Esta entrevista publicada por
el “Suplemento Ñ” del Clarín de Buenos Aires, explica y descifra la violencia
sobre la mujer desde una óptica antropológica que supera la visión mediática de
la prensa amarilla, parte de un apriori que supera los análisis criminalísticos
sustentados en estadísticas. Espero que sea la punta del iceberg para entender
este fenómeno inexplicable para estos tiempos.
POR María Lujan
Picabea
Una de las características de los genocidios, dice
la antropóloga india Veena Das, es que la represión se concreta como una
combinación de la violencia en sí y el silenciamiento de los testigos de esa
violencia, que son intimidados para no hablar al respecto. Ello determina una
doble violación de la víctima, “porque nadie cree en su relato, nadie toma en
serio su testimonio” y para validarlo socialmente debe ajustarlo a lo
“decible”, a lo judicialmente enunciable. Así, el dolor de la víctima se
estandariza, se generaliza y pasa a ser casi una fórmula. Las heridas,así,
nunca cierran y los tejidos sociales difícilmente pueden ser recompuestos. Das
dictó recientemente en Buenos Aires dos conferencias magistrales: “Políticas de
la vida cotidiana: memoria y presente” y “Eticas de la Salud y el Cuerpo: entre
lo local y lo global” en el marco del Programa de Estudios Sur Global de la
Universidad Nacional de San Martín. En ocasión de su visita conversó con Ñsobre
las huellas del sufrimiento en los cuerpos, en el lenguaje de las víctimas y la
memoria social, así como sobre lo que ella denomina “el centro de la maldad
humana”. Esto es la capacidad de las personas de ejercer violencia sobre otras,
justificando su accionar en un supuesto “bien superior”, lo que ejemplifica en
casos como el secuestro en curso de las niñas nigerianas a manos de grupos
islámicos o la apropiación de niños durante la última dictadura militar en nuestro
país, pero también los casos de sacrificios de mujeres a manos de sus
familiares.
–En su artículo “La antropología del dolor”, usted
se refiere al proceso de partición India / Pakistán y señala que el cuerpo de
la mujer funciona como espacio para el diálogo violento entre los hombres.
Entiendo que es una metodología que se repite en muchos enfrentamientos, de
hecho actualmente grupos islámicos mantienen a mujeres de otras tradiciones o
creencias cautivas. ¿Podrían leerse estas acciones en los mismos términos?
–Hay una larga historia en esta noción de capturar las mujeres de los enemigos
como una forma de cambiar el futuro reproductivo de una comunidad. Lo que pasó
durante la partición de India y Pakistán –que tiene muy larga genealogía– fue
que al capturar a las mujeres del grupo opositor lo que se intentaba era
exponer a los hombres del otro grupo como incapaces de crear una Nación y esto
está basado en la noción del hombre como soberano en el hogar. Bajo ese
concepto resulta casi insultante que los hombres de uno u otro grupo no puedan,
justamente, mantener esta soberanía. Ciertamente hay muchos hechos de violencia
contra las mujeres entre grupos que se enfrentan, pero también existen
infinidad de abusos contra las del propio grupo, muchas veces justificados de
manera protectora. Es el caso de los hombres que matan a sus hermanas para que
no sean atacadas por los enemigos. Eso revela en este tipo de contextos un
perfil mucho más conflictivo y oscuro de lo que se puede pensar en una primera
mirada. Yo creo que lo verdaderamente importante aquí es atender a la capacidad
de ser cruel o de actuar con absoluta crueldad, con el supuesto objetivo de
“salvar” a la víctima, de convertirla en una mejor persona. Yo creo que ese es
el centro de la crueldad humana. He estado escuchando en estos días que he
pasado en la Argentina sobre la cantidad de casos de niños apropiados durante
la última dictadura militar: el objetivo era poner a esos niños en otra
situación, en un contexto en el que, supuestamente, los formaran como mejores
personas, como, de acuerdo a su concepción hegemónica, “debían ser”.
– ¿Qué otros casos recuerda que la hayan impactado
de modo similar?
–Como estos, hay miles de ejemplos. Ha habido casos en Australia en los que los
misioneros separaban a los niños aborígenes de los padres para criarlos de
acuerdo a la fe cristina. Asimismo, los casos de estas niñas secuestradas por
grupos islámicos, que en definitiva, en lo que apoyan su discurso es en que son
niñas que han sido privadas, hasta ahí, de una educación islámica, que es la
educación adecuada para las niñas. Esto muestra el aspecto más oscuro de la
ideología que piensa que puede sacar las relaciones humanas de su ámbito
concreto, que se puede excluir o extirpar cierta semilla, se puede separar a
los niños de sus orígenes. Ese es para mí el centro de la crueldad humana. Yo
creo que lo que insufla ese tipo de pensamiento es la incapacidad de habitar lo
ordinario, la vida cotidiana que está marcada por la no certeza, por la
constante reconstrucción de las cosas, cuya clave es aprender a vivir con esa
incertidumbre, con ese constante no saber qué es lo mejor. Estos grupos
constituyen su poder sobre la noción de tener un conocimiento acabado de qué es
lo mejor. En momentos de gran violencia, este tipo de actitud que puede verse
en otros contextos de manera morigerada, se exacerba y da lugar a una forma de
ceguera. Lo que se necesita para tratar de pensar estos procesos es una teoría
reproductiva centrada en situaciones de violencia.
–En relación con esto, ¿cuál considera que es el
rol de la comunidad internacional, para no caer en un mecanismo idéntico al de
ese fundamentalismo que considera que sabe exactamente qué es lo mejor para el
otro?
