No cabe duda que los acontecimientos
ocurridos el 8 de enero en Brasil vuelven a poner en cuestión el surgimiento de
movimientos de derecha y populistas que realmente socavan la democracia en sus
principios más básicos y que tienen como factor común perpetuarse en él poder.
La difícil posición de lideres como Donal Trump, Balsonoro, lo ocurrido en Turquía,
Nicaragua, Salvador y México que intenta cambiar las reglas electorales en su
favor, tan solo son una muestra de lo que está ocurriendo en el mundo.
A esto se suma el retroceso de
las libertades en todo el mundo, la corrupción y la ausencia de reglas claras
para el ejercicio de la oposición. Las democracias denotan debilidad cuando son
incapaces de solucionar los problemas más elementales de la mayoría de gente,
cuando esta ve a una clase política perversa y corrupta perpetuarse en el poder a través
de la compra de votos y la manipulación del electorado, sobre todo, ahora que
las redes sociales se volvieron un factor determinante en los procesos
electorales.
Colombia por ejemplo lleva 50
años en un conflicto armado que parece no tener solución, acompañado de una
inequidad galopante. El narcotráfico gana cada vez más poder y las bandas
criminales se consolidaron en todo el territorio nacional. Estos fenómenos hablan
muy mal de la clase política, del estado y de los mismos empresarios. Nos
acostumbramos a ver lideres sociales asesinados, masacres e impunidad, sin pena ni gloria observamos que, los grandes escándalos financieros por robos al estado, nunca se resuelvan.
La situación es tan grave, que es
tema relevante de la academia en el mundo, de los politólogos y de la misma
sociedad en general. Algo debemos hacer.
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