Se ha llegado a un esclarecimiento lacerante
de lo ocurrido con los estudiantes que devela la profunda crisis del estado México,
permeado por el narcotráfico y las bandas criminales. Secuestrar a 43 jóvenes, hecho
perpetrado por las autoridades del estado de Guerrero, condenarlos, desollarlos
y quemarlos por orden de la mafia, resulta una barbarie difícil de asimilar en
estos tiempos. Cómo llega un país a
semejante situación, la explicación no es sencilla, pero pertinente para poder
entender lo que pasa y así entre-abrir
las puertas a una posible solución coyuntural al problema.
La
reacción de la sociedad ha sido la esperada, está indignada, no acepta aquellas
salidas típicas de los políticos, quienes nunca enfrentan el problema con la
entereza que el mismo amerita, espera una claridad total sobre lo que pasó y no
acepta pretextos que encubran tan flagrantes y oprobiosos hechos.
En
el centro de los hechos está María De Los Ángeles Pineda Villa, “Ella, como
apuntan las investigaciones policiales, dirigía las finanzas del cartel de
Guerreros Unidos en la ciudad. El vínculo con el narco le venía de lejos. Era
hija de una antigua operaria de Arturo Beltrán Leyva, el Jefe de Jefes, y sus
propios hermanos habían creado por orden de este capo el embrión de la
organización criminal con el objetivo de enfrentarse a Los Zetas y a La Familia
Michoacana. Cuando ambos fueron ejecutados y arrojados a una cuneta de la
carretera de Cuernavaca, ella tomó las riendas en Iguala, protagonizando junto
con su marido un fulgurante ascenso social que ahora quería completar con su
última ambición: ser elegida regidora en 2015. Para ello, ese 26 de septiembre
había preparado un gran acto en el zócalo de la villa. Era el inicio de su
carrera electoral. La irrupción en la ciudad de los normalistas, encapuchados,
rebeldes, con ganas de protesta, les hizo temer que fuesen a reventar el
discurso. El alcalde exigió a sus esbirros que lo impidiesen a toda costa y,
según algunas versiones, que los entregasen a Guerreros Unidos. La orden fue
acatada ciegamente. Las fauces del horror se abrieron de par en par.
Posiblemente nunca se llegue a saber cómo la barbarie llegó a tal extremo, pero
lo que las pesquisas policiales han logrado sacar a la luz es que a los
normalistas, que seguramente no sabían cuál era la naturaleza del poder municipal
en Iguala, se les dio trato de sicarios, se les persiguió con la saña con que
se mata a los cárteles rivales. En sucesivas oleadas, la policía atacó a sangre
y fuego a los estudiantes. De nada les valieron sus desesperados intentos de
huir en autobuses tomados a la fuerza. Dos murieron a tiros, otro fue desollado
vivo, tres personas ajenas a los hechos perdieron la vida a balazos al ser
confundidas con normalistas. En la cacería, decenas de estudiantes fueron
detenidos y conducidos a la comandancia policial de Iguala. Nadie dio orden de
parar. El reloj siguió adelante.
El
jefe de los sicarios, Gildardo López Astudillo, avisó al líder supremo de
Guerreros Unidos, Sidronio Casarrubias Salgado. En sus mensajes le informó de
que los responsables de los desórdenes de Iguala pertenecían a Los Rojos, la
organización criminal contra la que libraban una salvaje guerra. Sidronio dio
orden de "defender el territorio". “
Es
difícil dilucidar en todo su contexto hasta donde ha llegado el poder del
dinero del narcotráfico en México, pero solo basta mirar sus nefastas
consecuencias para saber de antemano que es lo que se tiene que hacer, pues las
consecuencias del dinero fácil sobrepasaron la justa media y han superado toda previsión
al respecto. La reacción del gobierno federal nos da alguna esperanza y espero
que la sociedad civil, eso que llamamos las reservas morales de un pueblo, las
fuerzas vivas asuman el papel que les corresponde.
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