TODO
COMBATE ES INÚTIL
Estamos en tiempos de sobresaturación
de la información dentro del marco de una sociedad excesivamente veloz, envolvente,
donde lo efímero e insustancial priman sobre todas las cosas fundamentales y somos apenas una sombra en medio de implacables cadenas que nos avasallan...... Hoy la copia es
más importante que el original, las cosas sobrepasaron al hombre, la lentitud, la mirada fresca y la reflexión se extinguieron a merced de una sociedad de consumo voraz organizada fríamente por los caballeros de la mesa directiva, aquellos que manejan el poder, los de siempre. La pregunta del millón: quién los ha elegido, será que se vienen auto-nombrando.
La poesía, el arte, la inutilidad en todo su contexto, lo inapropiado, parecieran no tener
cabida en este mundo donde la mirada subjetiva y la esclerótica del hombre común y silvestre en su lucha por sobrevivir sin ataduras, resulta un combate inútil. No es posible vivir de acuerdo a las leyes simples de la naturaleza, integrado a la vida con el respeto de los ecosistemas en el basto universo, desde una perspectiva estética, por fuera de los llamados resultados. El individuo, el personaje anónimo, el ser en esencia, se ha extinguido, diluido, perdido entre la baratijas ficticias del capitalismo salvaje, dominado por las cosas
superfluas y ahogado entre la mercancía invasora que lo avasalla impunemente, sin posibilidad alguna.
He pensado que hay que
volver a leer poesía, meditar, caminar, mirar al cielo, importacular, sin ninguna pretensión, donde podamos abrazar al amigo sin el prurito de un interés. Estamos en el aniversario del
NADAISMO, su poesía y prosa, constituye
un antídoto a este mundo prostituido por tanta banalidad.
Me encontré con un grupo de
muchachos en Medellín Colombia,
dedicados a estudiar artes, los cuales me llenaron de esperanza. Ojala alguien viva en contravía en este mundo cargado de reglas. Ahora pienso que todo no está perdido.
Qué hace: Mirar al cielo marica.
Qué hace: Mirar al cielo marica.
Este es el año de Gonzalo Arango, EMPECEMOS POR SU VOZ
http://www.gonzaloarango.com/voz/index.html
Primer
Manifiesto Nadaísta
I
Definición
del Nadaísmo
El Nadaísmo, en un concepto
muy limitado, es una revolución en la forma y en el contenido del orden
espiritual imperante en Colombia. Para la juventud es un estado
esquizofrénico-consciente contra los estados pasivos del espíritu y la cultura.
Ustedes me preguntarán por
una definición más exacta. Yo no sabría decir lo que es, pues toda definición
implica un límite. Su contenido es muy vasto, es un estado del espíritu
revolucionario, y excede toda clase de previsiones y posibilidades.
¿Podrían decirme ustedes
qué es el Catolicismo?; o, ¿qué es el Marxismo?
—Que es la elección del
alma sobre sus fines superiores.
—Y que es la política para
fundar una sociedad universal sobre las bases de la felicidad humana y de
idénticas oportunidades económicas y espirituales para todos.
Esas respuestas son
parciales, incompletas, pues el Catolicismo y el Marxismo son eso, y todo lo
demás: un quehacer histórico del hombre que vierte su existencia sobre fines
ultraterrenos o terrestres, según recaiga su elección en la tierra o en el
cielo; una lucha de valores por conquistar una preeminencia en el más acá, o en
el más allá.
Nosotros no queremos
trabajar sobre lo definitivo. El Nadaísmo nace sin sistemas fijos y sin dogmas.
Es una libertad abierta a las posibilidades de la cultura colombiana, con un
mínimo de presupuestos de lucha que evolucionarán con el tiempo hacia una
estimación valorativa del hombre, una forma de belleza nueva, y una aspiración
sin idealismos románticos ni metafísicos hacia una sociedad evolucionada en el
orden cultural y artístico.
II
Concepto sobre el artista
Se ha considerado al
artista como un ser más cerca de los dioses que del hombre. A veces como un
símbolo que fluctúa entre la santidad o la locura.
Queremos reivindicar al
artista diciendo de él que es un hombre, un simple hombre que nada lo separa de
la condición humana común a los demás seres humanos. Y que sólo se distingue de
otros por virtud de su oficio y de los elementos específicos con que hace su
destino.
Afirmamos nuestra
incredulidad en el Genio. El artista no es ningún Genio. Él es un ser
privilegiado con ciertas cualidades excepcionales y misteriosas con que lo dotó
la naturaleza. En el artista hay satanismo, fuerzas extrañas de la biología, y
esfuerzos conscientes de creación mediante intuiciones emocionales o
experiencias de la Historia del pensamiento.
Situemos al artista en su
sitio devolviéndole su condición humana y terrestre, sin superioridades
abstractas sobre los demás hombres. Su destino es una simple elección o
vocación, bien irracional, o condicionada por un determinismo bio-psíquico
consciente, que recae sobre el mundo si es político; sobre la locura si es
poeta, o sobre la trascendencia si es místico.
III
El Nadaísmo y la poesía
Trataré de definir la
poesía como toda acción del espíritu completamente gratuita y desinteresada de
presupuestos éticos, sociales, políticos o racionales que se formulan los
hombres como programas de felicidad y de justicia.
Este ejercicio del espíritu
creador originado en las potencias sensibles, lo limito al campo de una
subjetividad pura, inútil, al acto solitario del Ser.
El ejercicio poético carece
de función social o moralizadora. Es un acto que se agota en sí mismo. Que al
producirse pierde su sentido, su trascendencia. La poesía es el acto más inútil
del espíritu creador. Jean Paul Sartre la definió como la elección del fracaso.
La poesía es, en esencia,
una aspiración de belleza solitaria. El más corruptor vicio onanista del
espíritu moderno.
Sin duda, queda una
posibilidad de belleza viril en la poesía colombiana, de belleza inútil y pura,
y ésta sólo puede ser el producto de la estética Nadaísta.
Y la poesía Nadaísta es la
libertad que desordena lo que ha organizado la razón, o sea, la creación
inversa del orden universal y de la Naturaleza.
La poesía es por primera
vez en Colombia una rebelión contra las leyes y las formas tradicionales,
contra los preceptos estéticos y escolásticos que se han venido disputando
infructuosamente la verdad y la definición de la belleza.
André Gide soñaba en “Los
nuevos alimentos terrestres” con un arte de las palabras que no tratara de
probar ni definir nada.
Tal adivinación sobre la
esencia de la poesía, materializa la fe creadora del mundo irracional y consciente
en la poesía Nadaísta, de la cual se excluye la polémica, la dialéctica, la
lógica, la retórica, el ritmo, la rima, la belleza clásica, el sentimiento, la
razón, para quedar reducida a la simple intuición de belleza purificada y
liberada de la satrapía de las entelequias y de las formas, y depurada en el
simple esquema, la honda víscera del irresponsable espíritu creador que produce
simultáneamente belleza Consciente-Inconsciente; Irracional-Conceptual;
Onírica-Despierta; o sea belleza pura-nata como un pecado original.
Belleza que es protesta y
desobediencia a todas las leyes Ético-Políticas-Estéticas-Socia les-Religiosas,
y es vértigo ante el peligro de lo prohibido. Porque ser poeta significa
aceptar esa pasión culpable y a la vez redentora derivada de la alegría que
produce la destrucción del Orden Universal. En cuya destrucción se purifica el
espíritu de todas sus resignaciones, conformismos divinos y revelados que traen
el mensaje de la perdición y esclavitud del espíritu.