–En mi opinión hay mucha hipocresía en el discurso de lo que puede o no puede
hacer la comunidad internacional porque en retrospectiva las cosas siempre son
claras. Lo que la comunidad internacional debería hacer, no lo va hacer
simplemente porque va en contra de la economía. Todos somos conscientes de que
muchos genocidios, matanzas y guerras tienen lugar por el inmenso comercio de
armas y la proliferación de armas pequeñas, responsables de la mayoría de las
muertes violentas. Si la circulación y proliferación de armas no es controlada,
cualquier acción de la comunidad internacional llega tarde y mal. Yo soy
bastante pesimista en temas de intervención de los organismos internacionales a
menos que hubiera un acuerdo real en torno del capitalismo internacional. Como
sea no soy una experta en relaciones internacionales.
–Usted afirma que la voz de la víctima es una voz
que las sociedades intentan permanentemente acallar, ¿cómo opera este mecanismo
social en casos de genocidios?
–Este es uno de los conceptos más difícil de tratar porque claramente en casos
de genocidio, la represión se concreta como una combinación de violencia y
silenciamiento. De ello resulta que nadie cree en los relatos de la víctima,
nadie toma su testimonio en serio, lo que la empuja a cuestionarse la propia
realidad. La víctima se encuentra ante la certeza de lo que sucedió pero
también ante el auto-cuestionamiento frente al propio discurso, que tiene que
reiterar una y otra vez, volver a enunciar. Ese mecanismo se ve reforzado por
un sistema judicial en el cual lo que puede ser dicho y cómo puede ser dicho
está restringido a un cierto tipo de vocabulario, ciertas palabras, y una
determinada forma dentro de la cual debe amoldarse para ser tomado como
testimonio legal. Eso limita a la víctima, que debe ajustarse a cierto canon, y
no puede simplemente contar, sino que tiene que enunciar –con ciertas palabras–
ajustándose a modelos judiciales preconcebidos.
–¿Con qué elementos se cuentan estas historias?
–En ocasiones es muy difícil volver a hacer presentes esas historias,
relatarlas, de una manera que no simplemente den un relato sobre cuán horribles
pueden ser los procesos, sino también cerrar un proceso de narración que
contribuya a reinstalar a la víctima en su contexto social. A veces las
historias se vuelven muy complejas porque se socializan a través de lenguajes estandarizados.
Es lo que pasa con las comisiones de la verdad que establecen un tipo de relato
y no permiten, en definitiva, la reinstalación de una vida social armónica. En
los largos períodos de genocidio o enfrentamientos se crean nuevos sentidos y
las relaciones, hasta las familiares, se vuelven frágiles, porque empiezan a
darse situaciones de traición o de posible traición. Esto complejiza mucho las
relaciones. He trabajado con mujeres que han sido víctimas de violencia y al
tiempo testigos, pero además estaban en una situación en la que debían proteger
a sus familiares, sus hijos, etcétera. Todos estos detalles, en general, se
escapan cuando el relato es encasillado simplemente desde el rol de víctima o
testigo. Es complejo trabajar estos temas porque hay que lograr que el discurso
fluya pero sin fijar compartimientos dentro de los cuales deben caber unas y
otros.
– ¿La mujer encarna el cuerpo de la víctima con más
frecuencia que el hombre?
–Creo que hombres y mujeres son susceptibles de abusos y violencia pero el
impacto de la misma puede ser distinto en cada uno de los casos caso. Se ha
vuelto casi obvio referirse a la violencia sexual contra las mujeres, pero
nunca se menciona la violencia sexual contra los hombres, lo que no quiere
decir que no suceda. No es fácil para los hombres encontrar palabras, un
lenguaje con el que expresar la frustración y la desesperanza.Trabajé
mayormente casos con mujeres porque, sencillamente, con los hombres es casi
imposible, ya que no logran poner en palabras no el dolor, sino su angustia, su
sufrimiento. He trabajado mucho, además, con niños, que no es tan frecuente que
sean víctimas de la violencia física, pero sí es demoledor el impacto que la
violencia tiene sobre ellos (el trabajo de campo lo desarrolla en la India). No
repito la teoría que afirma que los niños que ven violencia en sus contextos
más cercanos repetirán en el futuro esquemas de violencia, pero es un hecho que
para los niños es muy difícil volver a confiar en la vida después de haber
pasado por situaciones de violencia extrema, como ver a sus padres colgados de
un árbol, porque aunque puedan narrarlo, expresarlo, no quiere decir que
terminen de comprender completamente qué es lo que un hecho como ese significa.
Durante un tiempo muy largo la violencia sexual y la violencia reproductiva no
fueron reconocidas como tales, se las tomaban como naturales, por eso es muy
importante expresar una y otra vez que sin duda son formas de violencia. Pese a
que esto ha sido muy trabajado en los últimos años yo siento que aún no se ha
empezado a comprender cómo es que este tipo de violencia afecta a los hombres.
Como sea, hay que empezar a entender que si bien las mujeres son con mayor
frecuencia víctimas de ataques sexuales y reproductivos, no es un tema que sea
sólo de las mujeres, hay que entender de qué modo lo viven los hombres. Además,
en escenarios de guerra, en los que surgen ciertos tipos de solidaridades
masculinas, es importante enfocarse en entender no sólo cómo los hombres
padecen este tipo de violencia sino cómo aprenden a ejercerla, que es otro
proceso que hasta ahora está vedado.