Tendría yo de
diez a once años cuando conocí a la tía María del Carmen, quien llegó de España
con el tío Lucho a la ciudad de Bucaramanga, mas o menos en el año 70 o 71 del
siglo anterior. Vivíamos en una vieja casa esquinera, blanca, muy grande y de
puertas de madera a la vieja usanza de la arquitectura colonial. Estaba construida
al frente de la Concha Custica, exactamente en la carrera 28 con carrera 36, en
una zona muy cerca del centro. Mi tío era un hombre joven quien se había ido a
España a estudiar medicina con el patrocinio del abuelo Pedro y que ahora
regresaba casado contra todas las expectativas, pues siempre se espero que
llegara con el cartón en la mano.
Hay personas
que lo marcan a uno en la vida, que constituyen huellas indelebles y
persistentes en nuestra mente, en este caso, siempre los tíos están ahí, como
un bálsamo, cuando se trata de recordar buenas cosas. El tío Lucho y la tía María del Carmen son una
pareja que por muchos años fueron un referente obligado de mi vida, compartí
junto con mis hermanos su compañía, sus conversaciones sabias, el espacio de
sus cotidianidades y angustias y el crecimiento de su familia. Desde que
llegaron de España se radicaron primero por un lapso de tiempo muy pequeño en
la casa y después se trasladaron a Aguachica Cesar, un municipio agrícola muy
importante para el país, donde vivirían por muchos años en medio de las afugias
de un agricultor y político en ciernes.
Los
referentes que tenía mi tía de Colombia antes de venir eran muy pocos y mi tío
con ese humor negro que suele tener ayudo a desdibujar cualquier idea que
pudiera tener. Desde que llegó se integró a Colombia con una pasión desmedida,
estaba enterada de absolutamente todo, sabia todos los bemoles de nuestra
política, casi todo el día escuchaba noticias, vivía como nadie las
controversias parroquiales de nuestros políticos y tomaba partido en estas
discusiones con una personalidad sin tregua. Su vida siempre estuvo dedicada a
su familia y puntualmente a la formación de los primos. Muchas veces estuvieron
en nuestra casa, los vimos crecer, en ocasiones como parte integral de la
familia, fuimos testigos de su formación, de las angustias escolares de los
primeros años, hoy son profesionales exitosos y mejores personas.
Mi tío es un
hombre culto, amante de la buena literatura, igualmente informado, con un humor
mordaz y repentista. Siempre nos dio buen trato y muchas veces pasamos
vacaciones en su casa en Aguachica. La tía
María Del Carmen tenía una risa especial, le gustaba mi humor y como nadie, sin
juzgar, disfrutaba cada una de las locuras que han caracterizado mi vida. Se
burlaba de las contradicciones parroquiales de este país y como nadie disfrutó
y sufrió las participaciones del tío en la política, las cuales fueron intensas
y le consumieron mucho tiempo de su vida sin los resultados esperados.
Cuando tenía
quince años y ya la literatura hacia parte de mi vida, con mío tío Lucho compartí
conversaciones sobre autores y libros puntuales, fue para esa época, un mentor
desprevenido y amable, indudablemente me ayudaron a formarme y conocer nuevos
autores, pues descubrí a un hombre enamorado de la buena literatura y la
escritura. Se que estudió periodismo en España, su amor por la escritura era
evidente y alguna vez leí un inédito que decía mucho de la calidad de su
narrativa. La tía era una excelente lectora, aguda y persistente en esta
pasión.
También
recuerdo tiempos aciagos, de lucha, días en que las cosas no salieron bien. La tía
siempre estuvo al lado de su esposo y de sus hijos, con una persistencia absoluta,
sin dejar las buenas maneras y convencida en que de ciertas decisiones
dependería la salida de esos momentos. Recuerdo su periplo por la vida. Primero
Bucaramanga, Aguachica, Barranquilla, Bogotá y por último el municipio de San
Francisco en Cundinamarca. Cada sitio marca una etapa de la vida, en cada uno
hay alegrías y tristezas, al final vio triunfar a sus hijos y nacer a sus nietos
y nietas. Me imagino que sintió que la persistencia en la vida ahora le recompensaba.
Desde que comencé a ser un adolescente hasta muy entrado en años, conversé con
la tía María Del Carmen de política, de este país y de las contradicciones que
lo han mantenido en una violencia lacerante. Siempre me sorprendió como el amor
por su familia le permitió superar la distancia con sus padres quienes vivían en
España y a los cuales vio muy poco. Cuando estudiaba Derecho en Bogotá y la tía
vivía cerca de la 39, debajo de la avenida Caracas, cerca de la iglesia del
sector, siempre iba detrás de los buenos platos que solía cocinar, de
las buenas conversaciones, seguro, como siempre lo fue, que nunca me recibiría
mal. A mi tía siempre la vi joven,
dispuesta y de buen humor.
Esta mañana,
mi hermana me llamó para decirme que mi tía se nos había ido. Me sorprendió,
pues nunca supe de alguna enfermedad grave. A mis primos: Lucka, José y Lina, a
mi tío, imagino el dolor que tal hecho les genera. No he podido superar esta noticia,
pues hay personas que solo son un buen recuerdo, la idea de lo bueno de la
vida, el ejemplo de las buenas maneras y una plétora de recuerdos muy hermosos.
De los hijos
del abuelo Pedro solo quedan tres: Mi madre Miryan, el tío Lucho y el tío
Eduardo. La familia quedó reducida a unos pocos primos que por las vicisitudes
de la vida muy poco nos vemos. El dolor y la soledad que me producen estos
hechos no tiene parangón. Solo el amor a la vida y a los hijos mitiga un poco
realidades tan inexorables e inevitables. Escribo estas palabras, pensando que
la memoria de la familia se diluye y que con el tiempo seremos simples referencias de una historia que se perderá entre los avatares de una realidad
siempre muy cruel y atemporal. Espero un trabajo de escritura sobre nuestra familia, sin mayores
pretensiones y que logre mantener vivo ciertos recuerdos que de hecho nos ayudaran a
no olvidar. Es un hecho que la vida no será igual a partir de este día
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