Desde tiempos inmemoriales
el hombre ha construido alrededor de sus ciudades y estados muros para
protegerse, algunos son emblemáticos: la muralla de piedra de Jerico en el
siglo IX antes de Cristo, la gran muralla China, los muros de protección contra
las tribus Barbaras realizadas por los Romanos a lo largo del Rihn y el
Danubio, los muros que rodearon los grandes castillos de la monarquía Europea,
no solo constituyeron un símbolo de poder, sino de unidad de ciertas sociedades
que buscaban defensas frente a las
invasiones que eran el pan de cada día de un mundo en plena conquista y expansión.
El mundo civilizado, suponemos, miraba
estos mecanismos como referentes históricos apenas, pues después de muchas
guerras y tragedias la humanidad ha consolidado un derecho internacional que
tiene como matriz el derecho humanitario y que ha generado una verdadera
política de integración y regulación del derecho de gentes. En plena globalización y apertura, con la
revolución tecnológica que cambió la sociedad en todos los contextos, el gran
salto de las tecnologías de la información y la comunicación, pensaríamos que
estos muros son cosa del pasado.
No es así. Desde hace unos años en una
regresión inexplicable se han levantado muros de la vergüenza como una forma de evitar la migración y los desplazamientos de personas sometidas a una presión y tragedia inconmensurables, de hecho son incomodas para ciertos países y
ciudades, el mundo se llenó de verdaderos senderos de cemento, producto de la
ansiedad por crear sociedades aisladas de toda contaminación social, hay una
especie de síndrome de la seguridad que ve en el aislamiento la única forma de
protección posible. La base legal del derecho internacional con respecto a la
migración es muy sólida, “Así la globalización del mundo, las grandes alianzas
regionales, la Integración de los países, la eliminación de visados y los
tratados internacionales relativos a derechos fundamentales y derechos humanos
han replanteado la noción clásica de frontera y el status tradicional del
estado nacional. Por ello, así como el derecho debe perseguir en todos los
casos, una forma de realismo que le permita adaptarse a las condiciones de vida
que las sociedad exhiben en efecto, también a mi entender la materia migratoria
no puede ser eficaz si se sustrae de este paradigma de la modernidad”[1]. “El
derecho migratorio internacional es una rama del derecho que se ha desarrollado
durante el tiempo, y continúa desarrollándose conforme continúa la necesidad de
la cooperación internacional. En términos básicos, el derecho migratorio internacional
tiene que ver con las responsabilidades y compromisos internacionales que los
Estados han adquirido. Estos compromisos y responsabilidades fijan límites en
la autoridad tradicional que los Estados tienen sobre asuntos de migración. Un
principio fundamental es que el derecho internacional prevalece sobre el
derecho nacional. Esto significa que un Estado no puede basarse en una
disposición de su legislación nacional para evitar una responsabilidad bajo el
derecho internacional[2].
Ayer viendo los comicios
electorales del Perú, me entere que hay barrios en Lima
protegidos por extensos muros que aíslan a ciertas elites de los vecinos
peligrosos, según sus promotores, barrios marginales que desafortunamente consideran
peligrosos, una situación oprobiosa y sin razón de ser, pero ahí están, son
parte de la vida cotidiana de esta ciudad. Si miramos lo que está pasando en el
mundo, la humanidad parece regresar al
pasado: Israel construyó un muro infame a lo largo de todos los asentamientos en
las tierras del estado Palestino, La frontera de los Estados Unidos con México es
el peor ejemplo de una situación contra-natura, pues este país fue construido por emigrantes, es
una vergüenza esta política, Europa está seriamente pensando en construir
algunos muros en los puntos que considera más vulnerables, a lo largo de su
frontera, para no hablar de los muros legales que se están multiplicando en
casi todos los Estados.
Los principios de
solidaridad, de humanidad, parecen no contar por estos tiempos, muchas veces la globalización en muchos aspectos sólo es
un intercambio de mercancías, flujos de dinero y avasallamientos comerciales
que incrementan irresponsablemente el consumo desbordado. Es un hecho que “la
autoridad de un Estado para regular el ingreso, permanencia y remoción sobre su
territorio, no es absoluta. Los Estados se están dando cuenta de que la
migración debe ser gestionada, y de que es necesaria la cooperación con otros
Estados. “Las obligaciones internacionales basadas en normas internacionales que
limitan la autoridad del Estado sobre asuntos de migración, ofrecen medios para
proteger los derechos humanos y equilibrar los intereses de los migrantes con
los intereses de los Estados”, esto quiere decir que hay las herramientas para
darle un tratamiento diferente al problema migratoria sin desconocer la
discrecionalidad de los estados para fijar sus políticas internas. Unos 214
millones de personas en el mundo son migrantes internacionales, lo que
representa cerca del tres por ciento de la población mundial. Por lo tanto, la
gran mayoría de los habitantes del mundo no emigran al exterior. De las personas
que emigran, alrededor de 10 millones obtuvieron la condición de refugiado en
el año 2007, y entre 30 y 40 millones eran migrantes irregulares[3].
Ver a un candidato como
Donald Trump, montar todo su discurso electoral en el ataque discriminado a los
emigrantes recurriendo a los conceptos más bajos que anteponen tácitamente el
concepto de raza superior, dar por sentado que existen sociedades civilizadas que
merecen ser aisladas, olvidando toda la óptica humanística regulada por el
derecho internacional, es un exabrupto
total. Esta regresión discursiva que se traduce en odios y racismo es el
pan de cada día en el mundo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario