Prevalece en estos tiempos un
mundo cargado de tecnicismos y sentido práctico exacerbado, des-ideologizado, descarta este componente, pese a que las ideologías constituyen el marco performativo
inexorable que sustenta la acción política, dándole sentido a las practicas
gubernamentales o las oposiciones a estas; define las sociedades, en sus
principios; al estado en su estructura, las relaciones de este con sus
ciudadanos; la ideología parece no ser importante para la gente en general, para
los mismos analistas y de hecho es de la mayor relevancia. Encontré un
excelente ensayo al respecto que empieza con un cuestionamiento especifico: “La
controversia sobre el contenido y la función de las ideologías acompaña a este
concepto desde su nacimiento, habitualmente situado en el cambio del siglo
XVIII al XIX (Knight 2006). El constructo se encuentra progresivamente
desgastado, denostado y, a la vez, cíclicamente recuperado o dignificado, en
una dialéctica que parece acompañarle de forma constante (Orjuela 2007; Ariño
1997; Eagleton 1997)”[1].
El libro: “Ideología” de Terry Eagleton está justificado de esta manera: ¿Cómo
explicar este absurdo? ¿A qué es debido que en un mundo atormentado por
conflictos ideológicos la noción misma de ideología se haya evaporado sin dejar
huella en los escritos posmodernos y postestructuralistas?”. Cuando se habla
del estado, de sociedad, de gobierno, nadie se preocupa por las configuraciones
teóricas de carácter ideológico que lo hacen posible. He oído hablar de crisis
de los partidos políticos y es poco lo que escucho sobre la estructura
ideológica que los sustentan.
Eagleton tiene una
hipótesis frente a esta crisis: “Muy brevemente, sostengo que tres doctrinas
clave del pensamiento posmoderno han convergido en el descrédito del concepto
clásico de ideología. La primera de estas doctrinas se basa en el rechazo de la
noción de representación -de hecho, un rechazo de un modelo' empirista de
representación, en el que con el desagüe del baño empirista se pierde, con la
mayor indiferencia, el bebé representacíonal-. La segunda doctrina gira en
torno a un escepticismo epistemológico, según el cual el acto mismo de
identificar una forma de conciencia como ideológica entraña alguna noción
insostenible de verdad absoluta. Considerando que esta última idea tiene pocos partidarios
en la actualidad, la primera se desmoronará tras sus pasos. No podemos
calificar a PoI Pot de fanático estalinista, ya que ello implicaría una
certidumbre metafísica acerca de lo que supondría el no ser un fanático
estalinista. La tercera doctrina atañe a una reformulación de las relaciones
entre racionalidad, intereses y poder, de carácter más o menos neonietzscheano,
según la cual se considera redundante el concepto de ideología sin más”[2].
Tal vez a estos componentes se le suma una monumental imposición de los
tecnicismos de una sociedad de consumo que relativizo las ideologías, las
convirtió en una mercancía más, como todas ellas, tiene un tiempo corto de
vida, lo que es un exabrupto, pero cobra mucho sentido en la práctica actual.
Manzano en su ensayo establece: “La controversia comienza en su propia definición,
sobre la que no existe unanimidad. Y continúa a través de discusiones que se
establecen en torno a contemplar el concepto en la práctica, a considerarlo
opcional o inevitable, a incluir sus efectos sociales y psicológicos, o a
centrar la atención en su relación con otros conceptos pertinentes para
entender el comportamiento humano”.
Resulta necesario entonces
recordar: “La ideología es un acompañante inevitable. El mundo es observado
siguiendo algún marco perceptivo que organiza valores y facilita la
comprensión. Con los términos de McCombs (1996), las personas necesitamos
contar con algún sistema de orientación que nos permita pensar y actuar en el
mundo, es decir que alimente la impresión de que sabemos cómo funciona y qué
hacer. Es más, generamos tal fidelidad y dependencia de estos sistemas
organizados que para salvaguardarlos llegamos a admitir engaños y
manipulaciones (Luhman 2005)”[3].
Parece no importar, fuera de la academia y algunos especialistas que siguen
recabando en el tema, que es más importante de lo que se quiere admitir. El
tema rebasa lo social, compete también al individuo: “El carácter inevitable de
las ideologías se afianza también desde su relación con las identidades individuales,
de tal forma que la adscripción al marco forma parte de la construcción del Yo.
No en vano, la ideología puede ser concebida como una narración sobre el mundo,
mientras que la identidad es una narración sobre la propia persona, que cuenta
a las demás y a sí misma (Saavedra 2007)”[4].
La ideología es aquello en que
las personas creen, el contexto que lo cubre todo, sustentan el tipo de
sociedad y estado en que viven y creen, los hombres mueren y viven por una
ideología, estas constituyen motivo de la acción individual y política para
refutar o imponer un modelo de sociedad, de gobierno y por lo tanto estado, de
las grandes revoluciones que han trasformado el mundo.
Imposible dejarlas a un
lado…tal vez se pueda ignorarlas, pero siempre estarán ahí, alimentando la súper-estructura
del estado en todas sus variables y por tanto al sujeto.
Manzano-Arrondo, V. 2017. “Ideología y aversión
ideológica”. Revista Internacional de Sociología 75 (3): e068. doi: http://dx.doi.org/10.3989/ris.2017.75.3.15.117
[2]
http://www.redmovimientos.mx/2016/wp-content/uploads/2016/10/Eagleton-T.-1995.-Ideolog%C3%ADa-Una-Introducci%C3%B3n.-Paid%C3%B3s.pdf
[3]
Manzano-Arrondo, V. 2017.
“Ideología y aversión ideológica”. Revista Internacional de Sociología 75
(3): e068. doi: http://dx.doi.org/10.3989/ris.2017.75.3.15.117
[4]
Ibidem