Por la gran causa libre de
la poesía no es posible, ni lícito, ni permitido, hipotecarla en empresas
idealistas de orden social o político. Eso sería asignarle un legítimo carácter
bastardo a su género.
No se puede comprometer la
poesía asignándole responsabilidades espirituales o morales en el devenir del
hombre y de la Historia. De eso se encargaría la política, que es arte y
ciencia al mismo tiempo, implica aspiraciones de justicia y de felicidad, y es
síntesis de valores racionales.
Al surgir esta nueva forma
de belleza Nadaísta toca a su ocaso la belleza clásica; la belleza medida y
calculada; la belleza pulsada e inspirada; el pasatiempo de la belleza; la
enseñada por los profesores de retórica; la belleza del éxtasis celeste; la
belleza lírica; la belleza elegíaca; la belleza épica y pastoril; el truco
abominable de la belleza parnasiana; la que fabrican los poetas masivos y
mesiánicos..., pero sobre todo, la belleza que se hace con olor a mujer, esa
detestable traición a la belleza que es el romanticismo.
Secularmente la poesía
colombiana ha extraído su numen de las pestilencias o los perfumes del sexo
femenino, lo que significa una impureza y un impudor contra la castidad del
arte.
No más concubinato lírico
con las musas. Eso es pagar con monedas envilecidas el alto precio de la
belleza.
Como la poesía Nadaísta es
una revolución frente a la estética tradicional, eso implica el descubrimiento
de una nueva estética que abrirá todos los controles bajo los cuales ha
permanecido oculto un misterioso mundo poético: el mundo subconsciente que es
como el depósito general de un almacén del espíritu que provee las exigencias
de la conciencia reflexiva.
Esos materiales
irracionales son como basuras del espíritu moral, los reductos desechados por
el puritanismo burgués. Nosotros los Nadaístas vamos a recogerlos y a
consagrarlos como materia de arte, como yacimientos de riqueza inexplotada, con
los cuales vamos a elaborar una belleza pura, sin sometimientos a la dictadura
de la razón y a las prohibiciones de una retórica frígida.
La revolución Surrealista
de André Breton intentó esta aventura salvando a la poesía francesa del
fastidioso academicismo en que estaba detenida, creando bases para la expresión
de una estética libre de sujeciones y preceptos.
Breton definía esa elevada
misión reformadora del Surrealismo con la creencia en una “...realidad superior
de ciertas formas de asociaciones despreciadas hasta entonces, en el poder del
sueño, en el juego desinteresado del pensamiento...”.
Para identificar la poesía
Nadaísta será necesario que alternen en el poema la razón frígida de la
sensibilidad intuitiva, simultáneamente con la sensibilidad ardiente de la
Razón Pura deductiva.
Lo que no sea esto, será
bazofia bizantina, vergonzosos lastres de academicismo; artificio estéril de
retóricas decadentes; residuos lustrosos de estéticas insepultas pero ya
podridas; cadáveres de belleza disecada y conservada por el mal gusto, los
sentidos atrofiados, y una propensión del espíritu neutro y eunuco del hombre colombiano
para reaccionar positivamente, virilmente, ante los estímulos apremiantes de la
nueva belleza Nadaísta.
IV
El Nadaísmo y la prosa
Hemos entendido la misión
de la prosa como un instrumento expresivo al servicio de los conceptos. Su
función es analítica y dialéctica, sirve de cauce a la síntesis del
pensamiento.
De ella se sirven la
ciencia, la política, la filosofía, la historia, la literatura de tesis, la
economía, el derecho, y en general las ciencias experimentales y del espíritu.
Nuestra pregunta
inquietante es:
¿Qué haremos los Nadaístas
con la prosa y sus insospechados recursos de expresión?
Imposible contestar, pero
también eludir una respuesta.
En lo posible, la
utilización Nadaísta de la prosa consistirá en el empleo de los elementos
No-Racionales, No-Conceptuales, esos elementos indeterminados, difusos,
perdidos en el mundo sensible, no necesariamente poéticos, no necesariamente
intelectivos, que no son por no ser percibidos, pero que pueden ser intuidos,
que pasan psicológicamente por una invisible pero sentida línea equinoccial del
espíritu.
A esos elementos se les
asignarán funciones específicas, diferentes a las acostumbradas por el realismo
empírico, el racionalismo, y el logicismo académico.
En la prosa Nadaísta hay
que buscar contrastes tonos, de colores, de significados de expresión; los
mismos efectos que buscan las artes plásticas y la música para producir
sensaciones no contenidas en la realidad del mundo visible y de las formas.
La prosa no puede seguir
siendo un cuerpo de palabras organizadas en un conjunto racional y
comprensible. Hay que darle una desvertebración irracional.
Las exigencias rigurosas
del intelectualismo y el naturalismo nos han hecho olvidar de los símbolos en
donde radica el arte verdadero.
La realidad ya existe
inmodificablemente como creación. Esa realidad divina no nos interesa por su
carácter irrevocable y absoluto. La realidad humana, que es la tentación de la
libertad frente al mundo de lo posible, constituye la entrañable preocupación del
arte verdadero, ese arte enfrentado a la Realidad-Real que es la que descubre
el espíritu creador. Porque el arte es, en última instancia, lo No-Divino, lo
No-Real, o sea, lo que extrae el espíritu del mundo caótico de los elementos
dispersos en la Naturaleza.
No se trata de embarcarnos
en una polémica inútil sobre escuelas literarias para confrontar el simbolismo
con el realismo naturalista. La disputa sobre sus aciertos y desaciertos no nos
interesa, por ser una preceptiva de escuelas. Lo que nos inquieta es buscar una
definición aproximada sobre el sentido de un arte nuevo o las posibilidades de
crearlo.
No queremos buscarle
razones a la realidad, sino sinrazones.
En este sentido, la prosa
Nadaísta será la expresión de lo absurdo, de lo inverosímil. Aspiramos a
desvirtuar la realidad para hacerla participar de sus locas y absurdas
posibilidades, para recrear la realidad mediante la libertad absurda del
artista.
No abandonaremos ese mundo
que parece aparentemente tan irreal, pero cuya esencia es la realidad. No
abandonar ese mundo regido y dominado por un racionalismo soberbio que toda lo
quiere explicar, y lo explica ingenuamente con miserables conceptos que limitan
ese mundo a las palabras, sin sospechar que en el fondo misterioso de ese mundo
aparente, y más allá de las palabras, existen temblorosas posibilidades de Ser.
Esa sospecha ontológica denunciada por Mallarmé cuando dijo que:
Entre la espuma y el
infinito
hay pájaros ebrios de
existencia.
Nuestra misión con la prosa
es esa confrontación entre las realidades existentes acuñadas con los sellos de
la razón y del sentimiento, y de sus posibilidades absurdas. Por eso creemos en
la verdad de lo inverosímil y en la realidad de lo irreal. Explotaremos esos
elementos con un criterio nuevo y revolucionario: con el criterio Nadaísta. Que
consiste en descrestar lo creado. Oponer la libertad creadora del artista a la
de Dios. Y en esa confrontación entre la belleza humana y la Divina, conformar
un mundo a-Divino que también pudo ser posible.
