RESEÑA: BARRENECHEA ET. AL.UNIVERSIDAD DEL ROSARIO
Yanina Welp, investigadora del Albert Hirschman Centre on Democracy del Geneva Graduate Institute. Correo electrónico: yanina.welp@graduateinstitute.ch
REVISTA ANALISIS POLITICO UNIVERSIDAD NACIONAL No 108
Los resultados de las elecciones presidenciales del 29 de mayo de 2022 hicieron pensar a muchos que los colombianos habían pateado el tablero. Pasaron a segunda vuelta Gustavo Petro, un líder de izquierda y exguerrillero, y Rodolfo Hernández, el “rey del TikTok” (con 40 % y 28 % de los votos respectivamente). Quizás fue una sorpresa sobredimensionada porque ninguno de los dos era nuevo en política y la erosión del sistema de partidos se venía cocinando a fuego no tan lento. Petro había ocupado cargos electos y competido en dos ocasiones antes de alcanzar la presidencia, y Hernández había sido alcalde de Bucaramanga (2016-2019) antes de crear un partido para su postulación. Sin embargo, el escenario para la segunda vuelta provocó estupor en los medios nacionales e internacionales porque cambiaba los ejes sobre los que había girado el debate político de los años previos (en particular, la discusión sobre la guerra y la paz) y también porque se reproducía en la contienda colombiana el enfrentamiento entre el tradicional populismo de izquierda latinoamericano y el emergente populismo de la derecha radical global. ¿Era tan así? ¿Es Petro un clásico líder del populismo de izquierda y Hernández un representante de la saga de la derecha radical? ¿Con qué claves leer estas candidaturas y sus apoyos electorales? La obra colectiva Gustavo Petro versus Rodolfo Hernández. ¿Dos populismos encontrados? aporta conceptos y datos para que las y los lectores puedan armar sus propias respuestas.
La aclaración figura en la introducción: este libro no es el resultado de un proyecto de investigación, o de un plan sistemático de trabajo, sino de la coyuntura generada por una elección percibida como atípica. En ese marco, un grupo de miembros de la comunidad académica se reunieron para intercambiar impresiones y comentar sus intervenciones en medios de comunicación y eventos públicos. El concepto articulador es el de populismo, pero esa articulación no se refleja en la adhesión a una definición y/o valoración unívoca sino en la preocupación conjunta alrededor de la cual se reúnen voces incluso contrapuestas.
Las principales aportaciones de la obra refieren a su contribución académica a comprender un escenario coyuntural desde diferentes perspectivas teóricas con base empírica y revisiones históricas. Algunos aspectos son útiles para la conversación comparada, como los que aluden a la racionalidad del voto de los electores que se inclinan por opciones populistas, la dimensión ideológica (derecha e izquierda), la incidencia del voto económico y la relación del populismo con la democracia, la demagogia y la tecnocracia. También se consideran las características y el alcance de las campañas electorales en el territorio y en las redes sociales. A continuación se presentan brevemente los ocho capítulos. En “Racionalidad rodolfista y encanto populista”, Rodrigo Barrenechea y Silvia Otero Bahamón proponen apartarse de “la condena al electorado rodolfista de irracional e ignorante” para preguntarse por qué puede tener tanto apoyo electoral un candidato que adolece de un programa elaborado y coherente (p. 2). Los autores argumentan que, al no prestar atención a la coherencia de las propuestas, los votantes no están desinformados sino que cuentan con la misma información que otros, pero llegan a conclusiones distintas sobre qué hacer con su voto. Básicamente, señalan, el votante populista aspira a sacar a los políticos del poder, reducir su número, sus salarios y su acceso al dinero de la corrupción (p. 6). Adicionalmente, el capítulo explora variables de contexto partiendo de la consideración de que la distribución del voto por Hernández y Petro presentó marcadas diferencias en el territorio. Aquí, como se ha observado en otros casos recientes como el de Argentina tras el triunfo de Javier Milei, el hastío del statu quo se hace especialmente evidente entre los sectores donde prolifera el empleo informal en el sector servicios. Y dejan una clave: “no se rebelan por enfrentar condiciones de vida inaceptables, sino por la brecha entre lo que creen merecer y lo que obtienen en realidad” (p. 9). Al confrontar las expectativas del votante populista de derecha (“no quieren nada regalado”) con los de la izquierda (“vivir sabroso”) encuentran posicionamientos muy diferenciados en relación a las políticas redistributivas y el rol del Estado.
