A propósito de la
liberación de Salud Hernández la periodista Española radicada en Colombia,
después de un secuestro penoso, torpe y que confirma lo lesivo de una costumbre que ha sido el pan de todos los
días desde hace más de sesenta años, es pertinente dilucidar las
razones por las cual se consolidó, lo que ha significado
socialmente su práctica y lo peor, cómo
y por qué se volvió una conducta típica de la subversión.
El centro nacional de
memoria presentó hace unos años un trabajo muy serio al respecto. Su informe empieza
contextualizando esta realidad: “El secuestro es tal vez una de las modalidades
criminales que ha tenido mayor resonancia en el país, particularmente en la
etapa contemporánea del conflicto. Tiene una proyección pública asociada al
cruce de múltiples factores, a sus transformaciones en el tiempo y a sus
variables magnitudes. El secuestro no ha sido un fenómeno adjetivo sino
sustantivo de la guerra en Colombia. Destaquemos, pues, en primer lugar que en
el imaginario de nuestra sociedad y en la comunidad internacional se le
distingue no solo como una de las modalidades delictivas que caracterizan la
confrontación armada que ha sufrido Colombia durante los últimos 60 años, sino
quizás como uno de los sellos distintivos de la guerra en Colombia”.
El estado
ha sido permisivo y no actuado con la diligencia ni con la autoridad frente a este delito de lesa humanidad, parte del crecimiento exponencial se debe a las fallas
institucionales al respecto. Se incremento de tal manera en los años 80, que era común que en cada familia hubiese por lo menos
un secuestrado y salir a las carreteras constituía un verdadero riesgo.
No es casual que el nobel
Gabriel García Márquez haya escrito un libro sobre este flagelo, una obra
magistral del periodismo, frente a los secuestros a grandes personajes de la
vida nacional hechos por Pablo Escobar.
Los grupos guerrilleros sin
excepción convirtieron el secuestro en un arma de guerra. El secuestro y ajusticiamiento de Raquel
Mercado por parte del M-19 y del gerente de Indupalma Hugo Ferreira, fue el
inició de una práctica que se convirtió en un instrumento de financiamiento
para la subversión. Después se llegó al secuestro extorsivo, a la manipulación
de menores, que resultaron ser incorporados a la guerrilla con la violación
total de los derechos al menor y por encima de consideraciones humanitarias
mínimas. Colombia fue un país secuestrado, la delincuencia común la convirtió
en una industria, las sumas, que no cabe traer a colación, nos convirtieron en
el líder mundial, en los campeones. El informe del centro de memoria histórica
expresa: “En consecuencia, y este es un segundo punto, el secuestro se universalizó
en varios sentidos: los perpetradores hicieron víctimas de esta conducta
criminal no sólo a los pudientes sino también a los pobres/a los ciudadanos del
común pero también a los políticos y funcionarios de todas las jerarquías y en
números sorprendentes; a los miembros del gobierno pero también a los de la
oposición, de hecho a todas las fuerzas políticas, aunque en diferentes grados,
desde luego; a las comunidades étnicas, académicas o religiosas; a todas las
edades/a todas las regiones; a los nacionales como a los extranjeros”. Con una
consecuencia: “El resultado fue un sentimiento colectivo de vulnerabilidad, que
se acrecentó con las llamadas “pescas milagrosas”, y despertó un reclamo
desesperado de seguridad que muchos sectores le endosaron al paramilitarismo”.
Colombia ha tenido periodos
en los que ha disminuido, el gobierno del Doctor Uribe enfrentó fuertemente
este flagelo, pero la verdad, nunca hemos abolido la práctica, que sigue siendo
un instrumento común en la subversión. Es inexplicable que en pleno siglo XXI
continuemos sufriendo de semejante conducta delictiva, peor en medio de un
proceso de paz.
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