V
El Nadaísmo: Principio de
Duda y de Verdad Nueva
Partimos de la base de que
la sociedad colombiana está urgida de una impostergable transformación en todos
sus órdenes espirituales.
Este concepto no es una
premisa ni una afirmación apriorística, sino un corolario derivado de la
experiencia concreta que vivimos.
En estos tiempos en que las
relaciones humanas son simuladas y acomodaticias a intereses jerárquicos y
subalternos; en que la vida del hombre colombiano es una mentira que se repite
para sí y con relación a los otros; en que la carta del ciudadano es un pacto
de conformismos y vergonzosas resignaciones, Descartes sigue vivo en nosotros
aportando sobre nuestro tiempo su luz magnífica.
Su gran principio de la
Duda constituye la mejor conquista del espíritu moderno contra los despojos de
la fe y de las consolaciones propuestas por los antiguos idealismos filosóficos
y las religiones.
Formidable su imagen del
mundo que no acepta como verdadero sino aquello que previamente se comprueba
con la experiencia. Apelamos a este principio de la Duda cartesiana, pues todo
conocimiento, toda verdad o toda dirección del hombre sobre sus fines empieza
con la duda.
En nuestro caso colombiano,
una imagen, una representación verdadera de nuestra situación espiritual, sólo
es posible si ponemos en duda y entre paréntesis esa imagen heredada que nos
legaron las anteriores generaciones, y que nosotros, nueva generación, no nos
hemos preocupado de preguntarnos si es legítima o bastarda, indestructible o
vulnerable.
El Nadaísmo, movimiento
revolucionario de una juventud que nada tiene que perder intelectual y
materialmente, hará a nombre de esta generación esa importante pregunta. Y en
lo posible responderá sobre la autenticidad o simulación de las verdades que
nos legaron como ciertas, y de las cuales, en esta crisis de la cultura
colombiana, empezamos a dudar y a considerar funestas para la evolución científica
y liberal de la cultura.
No es posible una fe en el
vacío, sin correr el riesgo de que esa fe se convierta en mala fe. Y si es
cierto que nosotros no tenemos nada que perder, pues esta sociedad no nos ha
ofrecido ninguna posibilidad de realizarnos independientemente sin la previa
sujeción a sus prejuicios y a sus dogmas, en cambio sí tenemos mucho que ganar:
el derecho a ser libres frente a la mentira que se nos propone, y por lo cual,
en el caso de aceptarla, la sociedad nos pagaría una halagadora remuneración en
títulos, en posiciones y en dinero.
Dentro del actual orden
cultural colombiano, toda verdad reconocida tradicionalmente como verdad, debe
ser negada como falsa, al menos en principio. Por ahora el único sentido de la
libertad intelectual, consiste en la negación. La aceptación sumisa o la
indiferencia pasiva significarían claudicación, resignación o cobardía.
Comprometerse en la rebelión y la protesta frente al orden establecido y las
jerarquías dominantes, tendrá el sentido de poner el ejercicio intelectual al
servicio de la justicia, la libertad y la dignidad del hombre.
Esta empresa del espíritu
revolucionario de los jóvenes intelectuales colombianos marginados por el poder
excluyente de las clases reaccionarias y burguesas, es ciertamente muy
ambiciosa, pero está lejos de tener el carácter de un idealismo romántico.
Las perspectivas iníciales
nos presentan un panorama difícil, casi impenetrable en la conciencia
colombiana, pues toda revolución nace con fines a la destrucción de los mitos y
los dogmas imperantes que impiden la objetivación de ese espíritu
revolucionario.
La lucha será desigual,
considerando el poder concentrado de que disponen nuestros enemigos: la
economía del país, las universidades, la religión, la prensa y demás vehículos
de expresión del pensamiento. Y además, la deprimente ignorancia del pueblo
colombiano y su reverente credulidad a los mitos que lo sumen en un lastimoso
oscurantismo regresivo a épocas medievales.
Ante empresa de tan grandes
proporciones, renunciamos a destruir el orden establecido. Somos impotentes. La
aspiración fundamental del Nadaísmo es desacreditar ese orden.
Este movimiento acaba de
nacer en medio de una generación frustrada, indiferente y solitaria, y en un
país de seculares conformismos espirituales. Es imposible exigir, y no lo
esperarnos que el Nadaísmo sea aceptado de inmediato. No nos ilusionamos con la
solidaridad hipotética de los intelectuales ya consagrados por una larga tarea
profesional admitida como “Sublime” por la ingenuidad del país, y por el mal
gusto de sus gentes. Rechazamos anticipadamente esa sospechosa solidaridad que
de todos modos no vendrá. Ellos saben que si se retractan de sus viejas
posiciones en la cultura, la sociedad que los alimenta les retiraría su
confianza y su favor, y los condenaría al anonimato y al desprecio. Por lo cual
prefieren seguir fabricando su obra abyecta observando los preceptos de la
corrección, del estilo, de las ideas y de las emociones de la burguesía,
conformando una cultura de Orden y de élites superiores.
Con cada verso, canto,
novela, cuento o crítica literaria, esos intelectuales están pagando a plazos
la hipoteca del pensamiento que comprometieron para defender los intereses y
los principios del Orden tradicional. Separarse una línea de esa conducta de
deudores del pasado, implicaría para ellos el peligro de ser juzgados como
traidores a la sociedad, la patria, la religión, la verdad y la belleza.
Ante tal soledad:
rechazados por las clases dirigentes, combatidos y perseguidos, y ante la
indiferencia complaciente y despectiva de nuestros intelectuales consagrados
incapaces de una varonil rectificación a nombre de la libertad del espíritu; y
mientras merecernos el respaldo de una juventud revolucionaria que ha vivido
marginada por falta de oportunidades y próxima a la frustración de sus grandes
poderes creadores, el Nadaísmo estará abierto a todos los inconformismos y
todas las irreverencias de tipo cultural, estético socia y religioso. Esos
inconformismos tendrán una amplia acogida en la revista Nada, órgano del
Movimiento Nadaísta.
Sin ser necesariamente
Nadaístas, esos inconformismos sirven los fines del Movimiento, pues fluctúan
entre el Nada-ismo y otras fuerzas revolucionarias indispensables y activas
contra los valores estratificados del Orden y la tradición.
Al pretender desacreditar
los dogmas de todo tipo, no podernos recaer nosotros en un nuevo dogmatismo: en
el dogma de la revolución Nadaísta. Queda, pues, abierto el camino de las
controversias.
El Nadaísmo no es, por lo
tanto, un sistema cerrado e incapaz de evolucionar hacia una cultura superior.
Por el hecho de nacer, implica que empieza a evolucionar y a cumplir hasta
donde sea posible sus fines propuestos. Declinará cuando esos fines den
nacimiento a una nueva cultura para después cerrar su ciclo Negativo Positivo.
Cesa el Nadaísmo para ser
lo otro, lo que vendrá. Ese nuevo espíritu no aparece estructurado en nuestras
previsiones con formas muy visibles, pero será de todos modos contrario al que
ataca la revolución Nadaísta.
Habremos fracasado si
nuestros principios no están dentro de las posibilidades inmediatas y concretas
de estos fines. Por muy difícil que se presente la realización de esta empresa
de descrédito, no desistiremos, pues nuestra confianza no radica en ninguna fe
que supere nuestras posibilidades vitales y concretas.