En “La segunda vuelta de 2022: un choque de populismos”, Yann Basset recupera el aporte de Ernesto Laclau y su mirada sobre el populismo a partir de los tres desplazamientos que produce: considerar el populismo como parte inherente del juego democrático y no como una anomalía, invitar a entenderlo como un discurso político performativo y no descriptivo (“la oferta política no responde a unas demandas previas, la oferta crea su propia demanda”, p. 24) e insertar en la relación entre representantes y representados un tercer componente: el adversario o enemigo del pueblo. El uso del populismo en Colombia, señala Basset, vino a llenar un vacío en los canales de representación que había dejado el uribismo (por cierto, un caso de populismo para muchos analistas de fuera del país y prácticamente ignorado en todo el libro). En el análisis de ambos populismos, de Petro y Hernández, destaca la apelación a un pueblo preexistente por parte de la izquierda y la construcción de un sujeto político que no existía como tal en el caso de Hernández. El análisis profundiza en las contradicciones del discurso antipolítica y, finalmente, sugiere que el triunfo de Petro se debió a una más efectiva campaña en el terreno, donde podía apoyarse en gente activa en barrios y municipios del país; o sea, el peso del territorio y de la política de base.
En el tercer capítulo, “Rodolfo Hernández: ¿el Trump colombiano?”, Liza Zanotti y Sandra Botero comparan lo que fue una referencia mediática frecuente: que Hernández era una versión local de Trump. Según las autoras, se parecen en el carácter populista de sus liderazgos, en postularse como outsiders ―pese a que ambos empresarios son parte del establecimiento económico― y en el uso intensivo de redes sociales. En cuanto a las diferencias, postulan que mientras Trump es un populista radical de derecha, Hernández es “un populista puro” (p. 47). Queda para la discusión el uso del concepto “populismo puro” y las limitaciones de comparar un líder en campaña con otro que ha ejercido la presidencia. La actual campaña de Trump (2024) sugiere que el pragmatismo en la búsqueda de retornar al poder podría pesar más que ciertos principios ideológicos. Guibor Camargo, Sebastián Londoño y Andrés Miguel Sampayo (“La muerte del populismo como método y la flexibilidad de las preferencias electorales”) proponen cambiar el ángulo de análisis. Los autores consideran la inutilidad de la referencia al populismo y postulan que la flexibilidad de las preferencias electorales es un enfoque más productivo. El repaso de la extensa producción académica sobre el populismo se hace sobre las bases de la defensa del argumento y de forma no sistemática (tarea probablemente imposible, en cualquier caso) con lo que ante cada dimensión que plantean podría contraargumentarse con otras perspectivas. En cuanto a la flexibilidad de las preferencias electorales, en mi opinión, no es un reemplazo sino un complemento que aporta otro tipo de mirada. Como sugiere Basset en su análisis, las demandas se crean, la oferta crea su propia demanda, y ahí el populismo parece tener mucha influencia.
Guibor Camargo, Sebastián Londoño y Andrés Miguel Sampayo (“La muerte del populismo como método y la flexibilidad de las preferencias electorales”) proponen cambiar el ángulo de análisis. Los autores consideran la inutilidad de la referencia al populismo y postulan que la flexibilidad de las preferencias electorales es un enfoque más productivo. El repaso de la extensa producción académica sobre el populismo se hace sobre las bases de la defensa del argumento y de forma no sistemática (tarea probablemente imposible, en cualquier caso) con lo que ante cada dimensión que plantean podría contraargumentarse con otras perspectivas. En cuanto a la flexibilidad de las preferencias electorales, en mi opinión, no es un reemplazo sino un complemento que aporta otro tipo de mirada. Como sugiere Basset en su análisis, las demandas se crean, la oferta crea su propia demanda, y ahí el populismo parece tener mucha influencia. El quinto capítulo, “Populismo, inclusión y lumpen-burguesía”, de Ana Beatriz Franco-Cuervo y Freddy Cante Maldonado, recupera una posición clásica de defensa del potencial democratizador del populismo de izquierda. Los autores señalan que en las democracias representativas de los países dependientes los gobernantes electos tienden a obedecer a los intereses de las oligarquías y grupos de interés minoritarios promoviendo formas de participación elitistas y oligárquicas (p. 112). El capítulo repasa la discusión sobre las fuentes de la desigualdad política y señala como obstáculos para promover políticas públicas inclusivas la deficiente capacidad del Estado y la desigual distribución de la tierra. En este marco analizan los discursos de ambas candidaturas y sus apoyos territoriales.
