Murio ayer el neurólogo colombiano Francisco Lopera conocido por sus estudios estudios sobre el alzhéimer, no solo en el país sino en el mundo. Mi hija Mariana lo entrevistó como estudiante de comunicación social en cumplimiento de un trabajo y por sorpresa, siendo una persona tan reconocida, le atendió la entrevista con absoluta cordialidad, pedagogía y sin ninguna arrogancia a pesar de su fama.
Fue profesor de la Universidad de Antioquia por mucho tiempo. Descubrió y estudio del grupo poblacional más grande del mundo con una forma genética de alzhéimer hereditario, la mutación paisa, la cual genera esta enfermedad y se constituyó en un laboratorio de campo sin igual en la materia. Esta población está ubicada principalmente en Yarumal Antioquia, seguimiento
que por definición en principio se llamó la etapa preclínica, que le permitió conocer los antecedentes y primeros síntomas de la enfermedad, para después estudiarla en toda su complejidad.
Lopera fue un científico a carta cabal, reconocido a nivel mundial, recibió el premio Potankin de la academia americana de neurología y la Fundación americana del cerebro.
En los últimos años de su vida concentró sus esfuerzos en la prevención de la enfermedad, más que en su cura, entendió que previniéndola podía lograr efectos concretos en sus pacientes. Esto implicó mucho trabajo de campo, entrevistas y persuasion a quienes sabían que en su familia existían varios casos connotados de la enfermedad.
El mundo perdió un trabajador sin igual de la ciencia en favor de la salud de un grupo especifico que sufría una enfermedad cruel e implacable, que implica una muerte en vida, el olvido total.
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