Porque vamos a trabajar
sobre la materia modelable del hombre colombiano y de la sociedad en que vive,
o mejor, de la sociedad en que sufre desespera, y en la que finalmente muere,
sin poder decir antes de eso, para qué le servía la vida.
VI
El Nadaísmo: Legítima
Revolución Colombiana
El movimiento Nadaísta no
es una imitación foránea de Escuelas Literarias o revoluciones estéticas
anteriores. No sigue modelos europeos. Él hunde sus raíces en el hombre, en la
sociedad y en la cultura colombiana.
Nuestros enemigos van a
condenarlo a priori, buscándole parentescos ilegítimos con movimientos
revolucionarios similares, por ejemplo en el surrealismo, el futurismo, el
nihilismo, el existencialismo etc.
Seguramente una revolución
se parece a otra en sus principios, en sus métodos y en sus fines, y se inspira
en sus causas semejantes que condicionan el insurgimiento de un espíritu nuevo,
sobre los despojos decadentes de viejas formas de Ser y de Cultura.
Van a condenarnos como
traidores a la “Realidad Histórica”, a lo “Autóctono”, a una estética
tradicional incorruptible, en nombre de los valores morales, para concluir que
no hay derecho de escribir y de pensar de una manera Nadaísta, pues eso no
corresponde al medio ni a la época.
Por oposición a eso,
exhibirán los representantes del Orden una América Virgen, inconquistada
culturalmente, pletórica de belleza natural, de mitos ancestrales, de praderas
salvajes donde los caciques indios cabalgan sobre el lomo de los leopardos, de
ríos de plata bajo el sol naciente, de culturas precolombinas, del original
hombre americano, del limo americano.
Y que esta problemática
específica del Nuevo Mundo, este realismo histórico y sociológico debe
conformar y estructurar nuestra ideología y nuestra estética. Nos exigirán
“escribir y pensar a lo americano”, y calificarán el Nadaísmo como una postura,
o mejor, como una impostura.
Los excesos de la
naturaleza americana, su esplendor, su mágica belleza original, la lírica
enajenación del paisaje, sus atributos externos no nos interesan como materia
de arte. Nos importa ante todo la problemática del hombre colombiano, su
situación espiritual. No el decorado ni los escenarios donde se realiza su
drama.
Convenimos en que América
es un continente nuevo. Aún-no se han cumplido los cinco siglos de su
descubrimiento. Comparativamente con la juventud de América, sobre Europa
gravita una cultura milenaria, la que Oswaldo Spengler denomina “Decadencia de
Occidente”. Nosotros no hemos llegado aún a la edad de la razón que dan las
culturas evolucionadas. Estamos en la edad del éxtasis y de la contemplación
frente a la belleza Eterna de la Naturaleza, la belleza divina.
Nuestro nacimiento como
cultura es un aborto engendrado por la “Madre España”, madre de todos los
idealismos bastardos de Europa: catolicismo, feudalismo, monarquía. Ese legado
espiritual nos trajeron las carabelas de los conquistadores: una religión que
conforma una mentalidad dogmática, oscurantista, refractaria a las libertades
del espíritu, y que encadena al hombre a la ignorancia y a los temores
supersticiosos de los idealismos trascendentes. Y un idioma sin cultura
universal, pues el “Siglo de Oro” español, máxima empresa del espíritu ibérico,
produjo una literatura al servicio de la religión y de la nobleza.
Por otra parte, el
feudalismo y los subproductos modernos de la nobleza siguen vigentes entre
nosotros, en forma de sistemas económicos de explotación y abismales
diferencias de clase, con la sola diferencia de que en la nueva democracia se
han cambiado los sistemas de opresión: el látigo por el salario, el Conde por
el conductor, el Siervo se llama hoy obrero; el arzobispo se sigue llamando
Arzobispo, y el Terrateniente conserva su nombre y sus latifundios.
Todo eso que reconocemos
como la herencia de la Hispanidad pesa como un lastre sobre nuestra sociedad,
impidiendo una evolución de la cultura en relación directa con la evolución
científica del mundo moderno.
Seguimos anclados
espiritualmente en la Edad Media. Y el hombre colombiano vive, por culpa de la
educación, acomodándose a sistemas retrospectivos, ahogándose en el mito de la
Hispanidad, en los sistemas educacionales de tipo medieval, confesional, con
limitadas y esporádicas variaciones liberales y racionalistas...
Al renegar de la herencia
hispánica, rectificamos el viejo criterio americanista de que un pueblo es
joven en virtud de sus paisajes. Lo es en razón de sus ideas y de su evolución
espiritual. La decrepitud no es un concepto de la vejez del mundo físico, sino
la caducidad del espíritu resignado, incapaz de evolucionar hacia nuevas formas
de vida y de cultura.
América es vieja desde su
nacimiento. Por culpa de sus descubridores y su herencia, su nacimiento
significó para la Historia una especie de muerte. O más exactamente, un aborto
imperfecto para la vida. En tal forma que ella no ha nacido culturalmente por
su cuenta, nutriéndose como se nutre de una vejez cansada y esterilizante
transmitida por el cordón umbilical de su idioma y de sus creencias.
Ante el dilema de ser o de
no ser, de elegir una cultura por separado con sentido universal, ¿qué
significa para la cultura de América tallar sapos, revivir mitos, incrementar
las supersticiones, retener el tiempo olvidado, la prehistoria, si aún no
cuenta ni determina nada su cultura en el devenir de las ideas contemporáneas?
Detenerse en el pasado con
un asombro contemplativo, evidencia el complejo de América ante un mundo
evolucionado que decide su destino y su supervivencia histórica y biológica,
mediante las actuales revoluciones sociales y conquistas científicas del
espacio que se disputan el predominio político de la Tierra.
América no puede anclarse
en lo regional, en lo folclórico, en la tradición mítica. Eso sería un aspecto
de su desarrollo intelectual y artístico pero no puede decidir su destino y su
Historia sobre estas formas inferiores de su desarrollo. América debe superar
el complejo de su infantilismo espiritual. De otra manera nos quedaríamos en la
Edad de la Rana y la Laguna, en tanto que la técnica científica ha fijado estrellas
en el espacio cósmico.
Ningún pueblo, ni ningún
continente viejo o nuevo puede elegir su destino por separado. La más leve onda
del mar de la Historia contemporánea agita con su movimiento el porvenir de los
pueblos, y decide su suerte o su desgracia.
Una cultura solitaria,
desvinculada de los intereses universales, es imposible concebir. Nadie puede
evadirse ni eludir el papel que representa en el mundo moderno. Todo se
relaciona de una manera profunda en esta época en que el simple hombre encarna una
misión en la Historia: su acción o su indiferencia implican una conducta de
inmensas responsabilidades éticas, y al aceptarla o negarla, se salva o se
condena.
Ya no podemos aceptar como
sentido moral de la existencia, aquel pensamiento agonista de Kierkegaard: “Sea
como sea el mundo, yo me quedo con una naturalidad original que no pienso
cambiar en aras del bienestar del mundo”.
VII
Impostura de la educación
colombiana
Podemos responsabilizar de
nuestro atraso cultural y de la mediocridad espiritual que vive el país a los
sistemas educacionales que rigen en Colombia: educación dogmática regida por
principios confesionales y escolásticos.
