Es notorio el interés de
este blog por el pensamiento de Michel foucault, al que de alguna manera le
hemos dado un trato preferente, quedando incluso de colgar algunos trabajos
personales que considero mis escasos lectores deben leer. La publicación del
cuarto tomo de “Historia de la sexualidad”, constituye una noticia de la mayor
importancia. Esta reseña aparecida en “La revista Ñ” del periódico “El Clarín”
de Buenos Aires, escrita por el excelente pensador Edgardo Castro, muy conocido
por los trabajos sobre este autor, me parece debe ser reproducida pues es toda
una noticia, sabemos pensar se ha vuelto una excepción. CESAR HERNANDO
BUSTAMANTE
Castro.
Se
publica un inédito del gran pensador francés. Aparece en Francia el
tomo IV de la Historia de la sexualidad.
Desde París. El 25 de junio de 1984 fallecía Michel Foucault. Una de
las cláusulas del testamento redactado en 1982 establecía “pas de
publication posthume”, es decir, ninguna publicación póstuma. A pesar de
ello, no dejaron de aparecer trabajos de su autoría. En 1994 se publicó en
francés una edición en cuatro tomos tituladaDichos y escritos, que
reunía textos mayormente breves ya publicados en vida del autor, es decir, sin
ninguno estrictamente póstumo.
A partir de 1997 comenzaron a publicarse sus cursos en el
Collège de France, ya que por haber sido leídos en clases públicas y grabados
con la autorización del propio Foucault podían considerarse como ya publicados
de manera oral. Más recientemente, aparecieron otros cursos, artículos,
conferencias, diálogos y, sobre todo, su tesis complementaria de doctorado. En
ninguno de estos casos se trataba de un inédito en sentido estricto: ya
circulaban registros orales, ya existían versiones en otros idiomas, o nuevas
versiones ampliadas. Si exceptuamos algunos textos breves, entonces, Las
confesiones de la carne, el cuarto volumen de la Historia de la sexualidad
que acaba de publicarse en Francia, es el primer inédito de Foucault en sentido
estricto.
Foucault había publicado el primer volumen en 1976 y los
siguientes, el segundo y el tercero, ocho años después, en 1984, poco antes de
morir. Pero lo cierto es que también había enviado el manuscrito de Las
confesiones de la carne para que fuese publicado, aunque ya no tendría
ni el tiempo ni las fuerzas para realizar las correcciones requeridas por la
transcripción editorial. Entre idas y vueltas, fueron necesarios casi treinta y
cinco años para que, finalmente, este volumen llegase a las librerías.
Más allá de la ansiedad de sus lectores, del interés de los
especialistas y del público (por estos días no hay casi ninguna librería
importante en París que no le dedique un lugar destacado en sus vitrinas), es
necesario preguntarse qué aporta de nuevo a lo que ya hemos leído y conocemos.
Se equivocan tanto aquellos que piensan que todo es novedad como, al contrario,
quienes creen que pueden prescindir de su lectura. Y se equivocan también, como
ha sucedido en algunas de las primeras reseñas de Las confesiones de la
carne, quienes han puesto el acento en que se trata de un libro sobre el
cristianismo de los primeros siglos y en el hecho de que el autor sostenga que,
por esa época, entre los autores paganos y los cristianos, entre los filósofos
y los Padres de la Iglesia, hay una línea de continuidad en lo que concierne a
los códigos de la moral, las reglas de lo permitido y lo prohibido. Del interés
de Foucault por el cristianismo ya estábamos sobremanera advertidos a través de
la lectura de sus cursos de inicios de la década de 1980. Y los historiadores
ya nos habían advertido acerca de la continuidad entre el paganismo y el
cristianismo, por ejemplo, en la condena de las relaciones sexuales por fuera
de la finalidad reproductiva en el marco del matrimonio, la homosexualidad y la
prostitución. Los propios Padres de la Iglesia, con no poca imaginación,
sostenían, en efecto, que habían sido los filósofos los autores del robo, es
decir, que habían tomado sus ideas del Antiguo Testamento. Ya Platón, por
ejemplo, habría leído al profeta Jeremías.
Una expresión del poeta René Char, que el propio Foucault hizo
poner en la contratapa de la edición francesa del primer volumen y que aparece
también en la de Las confesiones de la carne, constituye, sin dudas, su mejor
puerta de ingreso: “La historia de los hombres es la larga sucesión de los
sinónimos del mismo vocablo. Contradecir esto es nuestra obligación”. Los
supuestos sinónimos en cuestión son aquí tres: aphrodisia, carne,
sexualidad. Aphrodisia es el nombre de la experiencia
griega del sexo. Aphrodisia eran las cosas de Afrodita (que
los latinos tradujeron por venérea, las cosas de Venus), aquellos
actos a los que la naturaleza asoció un placer tan intenso que los hace siempre
susceptibles de exceso y revuelta. Carne es el nombre que se
le da a la experiencia cristiana de estos actos y placeres. Sexualidad,
el de nuestra propia experiencia, la de los modernos. La experiencia ética del
sexo de los griegos, los cristianos y los modernos constituye el eje de toda
la Historia de la sexualidad. El primer tomo se ocupa de la
sexualidad moderna; el segundo y el tercero, de los aphrodisia griegos; y el
cuarto, de la carne de los cristianos.
