Es como de película,
grandes filas de guerrilleros en unas caminatas interminables dirigiéndose a
las zonas de desmovilización pactadas dentro del acuerdo de paz, están cumpliendo
con un itinerario previo con rigor, van camino a su total concentración en
sitios determinados, cumpliendo con la desmovilización, que es el inicio de un
largo proceso de inclusión de acuerdo a una bitácora previamente determinada en
el documento final de paz firmado entre la FARC y el gobierno Colombiano. Para
muchos es de no creer, hasta el punto que la oposición al proceso sigue
sembrando desconfianza, siempre sobre la base de que la guerrilla no cumplirá. El
país según la última encuesta publicada, ni entiende, ni valora el momento
histórico que vive. Incompresible sí se mira todo lo que nos dejó 50 años de
conflicto armado en términos de víctimas, daños a la naturaleza, daños a la infraestructura, atraso en grandes zonas, desplazamiento y muerte a lo largo de toda la geografía. Nuestro conflicto, trágico desde donde se le mire,
era anacrónico, se alimentaba perversamente del narcotráfico y convirtió la
guerra en un negocio, sin ningún sustrato ideológico, hizo que fuera interminable e inmanejable, con consecuencias nefastas
para la población en materia de derechos humanos, creó repúblicas independiente, vastas zonas muertas económicamente hablando, fueron como repúblicas independientes y en ellas se dieron los peores daños que se tenga historia. Para acabar de completar este cuadro
dantesco, tuvimos en Colombia muchas personas secuestradas por más de diez años en
condiciones infra-humanas, algo difícil de entender en pleno siglo 21,oprobioso e inexplicable.
Recuerdo el editorial del
informe “Basta Ya” que categóricamente afirmaba: “Colombia tiene una larga
historia de violencia, pero también una renovada capacidad de resistencia a
ella, una de cuyas más notorias manifestaciones en las últimas dos décadas ha
sido la creciente movilización por la memoria. Rompiendo todos los cánones de
los países en conflicto, la confrontación armada en este país discurre en
paralelo con una creciente confrontación de memorias y reclamos públicos de
justicia y reparación. La memoria se afincó en Colombia no como una experiencia
del posconflicto, sino como factor explícito de denuncia y afirmación de
diferencias. Es una respuesta militante a la cotidianidad de la guerra y al
silencio que se quiso imponer sobre muchas víctimas”. Ahora, que hablamos de
dejación de las armas, vemos como vive una indiferencia inexplicable, parece no
entender todo lo que significó el conflicto, más cuando realmente llevamos más
de un año en zonas con una paz antes nunca vista, ni menos sentida de manera
real, estamos en un renacer en estos sitios, en las grandes ciudades parece no
importarles estos cambios. Insisto que el gobierno no ha publicitado estos logros
tan cruciales, está pagando las consecuencias de ello. Otra explicación posible,
es que para una generación, esta paz confirma ciertos anacronismos históricos a
los que nos estábamos acostumbrado y que para ellos constituye simplemente algo
abominable sin ningún sustrato político, siente pena ajena. Éramos casi el
único país en el mundo con guerrillas, el secuestro en el mundo constituye un
acto absolutamente des-aprobado y casi inexistente, aquí era el pan de cada
día, aún el ELN insiste en utilizar está práctica. Decía el informe
citado en su editorial: “La memoria es una expresión de rebeldía frente a la
violencia y la impunidad”. Cómo podremos definir esta indiferencia, la ausencia
de compromiso con el momento histórico. Ahí les dejo la pregunta abierta.
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