Tanto la Iglesia Católica
como el Estado Ortodoxo han prohibido el libre examen y la libre investigación,
decretando una rígida censura inquisitorial a las ideas modernas. En ello
evidencian el complejo ante una educación liberal racionalista, abierta a todas
las investigaciones. Pero esto traería, naturalmente, funestas consecuencias
para la estabilidad del orden social.
La educación colombiana
sufre cíclicamente los recortes de ciertas teorías políticas, económicas,
sociales y artísticas que se debaten en la cultura moderna. Determinados
autores y determinadas doctrinas no se estudian ni se analizan a mero título de
discusión, así sea para demostrar la falsedad de esas ideas. Basta no
enseñarlas para que los estudiantes las ignoren. Esta es la mala fe de nuestro
sistema educativo que engaña al estudiante y lo defrauda en su ánimo
investigativo: se le cierra el camino.
A cambio de esa educación
oficial dirigida por la Iglesia y el partido de gobierno, se ofrece una
enseñanza elaborada, limitada, con intereses específicos sobre la cultura.
De otro lado, el criterio
dogmático inquisitorial que rige en las bibliotecas públicas y universitarias,
es un reflejo de la educación medieval que recibimos. Es inconcebible que
existan bibliotecas con secciones denominadas “El Infierno”, donde se aíslan
los libros más fundamentales para la investigación cultural y científica. Esos
libros son negados y prohibidos a estudiantes, por temor a que sus ideas “les
pierdan el alma”.
También en las bibliotecas
públicas deben seleccionarse los libros de lectura con un criterio ortodoxo y
confesional, con la censura previa de la Curia que dice en última instancia
cuáles son los libros de “sana moral” que no tengan “ideas corruptoras que
envenenen a la juventud”.
O sea, que se está educando
a la juventud colombiana con los mismos sistemas oscurantistas e
inquisitoriales de la Edad Media. Esta educación está privada de las
posibilidades de conocer la verdad. Es un fracaso. Una disciplina de
simulación. De intereses prefabricados para conformar al hombre colombiano de
acuerdo con los conceptos imperantes.
Trágicas consecuencias
individuales y sociales trae consigo la educación elaborada de antemano,
seleccionada. Cuando el individuo reacciona ante la presión educativa y se
aventura en la libre investigación para conocer como verdadero aquello que
comprueba con su experiencia directa, entonces surgen las contradicciones, la
confusión, la desesperación del espíritu que no encuentra su camino, ni su
objetivo, ni sus fines éticos.
Todos los idealismos se
derrumban, y con ellos, esas esperanzas ingenuas que se pusieron sobre el
mundo, sobre la vida, sobre la cultura y sobre la trascendencia. El hombre
colombiano, en la mitad de su torpe y oscuro camino, se extravía en el más
desolador escepticismo, por culpa de los sistemas educacionales esclavizantes y
tiránicos.
A partir de ese
desconcierto surge la claudicación o el abandono, dos maneras, de cometer el
suicidio moral o intelectual. Claudicación por negarse a aceptar una cultura
elaborada con sofismas de distracción; y abandono de toda esperanza, de la
lucha, del dinamismo que se apaga y se repliega en una angustia solitaria e
infecunda.
No tiene más alternativa
que claudicar de los estudios en una decisión sublevada contra la cultura de
simulación que se le ofrece, o adaptarse a los estrechos moldes del conformismo
espiritual de esa cultura.
Lo que demuestra que
cualquiera sea su elección, el estudiante colombiano elige siempre un fracaso.
VIII
El Nadaísmo es una
posición, no una metafísica
Hemos renunciado a la
esperanza de trascender bajo las promesas de cualquier religión o idealismo
filosófico. Nos basta la experiencia concreta, inmediata en lo infinitamente
ilimitada en posibilidades y valores que ella encierra.
Para nosotros los
Nadaístas, éste es el mundo y éste es el hombre. Otras hermenéuticas sobre
estas verdades evidentes, carecen de sentido “humano”: Las abstracciones y las
entelequias sobre el Ser del hombre, caen en el dominio de la especulación pura
y del simbolismo metafísico, producto natural del anhelo del hombre por
trascender su entidad concreta, y fijarla en una forma ideal, más allá de todo
límite espacial y temporal. Este anhelo corresponde a su naturaleza idealista y
poética que quiere cristalizar la esencia del Ser en lo absoluto, en lo Eterno.
Proponer esa ilusión para después de la muerte es la misión de las religiones.
Nosotros creemos que el
destino del hombre es terrestre y temporal, se realiza en planos concretos, y
solo un dinamismo creador sobre la materia del mundo da la medida de su misión
espiritual, fijando su pensamiento en la Historia de la cultura humana.
El hombre es lo Absoluto en
la medida casual no necesaria entre el accidente de su principio y de su fin.
Este criterio excluye toda posibilidad de trascendencia. El hombre elige sobre
sus posibilidades inmediatas esta tierra: la inmanencia.
El Movimiento Nadaísta es
una posición temporal ante el devenir del orden espiritual imperante en
Colombia. Por lo tanto no es una filosofía ni una metafísica. La especulación
pura nos conduciría a la formación de una imagen del mundo, que en lugar de
unir el destino individual al destino histórico del hombre, establece frente a
él una lejanía, una separación fundamental...
La metafísica es una
investigación sobre la muerte y sobre las posibilidades trascendentes de la
existencia. O mejor dicho, es una evasión del Ser hacia el mismo Ser que se
conoce. Es por eso la creación de un mundo para sí, completamente ajeno al
devenir histórico que es terreno privativo de la política, que significa
compartir el Mundo con los Otros.
Por consiguiente, la única
“utilidad” de la metafísica es el pensar sobre la muerte, porque el pensar
sobre la vida es, precisamente, la política.
Por su carácter esencial
sobre ideas irreductibles a la vida, la especulación pura no nos interesa como
aspiración de trascendencia. Pues nunca esa imagen del mundo que resulta del
ejercicio metafísico conduce a soluciones sociales y terrestres de justicia,
perfección o felicidad humana. Por el contrario, su consecuencia es la
desesperación y el desorden, y en ello se evidencia un fracaso que nos descubre
dos cosas:
Nuestra impotencia para
conocer lo Absoluto —vocación satánica del espíritu prometeico— y nuestro
desamparo ante la muerte. De cuya encrucijada dramática surge esta verdad: la
existencia como un fracaso del hombre ante Dios.
En este plano de soledad,
el hombre adquiere su trágica medida, fruto desesperado del conocimiento. Pero
esta desesperación es gratuita, a priori, por esta razón: la muerte es una
cuestión pura, una abstracción, pues no es real como experiencia de los vivos,
debido a su carácter de elemento ideal de conocimiento.
Por eso creemos que el
camino hacia la trascendencia empieza con una atracción a la vida, o de todos
modos con una renuncia. El ser concreto se desplaza con su inquietud metafísica
hacia el No Ser. El sentimentalismo del hombre inseguro de sí mismo, lo hace
refugiar en la consolación de los mitos que crean para su temor el idealismo o
la religión, con soluciones hipotéticas para responder al interrogante
misterioso que abre la muerte.
Transmutan lo inmediato, la
inmanencia, a cambio de la posibilidad que fundamenta el anhelo humano de
trascender, por el miedo de que todo termine aquí, en el Más Acá. Para algunos,
es la religión lo que señala este refugio. Para otros, es una filosofía de la
desesperación que propone un idealismo romántico consistente en una
transmutación de valores del espíritu y la cultura para que trasciendan en
alguna forma o fuerza indestructible después de la muerte: una especie de
reencarnación sin cuerpo, inmaterial pero entitativa, pues no aceptan que la
existencia vivida como una función superior del espíritu, se derrumbe
miserablemente con el accidente de la muerte, a manera de un recipiente viejo y
gastado que se consumió en la acumulación de esas fuerzas.
