En este blog he tocado siempre
temas de alguna trascendencia. Poca importancia tendrá para muchos traer a
colación a mi padre, pero he querido hacerlo como un justo homenaje a su
memoria y después de leer lo que escribo tal vez
comprenderán las razones que me llevaron a tomar la iniciativa.
Mi padre se llamaba Hernando
Bustamante González y nació en la ciudad de Bucaramanga, una capital de
provincia del oriente Colombiano, de una belleza especial, de grandes manzanas hijas
del cuadrante español, limpias en exceso,
le llaman “la ciudad de los parques”. Nació,
en 1928 si mi memoria no me falla, la ciudad era apenas un pueblo grande como solíamos decir, muy alejada de la capital, pero con una población recia y trabajadora, descendientes de los conquistadores alemanes que entraron por Venezuela, característica
emblemática de la región. Cuando habló del tema se me viene a la cabeza la hermosa novela
“La otra raya del tigre” de Pedro Gómez Valderrama que narra las vicísitudes de uno de ellos . La Familia de mi padre era
muy grande, constaba de más diez
hermanos. A pesar de no ser adinerados, tenían esa típica dignidad de la clase
media quienes son arribistas por naturaleza. La imagen de mi abuelo Genaro que tenía
mi padre fue la de un hombre muy responsable, fuerte, duro, falto de mucho
cariño con los hijos y de un rigor que complicaba cualquiera relación cotidiana
con él. Yo aún tengo el recuerdo fotográfico de mi abuelo, en la puerta de una
casa muy grande, esquinera, en la calle 34 con 28, parado en la puerta con una mirada fría, su
ropa impecable, de muchos años, batiéndose entre recuerdos en medio de las
dictaduras cotidianas que imponía una de sus hijas. Mi padre siempre habló del
abuelo con mucha tristeza.
De su niñez, solía hacer mucho énfasis en sus faraónicos esfuerzos para terminar un bachillerato técnico, de la relación con sus hermanos y sobre todo de su amor por la lectura y el conocimiento, que le llevaron a logros importantes en su atribulada vida. Era un hombre muy alto, con un cuerpo hermoso, una cara de actor americano a pesar del color acanelado de su piel, atractivo diría, velludo en exceso y con unas cejas muy pobladas, el pelo siempre bien peinado hacia atrás, como un sello del paso por la fuerza aérea colombiana. Su conversación era fluida, cargada de datos y persuasiva. Hablar con él era un encanto. Era muy serio, pero no amargado y solía ser un hombre de una sonrisa abierta y natural. Siempre fue cariñoso, conciliador y nunca, óigase bien, nunca recibimos mal trato de parte suya, ni verbal ni físicamente. Mi padre tuvo una relación especial con su madre Ana. Todos la conocíamos como la abuela Anita o Mamanita.
De su niñez, solía hacer mucho énfasis en sus faraónicos esfuerzos para terminar un bachillerato técnico, de la relación con sus hermanos y sobre todo de su amor por la lectura y el conocimiento, que le llevaron a logros importantes en su atribulada vida. Era un hombre muy alto, con un cuerpo hermoso, una cara de actor americano a pesar del color acanelado de su piel, atractivo diría, velludo en exceso y con unas cejas muy pobladas, el pelo siempre bien peinado hacia atrás, como un sello del paso por la fuerza aérea colombiana. Su conversación era fluida, cargada de datos y persuasiva. Hablar con él era un encanto. Era muy serio, pero no amargado y solía ser un hombre de una sonrisa abierta y natural. Siempre fue cariñoso, conciliador y nunca, óigase bien, nunca recibimos mal trato de parte suya, ni verbal ni físicamente. Mi padre tuvo una relación especial con su madre Ana. Todos la conocíamos como la abuela Anita o Mamanita.
Siempre ame a mi padre y mantengo
un dolor inmenso por no haber compartido su vida difícil en los últimos años.
Nunca dejó de luchar, hasta el último minuto de la vida. Fue un hombre
sobre-informado. Cuando se tomaba sus cervezas expresaba todas sus alegrías, sus ojos le
brillaban, hacía largas exposiciones. Su charla era ordenada, tenía un discurso
rico y didáctico por naturaleza. Con él se aprendía constantemente. Leía todos los periódicos,
oía todas las noticias y veía todos los noticieros. Nunca dejó de pensar en proyectos grandes hasta
el punto que se convirtió con el tiempo en un obstáculo para hacer llevadera
las pequeñas cosas. Mi padre definitivamente no sabía de pequeños proyectos, no
le interesaban. Fue un hombre de muchos logros en su juventud y en sus mejores
años. Al final de su vida, los negocios no fueron su fuerte, pero tenía un
optimismo infinito y no dejó de insistir en ellos. Nunca vi a mi padre mal
vestido o mal trajeado, en esto era impecable. Su mayor característica
ser conciliador hasta la saciedad. Lo traigo a colación ahora que veo que el
asesinato y la muerte rondan por doquier en nuestro país. Como hubiera querido
que mis hijos lo conocieran. Todos los días lo recuerdo junto con mi hermano
Erwin, que nos dejó al igual que mi padre en un accidente absurdo.
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