Durante el Gobierno de Bush se
produjeron escándalos sobre los que nadie pidió cuentas
PAUL KRUGMANG
He
decidido transcribir esta excelente columna de
Paul Krugmang, Estados Unidos decide quién será su presidente este
martes, nunca antes se había polarizado una elección tanto y lo que es peor,
nunca se habían visibilizado las posiciones en contravía de tal manera, por una parte, una sociedad de derecha, xenófoba,
racista, con total desconocimiento de las responsabilidades que como potencia
tiene su país, reflejo de un capitalismo inhumano y voraz al que no le importa
la conservación del planeta y por la otra una sociedad de emigrantes,
multi-etnica, respetuosa de la ley, quien admite la apertura y el hecho que la
grandeza de esa nación se le debe a múltiples factores, cuya principio esencial
ha sido la aceptación y respeto por la libertad , la democracia y el respeto
por los derechos humanos, todos de la mano en la aceptación del otro donde la emigración ha sido factor vital.
Que sepamos, Paul Ryan, el
presidente de la Cámara de Representantes —y líder de lo que queda del sistema
republicano— no es racista ni autoritario. Sin embargo, está haciendo todo
lo posible por convertir a un racista autoritario en el hombre más
poderoso del mundo. ¿Por qué? Porque así podría privatizar Medicare y bajarles
drásticamente los impuestos a los ricos. Y eso, en resumen, explica lo que le
ha pasado al Partido Republicano y a Estados Unidos.
Estas han sido unas
elecciones en las que, cada semana, se ha quebrantado alguna antigua norma de
la vida política estadounidense. Ahora tenemos a un candidato de un partido
importante que se niega a hacer públicas sus declaraciones de la renta, a pesar
de las enormes dudas que pesan sobre sus negocios. Repite sin parar
afirmaciones que son completamente falsas, como la de que el índice de
criminalidad es más alto que nunca, cuando, de hecho, está cerca del mínimo
histórico. Sus propias palabras lo retratan como un depredador sexual. Y hay
muchísimo más.
En el pasado, cualquiera de
esas cosas habría descalificado a un candidato a la presidencia. Pero los
dirigentes republicanos se limitan a encogerse de hombros. Y mostraron su
alegría cuando James Comey, director del FBI, rompió con la norma establecida y
desvirtuó en gran medida las elecciones; si Hillary Clinton gana a pesar de
todo, han dejado claro que intentarán impedir cualquier nombramiento del
Tribunal Supremo, y ya se habla de proceso de destitución. ¿Por qué razón? Ya
encontrarán algo. ¿Y cómo es que se han destruido todas nuestras normas
políticas? Una pista: todo empezó mucho antes de Donald Trump.
Por un lado, los
republicanos decidieron hace mucho tiempo que todo valía en el intento de
deslegitimar y destruir a los demócratas. Quienes somos lo bastante mayores
para recordar la década de 1990, también recordamos la serie interminable de
acusaciones lanzadas contra los Clinton.
Nada era demasiado
inverosímil para que se hablase de ello en la radio y se le diese pábulo
en el Congreso y los medios de comunicación conservadores: ¡Hillary mató a
Vince Foster! ¡Bill era narcotraficante! Nada era demasiado trivial para dar
pie a audiencias en el Congreso: 140 horas de declaraciones sobre un posible
mal uso de la lista de felicitaciones de Navidad de la Casa Blanca. Y, por
supuesto, siete años de investigación sobre una transacción inmobiliaria
fallida. Cuando Hillary Clinton hizo su famosa declaración sobre una “inmensa
conspiración de la derecha” destinada a minar la presidencia de su marido, no
exageraba; tan solo describía una realidad evidente.
Y como las acusaciones
relacionadas con escándalos demócratas, por no mencionar las “investigaciones”
del Congreso que partieron de una presunción de culpabilidad, se habían
convertido en la norma, la mera idea de mal comportamiento independiente de la
política desapareció: el reverso de la persecución obsesiva del presidente
demócrata fue la negativa absoluta a investigar hasta las fechorías más
evidentes de los presidentes republicanos.
Durante el gobierno de
George W. Bush, se produjeron varios escándalos reales, desde lo que parecía
una purga política en el Departamento de Justicia hasta los engaños que nos
llevaron a invadir Irak; nunca se obligó a nadie a rendir cuentas.
La erosión de las normas
continuó tras la llegada de Obama a la presidencia. Se ha tropezado con una
obstrucción total a cada paso; con chantajes por el tope de la deuda; y ahora,
con la negativa a que se celebren siquiera audiencias sobre su candidato para
cubrir una vacante del Tribunal Supremo.
¿Cuál era el objetivo de
este ataque contra los acuerdos y normas implícitos que necesitamos para que la
democracia funcione? Bueno, cuando Newt Gingrich paralizó el gobierno en 1995,
lo que intentaba era —¿lo adivinan?— privatizar Medicare. La ira contra Bill Clinton
reflejaba en parte el hecho de que les había subido un poco los impuestos a los
ricos.
En otras palabras, los
dirigentes republicanos se han pasado las dos últimas décadas haciendo
exactamente lo que gente como Ryan hace ahora: destrozar las normas democráticas
a fin de obtener beneficios económicos para su clase donante.
Así que, en realidad, no
debería sorprendernos demasiado que Comey, que resulta que es ante todo un
republicano, y no tanto un funcionario, haya decidido convertir su puesto en un
arma en vísperas de las elecciones; es lo que los republicanos han estado
haciendo en todas partes. Y no debería sorprendernos lo más mínimo que los
escabrosos defectos personales de Trump no lo hayan distanciado de los
dirigentes del sistema republicano: hace mucho que decidieron que los
escándalos son solo cosa de demócratas.
A pesar del abuso de poder
por parte de Comey, es probable que Clinton gane. Pero los republicanos no lo
aceptarán. Cuando Trump proteste furiosamente contra las “elecciones amañadas”,
espérense como mucho un desacuerdo silencioso por parte de un sistema
republicano que, en el fondo, nunca acepta la legitimidad de la presencia
demócrata en la Casa Blanca. E, independientemente de lo que haga Clinton, el
bombardeo de falsos escándalos continuará, ahora acompañado de peticiones de
destitución.
¿Se puede hacer algo para
limitar los daños? Sería de ayuda que los medios de comunicación aprendiesen
por fin la lección y dejasen de tratar las difamaciones republicanas como si
fuesen noticias de verdad. Y también vendría bien que los demócratas
consiguiesen el Senado, para que al menos se pudiese gobernar un poco.
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