Estas son actitudes
religiosas y espiritualistas.
El Nadaísmo desplaza sus
preocupaciones metafísicas y antropológicas hacia una concepción del hombre
social enmarcado dentro de la inmanencia. Su ética será por eso una ética para
la tierra para la Historia, para la existencia en sí.
IX
Prohibido suicidarse
A pesar de todo, no vamos a
matarnos. El Nadaísmo es un vitalismo que limita para este tiempo y para este
mundo todas nuestras posibilidades de fijación histórica. Sólo se vive una vez,
y sólo una vez se muere. La existencia es un gran acontecimiento. No vamos a
negarla. Esta no es una filosofía de la desesperación ni de la muerte, sino una
conducta de la vida.
Franz Kafka aconsejaba para
una ética de la existencia: “No desesperes, ni siquiera por el hecho de que no
desesperas. Cuando todo parece terminado, surgen nuevas fuerzas. Esto significa
que vives”.
La idea del suicidio es
algo que no ajusta dentro de nuestros sentimientos morales —no religiosos—,
sino más bien de esa moral que inspira la naturaleza a la que somos fieles por
convicción filosófica, por devoción a ese mínimo de posibilidades y
complacencias a que tiene derecho todo hombre por el hecho de serlo.
Todos los días renovamos
esta fe sobre los despojos de las viejas creencias que nos hacían estimar la
vida por otros conceptos: el del temor al infierno, la obediencia a las leyes
divinas, el sentimiento de culpabilidad congénito al hombre por el pecado
original.
Pero al consultar uno sus
recursos para defenderse de tanto veneno sofístico que enajena la conciencia,
está la hermosa ley de la naturaleza en la que nos hemos confiado. Pienso,
pues, que la ventana de mi cuarto está demasiado alta, y eso despeja los
temores y las dudas en lo que se refiere a mi voluntad de vivir. Porque el
miedo de mi libertad es, en última instancia, miedo al vacío.
El Nadaísmo rechaza dentro
de su sistema de valores el suicidio, por considerarlo como un atentado contra
la integridad del Ser, el acto negativo de la existencia.
Ninguna desesperación por
muy extrema que sea, ningún temor de terminar aquí, ningún vencimiento moral o
material lo justifica. El hecho de vivir es superior infinitamente a cualquier
fracaso, pues en ese fracaso sólo termina una posibilidad, en tanto que la vida
es la aceptación permanente de posibilidades infinitas.
X
Hacia una nueva ética
Aspiramos, como
posibilidad, a que el Escritor Nadaísta sea un Escritor-Delincuente. O mejor,
que la estética y la ética jueguen en el mundo de su elección como valores
correlativos y complementarios. En tal forma que al elegir la belleza pueda
elegir también el crimen, sin que en estos dos actos haya contradicción ni
posibilidad de que el artista pueda ser juzgado o condenado con las leyes
prohibitivas de una moral externa y Universal.
Su pasión por la belleza
puede conducirlo a su pasión por el delito, sin coacciones ni vestigios de
remordimientos. No se trata de postular un sistema de valores para criminales vulgares,
ni para los viejos protegidos de la retórica y de la belleza clásica. Esta es
una ética para los Nadaístas quienes se elevarán siempre sobre los
remordimientos y sobre los pecados ordinarios que estamos obligados a
despreciar. Para nosotros no existen los muros coercitivos del código penal que
oponen a la libertad del artista un mundo de respetos y prohibiciones
burguesas.
Reclamamos para nosotros el
privilegio de los delitos extraordinarios, aquellos que no están contemplados
en el formulismo legal. Algún día seremos juzgados, si es que vamos a pecar,
por los códigos de la nueva ética Nadaísta.
VI
La soledad y la libertad
Sera necesario hablar sobre
la soledad del artista y sobre sus orígenes.
Nos quejamos,
frecuentemente, de que los artistas somos unos tipos tristes y solitarios. En
esta queja el artista formula una debilidad de su naturaleza sensitiva, y apela
a la compasión del mundo. Pues se siente incomprendido, sacrificado, quemado en
el fuego de su pasión creadora, reducido a crear la belleza entre muros
inexpugnables de soledad.
He allí el origen de su
mal. Su elección culpable. Él mismo elige la soledad en medio de los hombres.
Se siente un símbolo que supera la condici6n humana; se determina
voluntaria-mente como una abstracción; asume distancias y perspectivas sobre el
mundo concreto que identifica con la vulgaridad, la miseria, el cretinismo, lo
popular, y se eleva sobre las estulticias de ese mundo “infrahumano”, en un
impulso purificador hacia lo alto en el que deja de sentir la gravitación de la
tierra, para fabricar su mensaje incorruptible en el cielo de las esencias
puras y liberadas.
Al lograr esta liberación
mediante un espejismo de valores, el artista se constituye en el arquetipo de
la perfección, en un mortal entre los dioses, o si se prefiere, en un dios
entre los mortales. Diviniza su naturaleza humana deseoso de hacerla participar
en la santidad y el heroísmo, tipos abstractos de perfección y de grandeza.
Esta elección de sí mismo,
en que el artista se prefiere y se elige contra el mundo y por encima del
mundo, lo conduce inexorablemente a un destino de soledad perpetua.
La sociedad burguesa y
capitalista ha sido prodiga en la cosecha de esos monstruos platónicos y solitarios.
Esta soledad equivale en el
piano de las relaciones humanas a la inmanencia. El artista solo tiene una
forma de salvarse, de eludir esa soledad, trascendiendo mediante la libertad,
fijando en el mundo inmediato sus raíces existenciales y sus compromisos.
Porque nadie puede sentirse
solo si tiene ante sí la presencia de otro hombre que pisa la misma tierra, con
un destino más o menos común ante la vida y ante la muerte. La soledad es, de
tal manera, un espejismo, un imposible metafísico. Apenas podemos concebir una
soledad del hombre ante Dios, pero esta búsqueda de Dios tiende un puente que
parte del anhelo humano de cristalizar una trascendencia en lo Divino, y que
debe terminar en la orilla extrema, en la que sorpresivamente el hombre se
encuentra con su propia imagen. En el fracaso ante Dios, el hombre se encuentra
a sí mismo en el descubrimiento de esa trágica y exaltadora verdad de su
condición humana de ser un hombre, un simple hombre entre los mortales. A
partir de entonces, la tierra que desprecio es exaltada como su paraíso, y los
puentes se tienden, no ya sobre la aventura del vacío, como obras de ingeniería
metafísica, sino sobre los planos concretos de una moral que parte del hombre y
que termina en el hombre.
En esta forma quedan
destruidos los falsos cimientos de la soledad, y la misma muerte aparece como
un acto compartido, cuando la vida que la precede ha sido una proyección de
valores espirituales en la Historia.
