En todos mis blog he
realizado un justo homenaje a JULIO CORTAZAR, como en este caso, trayendo a
colación artículos como este, que lo reflejan en su totalidad en alguno de sus
aspectos relevantes para su obra. En este caso, su intensa relación con la música.
JULIETTA RUFO
LA
MÚSICA, ESA PASIÓN QUE CORTÁZAR AMABA MÁS QUE LA LITERATURA
“Johnny estaba en gran
forma en esos días, y yo había ido al ensayo nada más que para escucharlo a él
y también a Miles Davis. Todos tenían ganas de tocar, estaban contentos, andaban
bien vestidos (de esto me acuerdo quizá por contraste, por lo mal vestido y lo
sucio que anda ahora Johnny), tocaban con gusto, sin ninguna impaciencia, y el
técnico de sonido hacia señales de contento detrás de su ventanilla, como un
babuino satisfecho. Y justamente en ese momento, cuando Johnny estaba como
perdido en su alegría, de golpe dejó de tocar y soltándole un puñetazo a no sé
quién dijo: ‘Esto lo estoy tocando mañana’”. Johnny es Johnny Carter, el
saxofonista obsesionado con el tiempo que Julio Cortázar inventó para “El
perseguidor”, uno de sus cuentos más reconocidos por la crítica, publicado en
1959 en el libro Las armas secretas.
Johnny no es sólo un
producto de la imaginación: muchos de los datos de su biografía de ficción se
inspiraron en la vida real del también saxofonista Charlie Parker, uno de los
músicos de jazz a los que Cortázar admiraba. Y esa historia es de las tantas en
las que la música atravesó la literatura del autor de Rayuela, que en su
casa tenía unos cuatro mil libros y unos seis o siete mil discos y casetes. Su
pasión por la música, pensó su viuda y albacea Aurora Bernárdez, no iba a
conmover demasiado a nadie, así que vendió la discoteca a un parisino que
pasaba.
El documental Esto lo
estoy tocando mañana es justamente todo lo contrario a lo que Bernárdez
había pensado. En el trabajo dirigido por Karina Wroblewski y Silvia Vegierski
se entrecruza el testimonio de escritores como Mario Vargas Llosa y Liliana
Heker con el de músicos como Juan “Tata” Cedrón y Margarita Fernández –incluida
en la “lista de pianistas preferidos” de Un tal Lucas –: todos se
ocupan de salirle de testigo al romance inspirador entre Cortázar y la música.
“Su amor por la música se
nota en cómo aparece en sus personajes más queridos”, subraya Heker en la
película, y alcanza con pensar en las discusiones jazzeras y trasnochadas que
sostienen los miembros del Club de la Serpiente en Rayuela o en los
discos que Horacio le propone o le impone a La Maga. Mientras tanto, Vargas
Llosa recuerda cómo Cortázar se encerraba en una habitación a jugar con su
trompeta y Fernández evoca al escritor a la salida de una sesión de jazz en el
París de los cincuenta, caminando por la Ile de la Cité y tocando algún
instrumento de viento imaginario.
Es el propio Cortázar, con sus
erres patinadas, el que asegura en la película: “El jazz tuvo gran influencia
en mí (...) el fluir de la invención permanente me pareció una lección para la
escritura, para darle libertad y no repetir partituras” y cuenta también que
“las palabras de los tangos me enseñaron mucho del habla del pueblo, de cómo
expresan su obvia poesía”.
“El centenario de Cortázar
fue la primera excusa para realizar un documental en su homenaje”, sostienen
las directoras de la película, que desde hace una década trabajan en la
Audiovideoteca de Escritores de Buenos Aires. “Decidimos recorrer un aspecto poco
explorado y pensamos en la música y en la relación del melómano y el escritor”,
cuentan. En la pantalla, Cortázar les aprueba la tesis: “Fuera de la
literatura, la influencia más fuerte que he tenido es la música”, dice, y
confiesa un sueño frustrado: “Si hubiera podido elegir entre la literatura y la
música, habría elegido la música”. Como si se pudiese elegir en las artes.
He decidido en todos mis
blog realizar un homenaje al escritor JULIO CORTAZAR, en su aniversario. Sus
escritos hablan por sí solos, además del artículo que trascribo del periódico
el " EL CLARIN " de Buenos Aires, publicaré uno de sus relatos más
emblemáticos: