“Ni mi madre ni yo, por supuesto, hubiéramos podido imaginar siquiera que aquel cándido paseo de sólo dos días iba a ser tan determinante para mí, que la más larga y diligente de las vidas no me alcanzaría para acabar de contarlo. Ahora, con más de setenta y cinco años bien medidos, sé que fue la decisión más importante de cuantas tuve que tomar en mi carrera de escritor. Es decir: en toda mi vida”.
Cuando un hombre, con el talento de Gabo, no es inferior a su destino, obtiene todos los logros que él nos dejó y la obra que hoy nos enorgullece como simples amanuenses y lectores.
Recuerdo una frase “Del amor en los tiempos del cólera”, una de sus obras mayores,  a propósito de su muerte y lo que pensamos de la misma:
«El bisturí es la prueba mayor del fracaso de la medicina». Pensaba que con un criterio estricto todo medicamento era veneno, y que el setenta por ciento de los alimentos corrientes apresuraban la muerte. «En todo caso -solía decir en clase-, la poca medicina que se sabe sólo la saben algunos médicos.» De sus entusiasmos juveniles había pasado a una posición que él mismo definía como un humanismo fatalista: «Cada quien es dueño de su propia muerte, y lo único que podemos hacer, llegada la hora, es ayudarlo a morir sin miedo ni dolor».
La escritura de Gabo está hecha con absoluto sentido hedónico y busca con argucias magistrales aprendida en su vida de reportero, mantener al lector en vilo con la fascinación de unos recursos. Por ejemplo en “En el amor en los tiempos del cólera” están las mejores descripciones de la vida matrimonial. Como les parece esta:
“Acababan de celebrar las bodas de oro matrimoniales, y no sabían vivir ni un instante el uno sin el otro, o sin pensar el uno en el otro, y lo sabían cada vez menos a medida que se recrudecía la vejez. Ni él ni ella podían decir si esa servidumbre recíproca se fundaba en el amor o en la comodidad, pero nunca se lo habían preguntado con la mano en el corazón, porque ambos preferían desde siempre ignorar la respuesta. Ella había ido descubriendo poco a poco la incertidumbre de los pasos de su marido, sus trastornos de humor, las fisuras de su memoria, su costumbre reciente de sollozar dormido, pero no los identificó como los signos inequívocos del óxido final sino como una vuelta feliz a la infancia. Por eso no lo trataba como a un anciano difícil sino como a un niño senil, y aquel engaño fue providencial para ambos porque los puso a salvo de la compasión Otra cosa bien distinta habría sido la vida para ambos, de haber sabido a tiempo que era más fácil sortear las grandes catástrofes matrimoniales que las miserias minúsculas de cada día. Pe-ro si algo habían aprendido juntos era que la sabiduría nos llega cuando ya no sirve para nada”.

Se nos fue el más grande y el homenaje más grande es volver a su obra.








1 comentario:

canticoprimaveral dijo...

Así ques ques decimos los Colombianos.
¿Por qué será que a los grandes de las letras, se los "roba" México?
También, https://www.canticoprimaveral.blogspot.com,llora a Gabo y abre el baúl para enseñar su homenaje póstumo.
Gabo tenía una claridad meridiana sobre la vida, decía que había siempre que recordar. La vida es observar y recordar, eso hizo Gabo. El continúa su existencia un grado más allá de nuestra existencia. Por eso cántico primaveral dice: Espéranos allí.