La condición espiritual del
artista afronta los peligros de esa doble tentación solitaria que hunde sus
raíces en la búsqueda de valores trascendentes, y en la propia creación de la
belleza. La aspiración de una falsa belleza inhumana lo traiciona. Elude al
hombre y sus compromisos con él, por el temor de enturbiar en su contacto el
producto incorruptible de la belleza “ideal”. En su acto onanista, le niega al
hombre las posibilidades voluptuosas de participar en su creación. En esta
negación, su soledad brota como un fruto. Y sin embargo, es a los mismos
hombres a quienes apela para confesar su soledad, y reclamar de ellos una
piedad para su genio. En este drama es el único actor, y hace a la vez el papel
dramático de la víctima y el irrisorio del verdugo.
Al separarse el artista del
hombre, este se aleja de aquel. Pero el hombre no es aquí un sacrificado, sino
apenas un espectador conmovido por la tragedia del artista. Él está allí,
callado, abierto como una posibilidad salvadora, esperando el llamado del
artista, que solo tiene para salvarse esa posibilidad trascendente. Al llegar
al hombre por el camino de su libertad comprometida en su destino, su soledad
se rompería, como quebrada por un golpe.
El artista podría perderse
si se negara esa posibilidad, Si no da ese paso hacia su propia liberación.
Pues la soledad como sistema de vida y base de valoración de los actos humanos,
crea un drama peligroso para el artista: el drama de la Conciencia-Límite.
Porque en esta Conciencia-Límite no hay nada ni nadie, no están los Otros para
uno saber que se ha elegido libremente frente a ellos. No pasaría de ser un
acto gratuito en el vacío, el espejismo engañoso de una libertad aparente. Y en
este fracaso de la libertad, el artista se hunde en sí mismo, y con él, el
mundo movedizo que lo sostiene.
La autentica libertad
intelectual se da, pues, como superación de una resistencia humana que se le
opone como su posibilidad de negarla o afirmarla. De ninguna manera puede darse
con referencia a la nada o a lo absoluto que determinan su negación.
La libertad es, en
síntesis, un acto que se compromete. No es un sentimiento, ni una idea, ni una
pasión. Es un acto vertido en el mundo de la Historia. Es, en esencia, la
negación de la soledad.
El artista solitario no
debe pedir piedad al mundo que traiciona. En lugar de esa cobardía, debe
elegirse un hombre y un artista comprometido, si quiere dar el salto sobre la
soledad que lo destruye. Ese salto sólo puede darse para caer de pie en el
mundo del hombre, en el propio corazón de su esencia. No puede darse sobre el
hombre por el peligro de eludir ciertas leyes de gravedad del espíritu, que
podrían lanzarnos con una fuerza inhumana y misteriosa a la seducción de lo
angélico.
XII
El Nadaísmo y los Cocacolos
Estoy de acuerdo con los
“Cocacolos” en esta verdad que yo descubro en su adorable conducta instintiva.
No hay que aceptar al mundo como es, sino como uno quiere que sea.
¿Qué generación es esa tan
importante para que este destinada a ser la generación del Nadaísmo?
Trataré de dar una
definición aproximada de la personalidad que conforma y distingue a un
Cocacolo:
Es un tipo adónico que no
ha llegado a la edad de la razón, en el sentido en que no ha aceptado la vida
como un acontecimiento serio, con deberes, responsabilidades y compromisos.
Siente hondamente la pasión
de vivir. Es una existencia vacía de ideales, más cerca de las emociones que de
la reflexión.
Cambió, en un excelente
negocio, la metafísica y el cielo por el deporte y el baile; las iglesias por
los estadios olímpicos; la biblioteca por la cancha de tenis; las aulas
académicas por el cinematógrafo. Se cuida más de su apariencia ex-tema que de
la vida interior.
No le importa el camino
ascético que conduce a la perfección del Alma. En lugar del arduo sendero de la
virtud eligió la satisfacción de los instintos naturales.
Para él no significa nada
la frase tonta de Sócrates: “Conócete a ti mismo”.
La muerte no es para él una
puerta que abre posibilidades trascendentes, sino un lúgubre renunciamiento al
baile, los besos, la embriaguez, las luminosas chaquetas Mc Gregor, la última
moda, el viaje a la Luna, el triunfo de los bolcheviques.
Perfumado, seductor, sufre
el éxtasis del bolero, y siente la fascinación voluptuosa del rock and roll.
Capaz de todos los excesos
brutales y de renunciamientos generosos.
Ingenuamente identifica el
bien y el mal, el vértigo de la muerte heroica y de la muerte estúpida.
Es indistintamente alegre
al soñar que al despertarse. Carece de ideales concretos. No tiene rumbos, ni
objetivos, ni dirección. Vive extraviado en el presente. No trasciende bajo
normas espirituales.
Para él, la vida es lo
inmediato: un pasar, un dejar, un estar. No tiene destino ni proyección. No va
hacia ninguna parte, no viene de ninguna otra. Se detiene en el éxtasis sensual
y la vida ociosa.
No tiene respuesta para
ninguna pregunta. Pero no se pregunta nada. No se conturba con la idea del
Pecado Original ni con las hipótesis científicas de Darwin o los Creacionistas
sobre el origen del hombre.
No le importan las causas
primeras ni los fines ulteriores de la existencia.
Le interesan más las sensaciones
que los significados. Se desmaya en los instantes de la ternura. No resiste la
crudeza de la vida erótica.
Depende en tal forma de sus
padres en lo económico y en lo espiritual, que ha terminado por enamorarse de
ellos, contrayendo el complejo de Edipo (los jóvenes), y de Electra (las
jóvenes).
Pero se ha edificado contra
el puritanismo familiar su propia moral hedonista.
Su ideal intelectual es ser
librepensador, pero no tiene pensamientos libres, ni de los otros.
Le gusta ser comunista y
existencialista para desobedecer a sus padres, y para que sus amigos piensen
que es un inconformista y un revolucionario.
En la posibilidad de elegir
su fórmula de amor, eligiría el amor libre.
Es sano y sensual,
romántico de una manera apasionada. Es libertino en las fondas sociales y
mundanas, pero casto en el fondo de su corazón.
No tiene dudas. Desconoce
los abismos del sufrimiento y de la miseria. No se decepciona porque nada
espera.
Hace revoluciones heroicas
y a la hora de la victoria renuncia a sus conquistas y pacta con el conformismo
y la mediocridad de sus enemigos.
El Cocacolo es eso.
Pertenece a una generación innominada que irrumpe como una claridad al fin de
la larga noche de la burguesía colonial.
Nace mientras agoniza una
sociedad decadente que se derrumba estrepitosamente con sus ídolos, sus
adoraciones, sus mitos estéticos y políticos y la ingenua fe de sus mayores.
Ante esa catástrofe social,
ante esa desintegración de la estructura del viejo orden burgués, esta
generación sigue sin decidirse, temerosa de entrar en la Historia, de ser una
generación histórica.
Esta generación de jóvenes
eunucos mentales sólo tiene un camino para asumir su propia conciencia
histórica: ¡Ser la Generación Nadaísta!
Por hoy nadie cree en
ellos, pero lo que es injustificado: ellos mismos no creen en sí. Sus viejos
tutores y Maestros los vienen engañando con su despotismo intelectual y sus
intransigencias morales. Sus conductores espirituales les han ocultado su poder,
su inteligencia natural, su gran corazón inmaculado.
Relegados al olvido y a la
impotencia, victimas del desprecio, subestimados en sus grandes posibilidades,
ellos se han refugiado en un estéril conformismo, inconmovibles a las ideas, a
la belleza y a los valores éticos.
