La globalización y la conexión total, las
24 horas, los 365 días del año, de la mano de las redes sociales, la revolución de la información y las comunicaciones, nos ha llevado a vivir en una aldea global, cualquier suceso del planeta por alejado e ínfimo del lugar en que se produzca, no sólo lo conocemos en segundos sino que nos afecta de manera inmediata. Lo mismo pasa con ciertas posiciones ideológicas o políticas, en
menos de lo que pensamos asumen el rol de partos mundiales, la política todos
los días produce estos fenómenos, los movimientos feministas, el movimiento Queer, los ecologistas, son un ejemplo de ello y fueron de una intensidad antes no vista, ciertas posiciones, por triviales se vuelven virales, lo mismo pasa con algunos hechos sociales. El efecto
mariposa, cualquier suceso repercute en menor o mayor grado en todo el planeta, esto nos hace completamente vulnerables. La pregunta esta semana es: Quién volvió el fútbol una
guerra. Las barras bravas, que nacieron en Buenos Aires e
Inglaterra, a qué hora se convirtieron en factores tan determinantes para este
deporte. Quién volvió la rivalidad entre dos equipos una batalla, con los
resultados nefastos que hemos presenciado en el mundo: Asesinatos,
agresiones y verdaderos guetos con fronteras invisibles. Lo
mismo pasa con las tribunas de los estadios, hay espacios asignados a ciertas
barras a los que nadie puede acceder.
Lo que sucedió esta
semana en el estadio monumental de River fue un oprobio, una vergüenza, fue la flagrante evidencia de
lo mal que estamos, peor, lo mal que esta este deporte, no sólo mueve grandes masas, sino
dinero a granel, es una máquina de producir riqueza, lo que no está mal en un capitalismo voraz donde la rentabilidad es la medida, lo expreso simplemente para ratificar, que alrededor
suyo hay intereses económicos de todo tipo. Sobra decir, este un negocio privado, con muy poco control de
las autoridades, es una aldea sin control, aquí radica parte del problema.
Cuando hablo de crisis,
no me refiero solo a Buenos Aires, sino a Latinoamérica, todos, padecemos este flagelo. Es imposible en un clásico ir con tranquilidad a un estadio. Ponerse
una camiseta es peligroso, no sabe usted cuando se va encontrar con una jauría de bárbaros que decida agredirlo, matarlo, basta mirar los registros de asesinatos por estos móviles en una ciudad como Bogotá para corroborarlo, asustan. Todo pasa sin que las
autoridades quieran reconocer el problema. Alrededor de estas barras,
de esta ideologización y radicalismo de los equipos, en una especie de
nacionalismo perverso, hay un negocio descomunal. Hay gente enriqueciéndose de la
reverberación de estas pasiones. Demuestra una vez más, como la masa, la
población, sigue siendo muy vulnerable, se deja llevar como borrega por estos gurúes
de la pasión desmedida, como sucede con los políticos, los falsos profetas, son de alguna manera explotados.
Hace mucho tiempo leí
masa y poder de Elías Caneti. La vigencia de este texto es absoluta. En este
partido nos vendieron todo tipo de mentiras: La final del mundo, el partido del
siglo, un encuentro único e irrepetible. El negocio de los derechos de
televisión estaba detrás, la venta de jugadores, la reventa de Boletas, todo son intereses,
la gente, vaya al carajo, consumidores al final y al cabo, esa es la lógica.