Es
difícil escapar a los efectos mediáticos de la muerte del presidente Venezolano
Chávez, que ha despertado pasiones y un tsunami de reacciones sin parangón, la mayoría
lejos de toda racionalidad, pero consecuencia directa de lo que el líder sembró
en 14 años en el poder.
Latinoamérica
no ha podido salir del caudillismo. Desde la independencia hemos sido proclives
al buscar soluciones mágicas en cabeza de un solo hombre, a pensar en salidas fáciles, siempre
creemos que una sola persona nos solucionará todo por arte de magia, en una
especie de complejo mesiánico, dañino a todas luces. La independencia de nuestras naciones, fue el
producto de pocos hombres, al final se volvieron pequeños Dioses que crearon países e instituciones a la medida de sus ambiciones.
Esta realidad, que solo se supera con educación, imposición de la
institucionalidad y procesos de gobernabilidad democráticos y acordes a
nuestras necesidades, en un esquema de innovación continuo y por supuesto de
participación, se nos aparece continuamente, hoy se llama Ortega, Correa, para
solo citar los más relevantes, mañana aparecerán otros indudablemente, que
buscarán ineludiblemente la
concentración del poder por encima de los canales democráticos, al abuso
desmedido del mismo, para hacer y des-hacer y la formación enfermiza de falsas
y dañinas expectativas, con un efecto nefasto: La polarización de la sociedad.
El
caso de Venezuela es emblemático. Después de cincuenta años de estar gobernada
por una elite ciega y corrupta, que solo pensó en sus intereses, se produjo el fenómeno
Chávez quien tuvo históricamente todo a su favor, lo que le permitió llegar al
poder, con un discurso preciso y que encajó perfecto con la crisis que vivía el
país. Al ganar las primeras elecciones, el presidente Chávez se consolidó y
perpetuó a base de populismo y reformas a la ley a su favor, apoyado en un presupuesto petrolero
descomunal y una fuerzas militares involucradas en todo el proceso político, que
hoy tienen a este país en un caos, en absoluta crisis económica y muy cercano a
confrontaciones violentas gracias a una polarización peligrosa y muy difícil de
amainar, pues está cargada de odios y ambiciones desmedidas y a granel.
La
muerte del presidente, las procesiones y muestras de dolor por fuera de
cualquier medida, que recuerdan los entierros de Perón e Isabelita, han sido descritas de manera magistral por las
grandes novelas sobre la dictadura. Es imposible negar la popularidad del
presidente Chávez, pero también no podemos desconocer, las consecuencias
nefastas de una concentración tan anárquica del aparato estatal, que termino en
la peor corrupción de que se tenga conocimiento en la historia de Latinoamérica.
La
izquierda ha tenido verdaderas oportunidades a lo largo de estos últimos
treinta años, para demostrar que sí es
capaz de darle a estas sociedades un cambio. No ha sido así, cada vez que llega
al poder termina engolosinándose y resulta inferior a sus propias expectativas.
El
futuro de Venezuela es incierto. Quedó diezmado económicamente, polarizado y con un pueblo poco preparado para un cambio.
Esperamos respeten la poca democracia que les queda y sobre todo, no caigan en
una violencia que históricamente es ajena a su forma de resolver los conflictos.
Ahora más que nunca se necesita lucidez y paradójicamente, liderazgo.
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