Porque ellos saben, como
por un iluminado presentimiento de intuición salvadora, que su camino esta mas
allá de esa moral, de esos idealismos y de la falsa belleza que les proponen
los que llegan melancólicamente al crepúsculo de la vida, sin más herencia para
legar que su propio fracaso.
Hostiles a la aceptación de
esa herencia que nos disimulan con un orden de valores aparentemente estables,
la generación de los Cocacolos ha renunciado al bien, a la virtud, al orden y a
la belleza, porque sabe que esos valores representan unos idealismos bastardos
y anacrónicos que exigen la renuncia a la libertad, al mundo y a la pasión de
vivir.
Podría decirse que esta
generación está hipotecada al silencio, esperando su primera oportunidad para
romper las ataduras de la tradición, y lanzarse explosivamente a la gran
aventura de su libertad.
Sus últimos 15 años fueron
años de ausencias y conformismos. Pero no es enteramente su culpa. La sociedad
les teme y los controla con sus catecismos, sus leyes coercitivas, su moral
puritana.
La educación, la familia,
la religión, la política vienen cumpliendo esa función inquisitorial y sedante
sobre el espíritu casi inerme de la juventud, logrando tan desastrosamente sus
fines de opresión, que esa juventud se ha postrado en forma ingenuamente ante
falsos ídolos y fetichismos, aclimatada en la inacción y la indiferencia, corno
discípulos leales de la filosofía del respeto.
La generación de los
Cocacolos ha nacido y crecido en tiempos difíciles en que no han sido posibles
ninguna fe verdadera, ninguna revolución salvadora, porque la sociedad no ha
permitido ninguna fe ni revolución en su nombre, sino contra ella.
Tal es el origen insurgente
del Nadaísmo. Porque la juventud ha sido testigo del oprobio de tiranas políticas,
familiares y educativas, limitada por una moral uniforme que sacrifica sus
jerarquías intelectuales y revolucionarias.
Un día se sacudió —el 10 de
mayo—, incapaz de resistir más abominaciones, y demostró su pasión por ciertos
ideales para tener conciencia de su dignidad de seres libres y de su gran poder
de decisión histórica.
Ese día aportó su sangre y
el sentido heroico del sacrificio para derrumbar una tiranía castrense que al
fin de cuentas fue una vergüenza que defraudo la fe de los colombianos y cubrió
de ignominia la libertad y la cultura.
Esa sacudida de los
Cocacolos hizo temblar de la raíz a la altura el engranaje blindado del
gobierno militar que postergaba para nunca la necesidad de una revolución
económica y espiritual que nunca llegó, y que sigue siendo impostergable.
Ese día se hizo respetable
y admirable para el país. Pero constituyo, después de todo, un salto en el
vacío, en el que nada ganó históricamente como generación.
Por lo menos le quedó el
prestigio de su valor, el eminente peligro que implica para el orden actual.
Los Cocacolos forman por eso una generación que yo llamo desde ahora: La
Generación de la Amenaza. Vamos a asumir ese título y a responder por él. En el
desplazamiento cíclico y evolutivo de la Historia, ella no representa sino una
generación biológica.
El Nadaísmo le formula su
camino.
¿Podrá ser una generación
histórica?
Eso depende de su elección.
Y su única posibilidad de salvarse es eligiendo el Nadaísmo como destino
espiritual y misión revolucionaria, al aceptar la rebelión permanente y la
pasión destructora como sistema de acción, de ideas y de vida.
Su alternativa es esta:
Aceptar el Nadaísmo para
salvarse, o rechazarlo para suicidarse históricamente. Los Cocacolos deben
elegir.
Pero que cada cual asuma la
responsabilidad y los riesgos de su elección por su propia cuenta, sin el
consejo de sus padres, de sus confesores y de sus Maestros. Ellos enajenarían
de sofismas su libertad y su conciencia.
XIII
No dejaremos una fe
intacta, ni un ídolo en su sitio
La sociedad colombiana
necesita esta revolución Nadaísta. Destruir un orden es por lo menos tan
difícil como crearlo. Aspiramos a desacreditar el ya existente por la
imposibilidad de hacer las dos cosas, o sea, la destrucción del orden
establecido y la creación de uno nuevo.
No disponemos de recursos
económicos ni elementos humanos para realizar semejante empresa transformadora.
Al intentar este Movimiento Revolucionario, cumplimos esa misión de la vida que
se renueva cíclicamente, y que es, en síntesis, luchar por liberar al espíritu
de la resignación y defender de lo inestable la permanencia de ciertas
adoraciones.
En esta sociedad en que “la
mentira está convertida en orden”, no hay nadie sobre quien triunfar, sino
sobre uno mismo. Y luchar contra los otros significa enseñarles a triunfar
sobre ellos mismos.
Al proponer a la juventud
colombiana este Movimiento para que se comprometa en una lucha revolucionaria
contra el actual orden espiritual y cultural del país, yo sacrifico, tanto como
ella, lo que esa sociedad podría ofrecernos a cambio de nuestro silencio.
En la alternativa de
claudicar para merecer los honores y las recompensas de la sociedad cuya
mentira vamos a combatir o de renunciar a eso para quedarnos en el martirio,
elegimos el martirio como una vocación, como el acto más puro y desinteresado
de nuestra libertad intelectual.
Aceptada esta decisión, la
misión es esta:
No dejar una fe intacta, ni
un ídolo en su sitio. Todo lo que está consagrado como adorable por el orden
imperante en Colombia, será examinado y revisado. Se conservado solamente lo
que este orientado hacia la revolución y que fundamente, por su consistencia
indestructible, los cimientos de la sociedad nueva.
Lo demás será removido y
destruido.
¿Hasta dónde llegaremos? El
fin no importa, desde el punto de vista de la lucha. Porque no llegar es
también el cumplimiento de un Destino.
GONZALOARANGO
Gonzalo arango
2 comentarios:
En mi comentario dos cosas:
1) Encontrar una escuela de arte en donde la juventud hace manifestación de su conocimiento y lo aplica bien, es extraordinario; y aunque nuestras edades ya rayan por encima de los 50, nadie nos puede endilgar que esos amigos son para el morbo, no, sino para estimular la creación artística. No importa las críticas descompuestas.
2) El Nadaismo, podría haber sido una gran escuela, pero su pilar principal viajó a otros lares y los que quedaron, no tuvieron el impulso para continuar con esa escuela. ¡Lástima!. En el capítulo XII de su manifiesto creador, está definido lo que es el Nadadismo: "el mundo hay que aceptarlo como es y no como quisieramos que fuera". En el Libro I de Conversaciones con Dios de Neale Donald Walsch, te lo repite a gritos: tu eres creador, por lo tanto, acepta el mundo que haz creado.
También intervengo en la palabra "cocacolo" esa palabra es un robo hecho por una marca de gaseosa a la juventud en donde compara la estilización de su empaque con la estilización de la juventud, dando a entender: "que se cuida más de la apariencia externa que de su interioridad". Esto es una advertencia para la juventud actual, pues tiene que definir entre lo externo y lo interno. Esa palabra cocacola o cocacolo, desafortunadamente para mí, fue una influencia que recibió el Nadadismo y se quedó con ella.
Sírvanse corregir la palabra Nadadismo por Nadaísmo, la primera es carencia de todo; la segunda, es un pensamiento, una escuela, etc. A esta última es a lo que Gonzalo Arango dejó su pensamiento.
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