“Reflexiones sobre el lenguaje en el populismo: ¿fabricación de realidad, construcción de una posibilidad o flatus vocis?”, de Uriel Cárdenas, reflexiona sobre los usos del lenguaje verbal y sus implicaciones en el caso del populismo centrándose en el dualismo y la dicotomía entre pueblo y élite y ofreciendo ejemplos provenientes de la campaña electoral. En “Colombia: ¿el populismo imposible?”, Sara Fonseca y Mery Castillo vuelven a un presupuesto común, pero no por ello tan claro: la idea extendida de que el populismo era imposible en Colombia. Como señalan en el capítulo, más que la imposibilidad en términos de presencia, cabe analizar por qué no tuvo éxito en llegar al gobierno. En este sentido, lejos de ser atípico, quizás el caso se ha mirado de forma demasiado endogámica o buscando ejemplos demasiado distantes en lugar de mirar los próximos. La reciente obra de María Esperanza Casullo y Harry Brown-Araúz, El populismo en América Central (2023), podría aportar pistas, además de recuperar otra dimensión ausente en esta compilación que es la teoría de la modernización y su vínculo con la emergencia del populismo. Como se dijo más arriba, sorprende la ausencia de Uribe como precedente (al menos para parte de la literatura). La dimensión izquierda-derecha podría explicar en parte esta ausencia en un país que ha tendido a compararse con sus vecinos pero no puede señalarse ―como se hace en varios capítulos― que no hubo populismos con agenda de derecha en la región, como muestran los casos de Carlos Menem en Argentina y Alberto Fujimori en Perú. Finalmente, el octavo capítulo, “Populismo progresista y reaccionario en Colombia”, de Mauricio Jaramillo Jassir, propone la siguiente hipótesis: “Gustavo Petro es un populista a quien acompaña un movimiento de masas y quien, más allá de la retórica, propone una transformación progresista moderada que no puede considerarse como antiestablecimiento” (p. 196). Para explorarlo plantea, en primer lugar, los riesgos para la democracia que supone la polarización, luego recorre la corta trayectoria del populismo progresista colombiano y, en tercer lugar, la pone en el contexto latinoamericano. Un elemento central aquí, a mi entender ―y señalado en el capítulo―, es la diferencia con el escenario en que se ubicaron las izquierdas latinoamericanas en países como Venezuela, Bolivia o Ecuador a principios de la primera década del siglo XXI: gobernar en la actualidad implica alcanzar pactos en coaliciones amplias que moderan y moldean las capacidades de la gestión (p. 215), algo que no sólo le ocurre a Petro sino también a Lula en Brasil o a Gabriel Boric en Chile y que tiene claros efectos en la moderación de la acción de gobierno. Otro aspecto que no puede soslayarse es que los populismos de la “marea rosa” gobernaron en tiempos de bonanza económica (boom de los commodities). ¿Conclusiones? Ninguna, o al menos ninguna consensuada. Mientras para algunos autores el populismo es un concepto inútil, para otros está más vivo que nunca y es indispensable para el análisis; mientras en unos capítulos se observa su potencial democratizador, en otros se alerta frente a sus componentes antipluralistas. No hay consenso en el abordaje a las características del populismo de izquierda; lo hay más en relación a Hernández, pero tampoco es unánime porque no todos los capítulos acuerdan en calificarlo como populista. Nada de esto es una crítica ni tampoco una novedad porque la obra se plantea de esa manera: como la difusión de un ejercicio de diálogo plural y diverso que hace un aporte complejo al análisis de la coyuntura. Una obra valiosa y de fácil lectura que no busca clausurar la discusión, sino acompañarla con argumentos, algunos complementarios y otros divergentes.