Este es el prefacio de este excelente libro del crítico americano que me parece importante leer, pertinente al comienzo del año donde uno planifica sus lecturas y lineamentos intelectuales, en mi caso, siempre alrededor de buenos textos. Lo transcribo por lo claro y ser una guía acertada. En otra entrada traeré el prologo cuyo contenido es relevante en medio del maremágnum de ofertas nuevas en materia de libros que, muchas veces nos confunden por lo excesivas. CESAR H BUSTAMANTE
No hay una sola manera de leer bien, aunque hay una razón primordial por la cual debemos leer. A la información tenemos acceso ilimitado; ¿dónde encontraremos la sabiduría? Si uno es afortunado se topará con un profesor particular que lo ayude; pero al cabo está solo y debe seguir adelante sin más mediaciones. Leer bien es uno de los mayores placeres que puede proporcionar la soledad, porque, al menos en mi experiencia, es el placer más curativo. Lo devuelve a uno a la otredad, sea la de uno mismo, la de los amigos o la de quienes pueden llegar a serlo. La lectura imaginativa es encuentro con lo otro, y por eso alivia la soledad. Leemos no sólo porque nos es imposible conocer bastante gente, sino porque la amistad es vulnerable y puede menguar o desaparecer, vencida por el espacio, el tiempo, la comprensión imperfecta y todas las aflicciones de la vida familiar y pasional.
Este libro enseña cómo leer y por qué, y avanza afianzándose en una multitud de ejemplos y muestras: poemas cortos y largos, cuentos y novelas. No debe pensarse que la selección es una lista exclusiva de qué leer, se trata más bien de una muestra de obras que mejor ilustran por qué leer. La mejor forma de ejercer la buena lectura es tomarla como una disciplina implícita; en última instancia no hay más método que el propio, cuando uno mismo se ha moldeado a fondo. Como yo he llegado a entenderla, la crítica literaria debería ser experiencial y pragmática antes que teórica. Los críticos que son mis maestros — en particular el Dr. Samuel Johnson y William Hazlitt — practican su arte a fin de hacer explícito, con cuidado y minuciosidad, lo que está implícito en un libro. En las páginas que siguen, ya trate con un poema de A. E. Housman o una pieza teatral de Oscar Wilde, con un cuento de Jorge Luis Borges o una novela de Marcel Proust, siempre me ocuparé sobre todo de modos de percibir y comprender lo que puede y debe hacerse explícito. Dado que para mí la cuestión de cómo leer nunca deja de llevar a los motivos y usos de la lectura, en ningún caso separaré el "cómo" y el "por qué". En "¿Cómo se debe leer un libro?", el breve ensayo final de su Lector Común (Volumen II), Virginia Woolf hace esta encantadora advertencia: "Por cierto, el único consejo que una persona puede darle a otra sobre la lectura es que no acepte consejos". Pero luego añade muchas disposiciones para el gozo de la libertad por parte del lector, y culmina con la gran pregunta "¿Por dónde empezar?" Para llegar a los placeres más hondos y amplios de leer, "es preciso no dilapidar ignorante y lastimosamente nuestros poderes". Parece pues que, mientras uno no llegue a ser plenamente uno mismo, recibir consejos puede serle útil y hasta esencial. Woolf, por su parte, había encontrado asesoramiento en Walter Pater (cuya hermana le había dado clases), y también en el Dr. Johnson y los críticos románticos Thomas de Quincey y William Hazlitt, sobre el cual hizo esta maravillosa observación: "Es uno de esos raros críticos que han pensado tanto que pueden prescindir de la lectura.
" Woolf pensaba incesantemente, y nunca dejaba de leer. Tenía buena cantidad de consejos para dar a otros lectores, y a lo largo de este libro yo los he adoptado muy contento. El mejor es recordar: "Siempre hay en nosotros un demonio que susurra 'amo esto, odio aquello' y es imposible callarlo." Yo no puedo callar a mi demonio, pero en fin, en este libro lo escucharé únicamente cuando susurre "amo", porque aquí no pretendo entablar polémicas; sólo quiero enseñar a leer
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