Hay profesiones míticas que se desempeñan en ambientes especiales, peligrosos, absolutamente diferente a todo, con un
encanto especial y sólo la ejercen personas con dotes excepcionales. Este es el caso
de los corresponsales de guerra. Sobre el tema hay películas extraordinarias que
dejan ver todos los pormenores que encarna esta profesión y la inmensa
responsabilidad que asumen estos reporteros al tratar de contar la verdad al
mundo en medio de la guerra: “Bajo el fuego” y “Las flores de Harrison”, para
citar sólo las de mi gusto. Esta semana
ha sido muy triste. Marie Colvin
y Rupert Murdoch, reporteros de guerra, fallecieron dentro de un edificio en la ciudad de Homs que
fue bombardeado en una ofensiva de las fuerzas del régimen de Bashar al Assad,
según activistas sirios. “La periodista norteamericana Marie Colvin, que hizo una
fulgurante carrera para el dominical inglés Sunday Times como corresponsal de
guerra, ya había dejado parte de sí en el campo de combate: el año 2001 perdió
su ojo izquierdo por acción de una granada en Sri Lanka. Hasta el día de su
muerte, ocurrida ayer durante un bombardeo en Siria, aseguró que “valía la
pena” perder un ojo a cambio de entregar información independiente y cubrir en
lugares donde ningún bando quiere que la prensa esté”.
Los corresponsales de guerra
han existido desde los albores de la civilización. Tucidiades en la antigua
Grecia, Jenofonte en Roma. En
este siglo Ernest Hemingway y
William Shirer, para citar los más
recordados. La guerra del Vietnam tuvo giros inesperados
gracias a la labor de los periodistas, que develaron verdades inenarrables.
Nunca se nos olvidará el impacto de la trasmisión de la CNN, de la guerra del
Golfo, que nos permitió verla en vivo y en directo.
“Marie Colvin el
mismo día de su muerte, formada en la Universidad de Yale, despachó lo que
sería su última nota para la BBC. Se trataba de un contacto telefónico en el
que narraba la muerte de un niño de dos años mientras esperaba ayuda en un
improvisado hospital de la derruida ciudad de Homs. “Aquí nadie entiende cómo
la comunidad internacional está permitiendo que esto ocurra”, denunció sobre
una realidad que calificó como “repulsiva”. La profesional de 55 años era la
única enviada de un periódico británico a la zona y llevaba cerca de un año
cubriendo la primavera árabe en países como Túnez, Egipto, Libia y Siria. Previamente,
en sus 30 años de carrera, narró otros conflictos históricos como los de Sierra
Leona, Timor Oriental, Kosovo, Zimbawe y Chechenia.”
La crueldad de la guerra no
tiene excepciones. El periodismo es incomodo para todos los actores de cualquier
conflicto armado. En Colombia han muerto infinidad de periodistas, la gran mayoría
de veces asesinados vilmente por sicarios. Esta semana el mundo se conmovió con
la muerte de estos dos corresponsales. Rémi Ochlik, fotógrafo, “apenas de 28
años, quien pese a que trabajaba para la revista Paris Match, había recibido
órdenes de abandonar Siria, país al que llegó por su cuenta. Venía de escapar
en circunstancias similares de la ciudad de Zabadani y lo último que se supo de
él a través de correo electrónico, fue su paradero y que se encontraba en la
fatídica ciudad junto a un reportero del diario español El Mundo.” Entre los méritos de Ochlik se contaban su
arriesgada cobertura fotográfica de la guerra de Libia y otras revoluciones en Túnez,
Egipto y El Congo para diversos medios como Le Monde, Time o The Wall Street
Journal. Desde el año 2005 dirigía su propia agencia de servicios IP3.
Recientemente había sido premiado por el World Press Photo por sus imágenes
captadas en Libia. Gran parte de su carrera puede seguirse en su web
profesional.
Ver la guerra en directo o
poder ser testigo de sus registros más importantes después de muchos años, es enfrentarse
a la crueldad humana en su peor
dimensión. Los reporteros y camarógrafos profesionales y aquellos que
improvisaron como tales, en la segunda guerra mundial, dejaron un archivo
histórico único en esta materia. Gracias a ellos hemos visto el genocidio judío,
los principales momentos de la guerra y aspectos nunca antes grabados.
Duele la muerte de estos dos
periodistas, quienes con una terquedad incomprensible para nosotros, nunca
dejaron de informarnos, pese al peligro y a las amenazas constantes, enamorados
de su profesión que ejercieron con sentido artístico y convencidos que esta es
la única manera de evitar el olvido y contribuir a cambiar el mundo.
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