La experiencia cristiana
Desde el punto de vista del código puede hablarse de una cierta continuidad a lo largo de todas estas experiencias, pero ninguna de ellas se define o puede describirse adecuadamente limitándose a la perspectiva de las reglas de lo permitido y de lo prohibido. Es necesario entender por qué alguien acepta un determinado código, con qué finalidad, a través de qué prácticas se vincula con él. Según el vocabulario de Foucault, las formas de sujeción, la teleología y las formas del trabajo ético son tanto o más relevantes que el código. No es lo mismo, por ejemplo, controlar los propios placeres y moderarlos porque el dominio sobre sí mismo, el gobierno que se ejerce sobre sí mismo, es un requisito para gobernar a los otros en este mundo, que hacerlo porque se quiere alcanzar la vida eterna que ha sido prometida en otro mundo. Por ello, a pesar de la continuidad relativa de los códigos, se trata de experiencias diferentes. Aphrodisia, carne y sexualidad no son sinónimos. Las confesiones de la carne se ocupa describir la especificidad de la experiencia cristiana de la carne, mostrando cómo se formó a partir de la transformación de los aphrodisia y cómo hizo posible la experiencia moderna de la sexualidad.
Desde el punto de vista del código puede hablarse de una cierta continuidad a lo largo de todas estas experiencias, pero ninguna de ellas se define o puede describirse adecuadamente limitándose a la perspectiva de las reglas de lo permitido y de lo prohibido. Es necesario entender por qué alguien acepta un determinado código, con qué finalidad, a través de qué prácticas se vincula con él. Según el vocabulario de Foucault, las formas de sujeción, la teleología y las formas del trabajo ético son tanto o más relevantes que el código. No es lo mismo, por ejemplo, controlar los propios placeres y moderarlos porque el dominio sobre sí mismo, el gobierno que se ejerce sobre sí mismo, es un requisito para gobernar a los otros en este mundo, que hacerlo porque se quiere alcanzar la vida eterna que ha sido prometida en otro mundo. Por ello, a pesar de la continuidad relativa de los códigos, se trata de experiencias diferentes. Aphrodisia, carne y sexualidad no son sinónimos. Las confesiones de la carne se ocupa describir la especificidad de la experiencia cristiana de la carne, mostrando cómo se formó a partir de la transformación de los aphrodisia y cómo hizo posible la experiencia moderna de la sexualidad.
Los análisis de Foucault se extienden del siglo II al siglo
V, de Clemente de Alejandría a Agustín de Hipona, de El Pedagogo a la Ciudad de
Dios; se pasa, entre otros, por Tertuliano y Casiano, de quienes ya se había
ocupado detenidamente en el curso de 1980 en el Collège de France, El gobierno
de los vivos. En efecto, las páginas dedicadas a Clemente y sobre todo a
Agustín constituyen los aportes más novedosos e importantes de Las
confesiones de la carne. Clemente es el primero en elaborar todo un régimen
de actos sexuales que no se establece, como sucede con los aphrodisia, en
función de la sabiduría y de la salud individual, sino, sobre todo, desde el
punto de vista de las reglas intrínsecas del matrimonio. Pero será necesario
esperar a Agustín para que se constituya esa experiencia de la carne, en la que
tanto el conocimiento de sí mismo y como la transformación de sí mismo
requieren de la manifestación de la verdad, la verbalización del propio deseo,
y de la lucha contra el mal que corrompe nuestra naturaleza a partir del pecado
de los orígenes. Tanto en Clemente como en Agustín nos encontramos con la
matrimonialización del deseo legítimo; pero sólo con Agustín tiene lugar la
libidinización de todo deseo. Agustín, en efecto, llama libido al
deseo cuya naturaleza ha sido modificada por el pecado original y ya no
responde a la voluntad del hombre.
Sin Clemente no puede comprenderse el paso de los aphrodisia
a la carne; sin Agustín, el de la carne a la sexualidad. En cuanto concierne al
deseo, hablamos todavía la lengua de Agustín. En este sentido, Las
confesiones de la carne es una pieza fundamental de esa genealogía del
hombre de deseo que Foucault lleva a cabo en su Historia de la
sexualidad.
Edgardo Castro es doctor en Filosofía e investigador del
Conicet. Es autor de Diccionario Foucault e Introducción
a Foucault, ambos publicados por Siglo XXI.
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