Ayer murió este excelso
jurista Colombiano, cuya vida es un verdadero ejemplo para las nuevas generaciones, célebre por algunas jurisprudencias, las cuales son verdaderos
tratados, que reflejan la calidad de su
formación y la visión humanística que le dio al ejercicio del derecho. Fue ejemplo de pulcritud y tuvo
siempre un profundo respeto por la democracia y la libertad de pensamiento. Se
graduó en Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad de
Antioquia y asistió a la Universidad de Harvard como estudiante
especial en las áreas de jurisprudencia, Derecho Constitucional y Teoría
Política.
Varias veces candidato a la presidencia por la izquierda, en un país permeado por la corrupción, su vida
política fue un crisol en medio del fango de una clase política perversa, que se acostumbró a eliminar a sus contendores antes que someterse al
debate ideológico. Carlos presenció el exterminio de un partido político de
izquierda en pleno, del empoderamiento del paramilitarismo y la persecución
obcecada de la derecha radical.
Quien mejor habla de su
vida, son sus jurisprudencias y algunas ponencias, que expresan su pensamiento
liberal, su formación filosófica y una ética que lo enaltece, inmodificable por encima de todo, en un país donde todo es transable. Expresó en la famosa sentencia que despenalizo el consumo de la dosis
personal en Colombia: “Porque dentro de un ordenamiento informado por
principios de filosofía liberal, no puede el estado sustituir al individuo en
la evaluación de lo que para éste puede resultar provechoso o nocivo. Como
fundamento constitucional de esta tesis invocamos especialmente dos normas: el
mismo artículo 1 de la CN que señala el respeto de la dignidad humana y el artículo
16 que consagra como uno de los derechos fundamentales de la persona: El libre
desarrollo de la personalidad. Reconocido el sujeto moral sobre esa doble base:
respecto a su dignidad humana y libre desarrollo de la personalidad, la
imposición de deberes en su propio beneficio resulta incongruente, Porque una
vez se reconoce la persona como sujeto moral, y en consecuencia responsable y autónoma,
no se le puede arrebatar la capacidad de tomar decisiones en asuntos que sólo a
ella incumben (Tal, es el consumo de droga). La restricción de su órbita de
libertad sólo es legítima, entonces, cuando se hace, no en función de sus
propios intereses sino en función de los otros sujetos morales con quien esta
evocado a convivir”.
En “El olvido que seremos,
la excelente obra de Héctor Abad Faciolince,
hay unas páginas memorables sobre Carlos Gaviria:” Llegó una nueva generación
de estudiantes cada vez más de izquierda a hacer frente a la época del Estatuto
de Seguridad de Julio César Turbay. Profesores como Abad y Gaviria eran vistos,
paradójicamente, como “burgueses, conservadores decadentes y retardatarios”. La
mayoría de maestros no soportó la presión y renunciaron, excepto este par de
amigos que defendían “el estudio serio” más allá de cualquier tendencia
ideológica. Ellos no sólo coincidían en su visión de la academia, en su
espíritu humanitario, en la defensa a ultranza de las causas sociales en
especial la del respeto a los derechos humanos, sino en la del país que soñaban
a pesar de la guerra y hasta en la literatura, porque se podían sentar a hablar
horas de filosofía desde Platón o de poesía desde Sófocles para rematar con
Borges, al que los dos recitaban. Cultivaron esas afinidades hasta los años 80
cuando, una vez más, la violencia los acorraló. Esta vez por cuenta del
paramilitarismo que ordenó, con ayuda de miembros de los organismos de
seguridad del Estado, elaborar una lista de dirigentes de la izquierda política
que serían asesinados, uno por uno, acusados en panfletos amenazantes de
“idiotas útiles” del comunismo y la guerrilla. “Al
final de la reunión, Carlos Gaviria la preguntó a mi papá qué tan seria le
parecía la amenaza personal de la que se había hablado esa mañana por la radio.
Mi papá lo invitó a que se quedaran un rato más conversando, para contarle.
Abrió una pequeña botella de whisky en forma de campana (que Carlos se llevó
vacía esa tarde y todavía conserva de recuerdo en su estudio), le leyó la lista
que habían enviado, y aunque dijo que la amenaza era seria, repitió que se
sentía muy orgulloso de estar tan bien acompañado. ‘Yo no quiero que me maten,
ni riesgos, pero tal vez esa no sea la peor de las muertes; e incluso si me
matan, puede que sirva para algo’. Carlos volvió a su casa con una sensación de
angustia. “Al final de la reunión, Carlos Gaviria la preguntó a mi papá qué tan
seria le parecía la amenaza personal de la que se había hablado esa mañana por
la radio. Mi papá lo invitó a que se quedaran un rato más conversando, para
contarle. Abrió una pequeña botella de whisky en forma de campana (que Carlos
se llevó vacía esa tarde y todavía conserva de recuerdo en su estudio), le leyó
la lista que habían enviado, y aunque dijo que la amenaza era seria, repitió
que se sentía muy orgulloso de estar tan bien acompañado. ‘Yo no quiero que me
maten, ni riesgos, pero tal vez esa no sea la peor de las muertes; e incluso si
me matan, puede que sirva para algo’. Carlos volvió a su casa con una sensación
de angustia”[1].
Gaviria para mí era un crédulo
profundo de la democracia, a pesar de todas las carencias del sistema, más en
un país como el nuestro plagado de malas formas; lector infatigable, con la
ventaja, de agregarle al ejercicio de su profesión todo el talante de su
formación, lo que constituyó de antemano una garantía y un
aporte invaluable al derecho desde su pluma.
Los ejemplos de entereza en
su vida cotidiana son muchos y en política ni se diga, pues le toco vivir la peor violencia de Colombia. Espero este país sepa rendirle el
homenaje que se merece y no olvide nunca sus enseñanzas. Ahí quedan sus
escritos.
[1] Tomado
del diario el espectador de Colombia.
http://www.elespectador.com/noticias/politica/carlos-gaviria-diaz-segun-el-olvido-seremos-articulo-552771
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