La vida es un
milagro. La conciencia de estar vivo constituye un factor de felicidad
inconmensurable. Hay estados de sublimación que nos revelan conexiones con el
cosmos y la divinidad inexplicables, sentimos su presencia a través de la
palabra, de una nota musical, un verso, en el paisaje que todos los días nos sorprende. El arte
y el conocimiento es una forma de compenetrarse con las formas más altas del
universo, de ser parte del todo. Los valores le dan sentido a lo que
hacemos y la ética constituye su praxis. Asumir la vida como proyecto, en
permanente búsqueda de la felicidad, indefectiblemente parte del respeto por el
otro, condición no negociable, garantiza una convivencia pacífica, produce los mejores resultados en términos de paz.
Eso que
llamamos racionalismo, en términos de Kant: pensar por sí mismo, pensar en el
lugar del otro y ser consecuentes, es un punto de partida que nos permite
entender lo que somos y como debemos actuar en sociedad desde una autonomía que
incluye siempre el respeto por el otro. La pregunta es: Cómo aparece el anti-valor en un ser. Es evidente que tenemos una crisis de valores muy grave. En los
últimos meses en Colombia, hablando tan sólo de mi país, he visto asesinar a jóvenes totalmente indefensos
por el robo de un celular que en el mercado negro no vale gran cosa.
Hemos
invertido los valores. Soy consciente que la inequidad, la falta de educación y de oportunidades
es un factor que nos hace vulnerables al anti-valor. Nuestro hogar es el primer laboratorio
de buena convivencia. Somos, lo que otros hacen de nosotros. Repetimos la
mayoría de conductas que asimilamos en nuestro entorno. Con esas herramientas
paleamos la realidad exterior siempre basados en proyectos de construcción
social desde lo que ofrecemos y lo que recibimos. Cuando no hay nada que
ofrecer, cuando creemos que los anti-valores son lo corriente, la sociedad
entra en crisis y la vida deja de ser valorada en su dimensión real. Bogotá,
Medellín y Cali, las primeras ciudades del país, están sometidos por bandas criminales que actúan con el
mismo poder del estado. La pregunta es cómo llegamos a este momento, cómo el
estado cedió en sus responsabilidades. Los anti-valores se imponen y a nadie parece
importarle. Hay regiones abandonadas, como las poblaciones asentadas en las orillas del rió Atrato en el Choco, un departamento rico en minerales preciosos, lo que es una paradoja. El dinero que
es un medio se convirtió en un fin. Todos los días asesinan a ciudadanos en
plena luz del día por una bicicleta, un celular o simplemente el dinero que
llevan encima, que siempre es muy poco. No hay seguridad y la justicia es lenta
y siempre llega tarde. Cuando un hijo sale de la casa no sabemos si regresa.
Cada vez es más difícil sentirse tranquilo cuando los hijos están afuera.
La juventud
no quiere saber de los políticos. Es necesario volver a la política en el sentido
aristotélico del término. Los ciudadanos tenemos muchas responsabilidades
frente a la sociedad, el estado y la clase dirigente. La primea elegir bien. La
segunda, saber hacía donde van las políticas públicas. Todo está dado para que
el estado funcione bien, depende de nuestra clase dirigente y del control
ejercido por nosotros desde los organismos creados para ello. La renovación de
los partidos, la política como vehículo de participación y el conocimiento
mínimo de lo público son factores preponderantes para tener una buena
convivencia.
En Colombia resolvemos
los problemas con violencia. Desde la conquista el país no ha dejado de ser violento. Esto debe cambiar, porque también hay una historia de logros y de
orgullos, de buenos propósitos consolidados, sabemos de lo que somos capaces de
construir, de hecho, hay infinidad de ejemplos que lo ratifican. Empecemos por
nuestra casa y después con el entorno. Cambiar se hace necesario. Cada quien
con sus responsabilidades. La clase dirigente está obligada a ser
consecuente con las suyas.
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