Eduardo Posada Carbo en su
última columna del periódico “El tiempo” de Colombia escribió una excelente
artículo sobre un texto de Nancy L. Rosenblum -On the Side of the Angels
(Princeton, 2008)- que ofrece una robusta defensa de los partidos y del partidismo.
No defiende a ninguno en concreto, sino la idea misma de los partidos y del
partidismo para el funcionamiento de las democracias.
Hace poco escribimos sobre
la necesidad del fortalecimiento de los partidos políticos en Colombia y la
importancia de los mismos dentro de la democracia representativa.
El mundo vive una crisis
del sistema partidista, por efectos de la falta de confianza en los mismos y la
incredulidad acentuada de la población. A ello han contribuido las redes
sociales y la falta de una interpretación adecuada de la revolución de las
tecnologías de la información y el conocimiento; de igual manera los famosos
partidos de cajón, creados entre el oportunismo político; la corrupción
sistemática y el anquilosamiento en el poder, con prácticas poco ortodoxas. La
desconfianza a ellos en todo caso no es nueva. El filósofo Hume, escribió “que
los partidos y las facciones subvierten al gobierno, hacen impotente las leyes
y suscitan la más fiera animosidad entre los hombres de una misma nación, que
por el contrario deberían prestarse asistencia y protección mutuas.
Los revolucionarios
Franceses nunca estuvieron de acuerdo con ellos, incluso Rousseau les tuvo
mucha desconfianza y engendró la idea del partido único de consecuencias tan
nefastas en la Rusia socialista.
Los partidos son hijos del
fenómeno de “la representación política y como mecanismo a través del cual la
deliberación pública y las decisiones del gobierno se trasladan desde el
titular de la soberanía democrática hacia sus agentes (los representantes)
establece la frontera histórica y teórica entre la democracia antigua o directa
y la moderna o representativa”.
Los partidos nacieron de la
masificación de la participación política en el siglo XVIII y XIX. Al principio
se constituyeron como organizaciones auxiliares de las nacientes cámaras
representativas, se hablaba de partidos de creación interna o partidos de
creación externa. Teóricos como Jlien Freund y Carl Schmitt establecen que los
partidos conservan dos de los tres principios de la política: El componente
agonal o de lucha (Amigo-enemigo) y el componente de lo público.
La crisis de los partidos
está en su punto más alto en el mundo, basta mirar a Estados Unidos, Europa y
América Latina, esta se refleja en sus tres ejes esenciales: Su base social, ya
no existe; su orientación ideológica, gracias a los híbridos ideológicos, por
efectos de una exacerbado pragmatismo se está perdiendo; y sus estructuras en
crisis por ser simplemente organizaciones electorales.
La ciudadanía ha sentido
que la intermediación o representación no es necesaria y ha revalorizado su
papel en la democracia. A esto se suma el poder de los medios que ha
incentivado el caudillismo. La imagen su súper-pone a la realidad por efectos
de una nueva herramienta de la publicidad que se llama la imagología.
Proliferan los Autisiders, personajes sin trayectoria política, quienes dicen
estar por encima de los partidos y en esta crítica se intensifica el
desconocimiento a los partidos históricos. Los candidatos son creados por los
asesores, lo primero que deben olvidar es quiénes son y asumir el nuevo rol de
acuerdo a las necesidades electorales.
Los partidos son más
necesarios ahora que nunca. Revalorizar su papel en el nuevo contexto de la
sociedad pos-industrial, resulta absolutamente vital para la democracia
representatica. Cuando se leen los textos clásicos se entiende mejor la crisis
actual: Max Weber y Robert Michels. Sus estudios siguen siendo los más
sistemáticos al respecto. Lo que sucede hoy en la Argentina, Nicaragua, Bolivia
y Venezuela es emblemático. Se acabaron los partidos. Es muy difícil volver a
restaurar su dinámica. Autores como Sartoris, Habermas, Sloterdijk, han sentado
posiciones valiosas sobre el tema. El debate apenas comienza, pero queda claro,
que es preciso asumir el tema con toda entereza.