Debo advertir
que este no es un artículo sobre la teoría del estado y su correlato inexorable
el gobierno, como singularidad, sino quiero relevar, la flagrante crisis en que
se encuentra el estado colombiano y de hecho por correspondencia, la crisis del
gobierno actual que, parece no preocupar a muchos y corresponde de igual manera
a la inercia total de los gobernantes en los últimos 20 años, sobre todo, frente
a los grandes problemas que nos agobian: La fragilidad de la vida, la paz y la
inequidad.
Todo estado corresponde
a unos fines, es una asociación libre, articulada desde el derecho, con una super-estructura,
traducida en un espíritu, cuerpo, representado por órganos e instituciones que
le sostienen, que lo reflejan en su totalidad y las cuales se expresan mediante
actos administrativos y leyes. La teoría del estado es muy amplia, profusa e
interesante. Existe en las democracias
modernas, separación de poderes, contrapesos, elecciones libres y reglas claras.
La vida, la honra y el bienestar de los asociados es el fin supremo del estado.
En Colombia el
estado no cumple con los fines para lo cual fue creado y desde hace mucho
tiempo la vida dejó de ser el bien supremo por antonomasia. La violencia, la corrupción,
la inequidad son problemas constantes y lacerantes de nuestra sociedad. El asesinato de lideres sociales, de
desmovilizados del proceso de paz, el abandono de vastas zonas del territorio
donde impera la ley del más fuerte, son la constante de nuestra triste realidad.
El gobierno
actual en el exterior se muestra como un abanderado de la paz, e interiormente,
hace todo lo posible por volver trizas el acuerdo de la Habana, privilegia la fuerza
como única salida a nuestros problemas. Esta sociedad polarizada en parte por
la actitud guerrerista del partido de gobierno no sale de la radicalización. A
esto se suma una corrupción galopante, la ausencia total de representación
evidenciada en un congreso clientelista y siempre comprado por el ejecutivo a través
de la contratación y la burocracia. Estamos a las puertas de elecciones de cuerpos
legislativos y de presidente y el consejo electoral no es de fiar, como lo
evidencia las declaraciones de su director frente al censo y los datos de población del DANE y por lo tanto
el censo de quienes son aptos votar.
El gobierno
en actos de sutil filigrana y política perversa, terminó por controlar todos
los órganos de control: Contraloría, procuraduría, defensoría del pueblo y
consejo electoral. Tiene el congreso a su favor con la potestad de aprobar
leyes que ni siquiera discuten y menos debaten, por gracia de la aplanadora de
las mayorías.
Algo distinto
debe pasar en las próximas elecciones, los colombianos no podemos seguir
votando por los mismos y pasando por estas elecciones sin un estudio juicioso
de los programas y las calidades de los aspirantes. La responsabilidad es mucha
y de nosotros depende el futuro de la nación.
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