ANGEL GONZALEZ
Al final de la vida
No sin melancolía,
Comprobamos
Que, al margen ya de todo,
Vale la pena.
Nada de lo restante prevalece
Oviedo, 26 de marzo de 1985
La muerte del poeta Angel González constituye un perdida para la poesía. Nos recuerda la hondura de sus versos, con los que nos acompañó por largo tiempo. Ausencia sin par para sus lectores fieles. Poema luctuoso, produce un silencio cargado de significaciones ocultas, entrañable, luto inexorable previo a la eternidad de una obra que descontamos perdurará. Manuel lombadero, en un homenaje a la generación del 50 español, haciendo salvedades por no considerarse un crítico profesional sino un simple lector definió su poesía de la mejor manera: hablaré sólo de mi propia experiencia como lector de la poesía de Ángel, y la de aquellos a los que yo inicié en esa lectura, que son muchos, repito. La primera conclusión -y esto vale tanto para lectores avezados como neófitos- es que la poesía de González se entiende. El lector sabe de qué le habla el poeta. Son tantos los poetas crípticos, puros o deshumanizados que han gozado de fama en la segunda mitad de este siglo y que han alejado de la poesía a la mayor parte de sus potenciales lectores que encontrarse con textos que, de una manera sorprendentemente sencilla -utilizando siempre la palabra exacta que nosotros no sabríamos encontrar-, se identifiquen con nuestras propias sensaciones produce cierta relación de complicidad, de gratificante sintonía entre el Poeta -mejor sería decir entre el poema- y el lector. No se agota ahí, en la eficaz manera de expresar sus ideas, el interés, el encanto que, para el lector que no es poeta ni crítico, tiene la poesía de Ángel. Otro lugar de encuentro, y no menos importante, es que aquello sobre lo que escribe de manera tan eficaz y brillante interesa al lector. Porque una cosa es que comprendamos de qué se habla y otra distinta que nos importe el tema de la conversación. Y ¿de qué tratan los poemas de Ángel González? De todo, tendríamos que contestar. Pero inmediatamente nos veríamos obligados a concretar: de todo lo que apasiona al ser humano, y de una manera mucho más honda de lo que nosotros, los simples lectores, podríamos siquiera intuir. Tratan de amor, claro está; de soledad -aliviada por la presencia de cucarachas-; del tiempo -el que pasa, no el que nos moja-; de libertad -tanto tiempo esperada-; de nostalgias, de anhelos, de amistad. Y de muerte. Uno de sus versos lo define a cabalidad:
Cuando escribo mi nombre,
lo siento cada día más extraño.
¿Quién será ése?
me pregunto.
Y no sé qué pensar.
Ángel.
Qué raro.
El mundo de España nos regalo igualmente un verso memorable de su obra:
"Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreir,
y de guardar silencio,y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso-,
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando –luego- callas…
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta".
ANGEL GONZALEZ
Al final de la vida
No sin melancolía,
Comprobamos
Que, al margen ya de todo,
Vale la pena.
Nada de lo restante prevalece
Oviedo, 26 de marzo de 1985
La muerte del poeta Angel González constituye un perdida para la poesía. Nos recuerda la hondura de sus versos, con los que nos acompañó por largo tiempo. Ausencia sin par para sus lectores fieles. Poema luctuoso, produce un silencio cargado de significaciones ocultas, entrañable, luto inexorable previo a la eternidad de una obra que descontamos perdurará. Manuel lombadero, en un homenaje a la generación del 50 español, haciendo salvedades por no considerarse un crítico profesional sino un simple lector definió su poesía de la mejor manera: hablaré sólo de mi propia experiencia como lector de la poesía de Ángel, y la de aquellos a los que yo inicié en esa lectura, que son muchos, repito. La primera conclusión -y esto vale tanto para lectores avezados como neófitos- es que la poesía de González se entiende. El lector sabe de qué le habla el poeta. Son tantos los poetas crípticos, puros o deshumanizados que han gozado de fama en la segunda mitad de este siglo y que han alejado de la poesía a la mayor parte de sus potenciales lectores que encontrarse con textos que, de una manera sorprendentemente sencilla -utilizando siempre la palabra exacta que nosotros no sabríamos encontrar-, se identifiquen con nuestras propias sensaciones produce cierta relación de complicidad, de gratificante sintonía entre el Poeta -mejor sería decir entre el poema- y el lector. No se agota ahí, en la eficaz manera de expresar sus ideas, el interés, el encanto que, para el lector que no es poeta ni crítico, tiene la poesía de Ángel. Otro lugar de encuentro, y no menos importante, es que aquello sobre lo que escribe de manera tan eficaz y brillante interesa al lector. Porque una cosa es que comprendamos de qué se habla y otra distinta que nos importe el tema de la conversación. Y ¿de qué tratan los poemas de Ángel González? De todo, tendríamos que contestar. Pero inmediatamente nos veríamos obligados a concretar: de todo lo que apasiona al ser humano, y de una manera mucho más honda de lo que nosotros, los simples lectores, podríamos siquiera intuir. Tratan de amor, claro está; de soledad -aliviada por la presencia de cucarachas-; del tiempo -el que pasa, no el que nos moja-; de libertad -tanto tiempo esperada-; de nostalgias, de anhelos, de amistad. Y de muerte. Uno de sus versos lo define a cabalidad:
Cuando escribo mi nombre,
lo siento cada día más extraño.
¿Quién será ése?
me pregunto.
Y no sé qué pensar.
Ángel.
Qué raro.
El mundo de España nos regalo igualmente un verso memorable de su obra:
"Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreir,
y de guardar silencio,y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso-,
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando –luego- callas…
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta".
ANGEL GONZALEZ
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